Sr. López
Se advierte a usted que esta Feria tratará tema del todo impropio para una insolente columna cuya materia es apostillar los asuntos nacionales, con especial interés en nuestra jovial política, fuente de esparcimiento de nosotros los del peladaje. No se aceptan reclamaciones.
Parece que Dios está expulsado de la sociedad actual o al menos de la vida de una parte no menor de la gente de hoy, cosa muy de cada quien opinará alguno sin equivocarse tanto.
El asunto es que el marinero que navega sin brújula y sin mapa, se orienta con las estrellas y si está nublado, observando la dirección de las olas y el viento, sin que se tenga noticia de ninguno que alcanzara buen puerto a ojos cerrados, como parece que vamos, a la vista del despelote nacional no solo por la creciente inseguridad sino por el de nuestras instituciones oficiales, hoy más caóticas y rapaces que nunca. No hay sociedad funcional sin gobierno pero no estorba agregar a ello la religión, pues la sociedad se conduce desde el gobierno, sí, pero la religión se encarga del individuo y de rebote, de la familia, y eso abona al bien de todos.
Las naciones que con sano laicismo han prescindido de la religión como auxiliar en la conducción colectiva, tal vez aciertan a la luz de las tropelías cometidas al mezclar los asuntos del César con los de Dios, pues no hay más intratable gobernante que aquel que cree escuchar a Dios por las noches confundiendo la voz divina con las pesadillas resultantes de su mala digestión. Pero esos estados laicos, no enemigos de ninguna religión, sustituyen las normas de conducta personal y comunitaria, que supuestamente el dedo de Dios escribió, por ideales, principios éticos y el fomento de las virtudes