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Rayos los ojos, metralla las palabras / La Feria

Rayos los ojos, metralla las palabras / La Feria
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Sr. López

 

Dice el dicho y dice bien: el que no conoce a Dios a cualquier palo se le hinca. Sin disminuir la estatura de político profesional y muy hábil, que tiene el Presidente electo, AMLO, más valdría que sus seguidores se serenaran.

 

Ayer, en la instalación de la Cámara de Diputados se armó la escandalera: ¡Es un honor estar con Obrador!, gritaron con tufo de revancha anticipada contra no se sabe qué: se votó, ganó, nadie dijo ni pío. Imaginemos qué va a suceder con los legisladores de oposición que se opongan a cualquier cosa: ¡Es un honor estar con Obrador!, les van a espetar.

 

Por supuesto se entiende que la gente lo aclame, pues la caballada está tan flaca que a un señor que en otros tiempos hubiera sido uno más, se le trata con casi veneración.

 

Pero este país no inicia con él ni él es el Mesías Redentor de la patria. Tanto fervor es de pronóstico reservado. Alguna gente, mucha gente, está convencida de que es casi milagroso, y en cosas de gobierno, a la fe absoluta sigue la decepción absoluta, no necesariamente por algo grave, basta con que no camine sobre las aguas, no elimine la corrupción a partir del 1 de diciembre, no anule la reforma educativa, así, tronando los dedos… en serio: serénense.

 

México ha tenido no pocos personajes públicos de calidad exportación:

 

De la izquierda, por ejemplo, Valentín Campa, Vicente Lombardo Toledano, Felipe Carrillo Puerto (el “Apóstol rojo de los mayas”, declarado por el Congreso de su estado como “Benemérito de Yucatán”), Heberto Castillo, Narciso Bassols y otros no pocos más.

 

De la derecha, que también tiene personajes muy respetables, Manuel Gómez Morín, Efraín González Luna, Juan José Hinojosa, Juan Andreu Almazán (que realmente ganó la elección presidencial de 1940 a Manuel Ávila Camacho, pero a balazos se la quitaron); y don Lorenzo Servitje junto con José Barroso Chávez. Aunque piense uno distinto, son gente de presentar a la visita.

 

México por el momento parece pasar por una larga temporada de sequía política, aunque es seguro que ya andan por ahí personas que en su momento saltarán a la palestra y nos darán la grata sorpresa de que este país no se acabó en 1915 con la generación de “Los Siete Sabios”, cada uno y por su propio mérito, acreedor a esa prenda: Alberto Vásquez; Antonio Castro Leal; Vicente Lombardo Toledano;  Alfonso Caso; Teófilo Olea y Leyva; Jesús Moreno Baca; y el ya mencionado Gómez Morín.

 

Por cierto y a propósito, las mujeres no van a la zaga. Para abrir boca, en la Revolución Mexicana, aparte de adelitas, soldaderas, rieleras y coronelas, casi todas anónimas, como por ser mujer pasa, hubo otras de las que se saben sus nombres y no precisamente por su habilidad cocinando y bordando; van algunas:

 

María de la Luz Espinoza Barrera, por su gran valentía recibió el grado de Teniente Coronel de manos  de Emiliano Zapata. Petra Ruiz, brava teniente en el ejército de Venustiano Carranza. Carmen Vélez, “La Generala”, quien comandaba 300 hombres. Clara de la Rocha, Comandante de Guerrilla en la toma de Culiacán. Carmen Alanís, la Coronela, correo de Emiliano Zapata, Convencionista que participó con la División del Norte en la Toma de Ciudad Juárez. María Quinteras de Meras, Coronela en el ejército villista participó en diez batallas, muy destacada por su valor y mando.

 

Y unas más: Juana Belem Gutiérrez, profesora, periodista, feminista, magonista y zapatista, luchadora del movimiento por los derechos de las mujeres; editora y directora del periódico Vésper y de El Desmonte, colaboradora del Diario del Hogar, El hijo del Ahuizote y Excélsior; formó parte del grupo que elaboró el Plan de Ayala en 1911, comandaba un batallón formado mujeres, viudas, hijas y hermanas de combatientes muertos. Ángela Jiménez, Teniente en el ejército villista, experta en el manejo de explosivos, con muchas naguas. Petra Herrera, formó su propio ejército compuesto por más de mil mujeres, se dio a sí misma el grado de Generala y en 1914 participó al lado de la División del Norte en la decisiva derrota del ejército federal en Torreón.

 

Todas ellas aparte de las anónimas que echaban bala y regresaban al campamento no a celebrar echando trago y bravuconadas de los que dominaron el miedo, sino a cocinar, lavar, preñarse, parir, dar pecho y curar heridos, después de observar que sus hombres se hubieran fajado sin cobardías, que no pocos nomás por no aguantarles la boca, sacaban fuerza de flaqueza.

 

Sí señor, lo que es, es: sin mujeres quién sabe que hubiera sido de villistas, zapatistas y la Revolución.

 

Y aprovecha este junta palabras para recordar a otra ilustrísima mexicana muy olvidada, por haber librado su lucha en los EUA: Lucy González (1853-1942), hija de mexicana negra y mestizo descendiente de negros, nacida esclava en Texas, recién robado ese estado por los EUA; huérfana de padre y madre desde los tres años de edad; activista, líder que encendía a las masas en defensa de presos políticos, negros, indigentes y mujeres; su esposo, Albert Parsons, activista también, es uno de los mártires de Chicago, sentenciado y ahorcado bajo cargos falsos. De su condición, dijo: “Somos las esclavas de los esclavos. Nos explotan más despiadadamente que a los hombres”. Ciega, a los 89 años, falleció en un incendio en 1942.

 

Ya muerta, por considerarla peligrosa, la policía incautó sus libros y sus escritos. No hay un macho nacional que haya luchado una batalla tan desigual. Ninguno.

 

En 1888 la conoció José Martí, y escribió de ella: “(…)  apasionada mestiza en cuyo corazón caen como puñales los dolores de la gente obrera (…); con tanta elocuencia, burda y llameante, no se pintó jamás el tormento de las clases abatidas; rayos los ojos, metralla las palabras, cerrados los dos puños, hablando de las penas de una madre pobre”.

 

Decía don Efrén Ricárdez: no hay que echar tanto incienso al ídolo, porque se tizna. AMLO, créanlo sus seguidores y fanáticos, no hace milagros, no, y lejos queda de quien se dijo: rayos los ojos, metralla las palabras.

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