Juan Carlos Toledo
En los años 20, Leopoldo Cruz Martínez dejó su natal Cintalapa, Chiapas, para asentarse en el municipio de Arriaga. Allí encontró más que un lugar donde vivir: conoció a Rosa Álvarez Ríos, oriunda de La Calera, con quien unió su vida y formó una numerosa y unida familia de diez hijos. Entre ellos, el quinto fue Raúl Cruz Ríos, de quien se diría con cariño: “no hay quinto malo.”
Raúl vino al mundo el 11 de febrero de 1947, en la calle del Rosario de Arriaga. En reuniones con amigos, ya con los años encima y la sabiduría que deja la vida, recuerda a sus padres con amor y gratitud. Fueron ellos quienes, con esfuerzo y sin lujos, le enseñaron el valor del estudio, repitiéndole una y otra vez: “Estudia siempre, hijo.”
Sus primeros pasos escolares los dio en la primaria federal Venustiano Carranza en 1954. No todo fue fácil: reprobó el quinto grado, pero nunca se rindió. Terminó la primaria en su querido Arriaga, ganándose el cariño de compañeros, profesores y hasta de la directora. Desde entonces, Raúl ya mostraba ese temple que lo acompañaría el resto de su vida.
Mientras sus hermanos ya vivían en el entonces Distrito Federal, él tenía claro su deseo: “Quiero ser ingeniero.” Así, en 1961, con apenas 14 años, dejó su tierra y partió a la capital en busca de un sueño. Estudió la secundaria en la escuela No. 18 de la colonia San Rafael y luego la preparatoria en la No. 4 de Observatorio, formando parte de la segunda generación. Salió exento, con excelencia.
En 1968 ingresó a la Universidad Nacional Autónoma de México, la gloriosa UNAM, y fue ahí donde la semilla del esfuerzo comenzó a florecer. Quería ser ingeniero petrolero y, en tono alegre, bromeaba que se casaría con una niña rica de su pueblo, como en la película del actor Jim Trim que tanto lo marcó de niño. Decía entre risas: “Un día voy a ser rico, y cuando lo sea, voy a comprarme un carro rojo convertible.”
Sin embargo, la vida y la sabiduría de sus catedráticos lo guiaron hacia otra ruta: la Ingeniería Geológica, una carrera exigente pero con alta demanda. Le advirtieron que la ingeniería petrolera era muy compleja. Él escuchó, aprendió, y decidió. Su vocación ya estaba trazada.
Sus padres, siempre atentos, enviaban sus calificaciones a su tía María Alicia. Él, con orgullo, se esmeraba en que fueran buenas. Se recibió como Ingeniero en Geología, generación 1968–1972, y con el corazón lleno de esperanza le compartió a su padre una noticia que cambiaría su destino:
—“Me dieron una beca para estudiar en Japón.”
Esperaba tal vez una negativa, un “está muy lejos, hijo”. Pero no fue así. Su padre le preguntó:
—¿En qué te vas a ir?
—¡En avión!, respondió Raúl.
—¡Idiay! Si no te hallas, tomas tu avión y te regresas —le dijo su papá con firmeza y ternura—. Ve, estudia en Japón, porque tienes que prepararte para que cuando regreses a tu pueblo, seas un orgullo.
Y así fue.
Raúl se formó, se forjó, y volvió siempre con la frente en alto. Ingresó al Consejo de Recursos No Renovables, donde al principio no consiguió la beca que buscaba, pero se quedó, insistió y trabajó. Su primer puesto fue haciendo mandados: iba por las tortas y el café. Jamás lo vio como una humillación.
—“Lo hice con orgullo, y no me avergüenzo”, diría años después.
En 1973 fue nombrado jefe de proyecto. En 1976 y 77 lideró uno de los proyectos más importantes: la exploración del Cinturón Neovolcánico Mexicano, abarcando Nayarit, Colima, Michoacán, Jalisco y Guerrero. Fue el único mexicano de su generación que realizó prácticas profesionales en Australia, Indonesia, Malasia, Nueva Zelanda y Tasmania. ¡El mundo, literalmente, se abrió ante él!
En 1979, en Zacazonapan, Estado de México, descubrió un yacimiento de mineral sin-genético tipo Kuroko, un hallazgo importante que derivó en un convenio con la empresa japonesa Dowa. Como decía citando a García Márquez: “Los geólogos son los médicos de la Tierra.”
Fue catedrático en la UNAM en la materia de Geoquímica de Exploración Minera, y durante más de 30 años, ocupó diversos cargos de liderazgo en el ámbito geológico. En una reunión con empresarios del grupo Azcárraga, descubrió que su primo hermano era el contador del grupo. Rieron al darse cuenta de cuán pequeño es el mundo.
En 1988 fue nombrado Director de Promoción Minera del Estado de México, cargo que ejerció con rectitud durante siete gobiernos y diecisiete secretarios estatales. Nunca le interesó la política; su pasión era la tierra, la ciencia y el servicio.
Fue alumno del ingeniero Heberto Castillo. Y en 2012, con Enrique Peña Nieto en la presidencia, recibió una llamada desde Los Pinos. El secretario particular del presidente, Edwin Lino Zárate, le notificó que sería el Director de los Servicios Geológicos Nacionales. Aquel nombramiento fue para él “un premio de vida.”
En 2017, organizó en Tuxtla Gutiérrez un Congreso de Geología Médica en el auditorio Manuel Velasco Suárez de la UNACH, con la participación de 15 países, incluidos Estados Unidos y Canadá. Fue Presidente de la Asociación Nacional de Geólogos y Presidente de la Asociación Iberoamericana de Servicios Geológicos y Mineros.
En una ocasión, el embajador de EE.UU. solicitó formar parte de dicha asociación. Raúl, con diplomacia pero firmeza, respondió:
—“Podrán tener voz, pero no voto.”
Así defendía la soberanía del conocimiento.
Finalmente, en 2019, entregó su renuncia como Director Nacional de los Servicios Geológicos, dirigiéndola a la Lic. Marcela Márquez. Lo hizo sin pesar, con la satisfacción del deber cumplido.
Un legado de vida para siempre.
Raúl Cruz Ríos no es solo un nombre. Es una historia viva de lo que significa luchar, resistir y triunfar desde la humildad. Nacido en una familia modesta de Arriaga, Chiapas, sus pasos lo llevaron a Japón, América Latina, Oceanía y a los más altos cargos en su profesión. Pero nunca olvidó sus raíces, ni a sus padres, ni a su pueblo.
Su vida no solo honra la geología. Honra el espíritu humano. Ese que, con valores, disciplina y amor por la familia, puede cambiar el mundo.
La noche del domingo 31 de agosto de 2025 fue testigo de un momento inolvidable. En la cálida atmósfera de la cafetería David Pechito Muñiz, un grupo de amigos se reunió para escuchar al hombre detrás de la leyenda. Estuvieron presentes el profe Chema Álvarez Ornelas, David Muñiz Gutu, el profe Carlos Junior, José Luis Castillejos Laguna, el trovador Raúl Gálvez, Carlos Zárate Mujica, Noé López Duque de Estrada y un servidor, Juan Carlos Toledo Jiménez.
Todos escuchamos con atención y respeto al ingeniero en geología Raúl Cruz Ríos, quien compartió no solo anécdotas de su trayectoria profesional, sino también la pasión profunda que aún lo mueve: el amor por la tierra que lo vio nacer, por su gente y por la ciencia.
Aquel “pequeño diablito”, como alguna vez se refirió a sí mismo en tono juguetón, nos dejó ese día un testimonio de vida que, más allá de títulos y logros, nos recordó que los sueños no tienen límites cuando se forjan con esfuerzo, humildad y corazón.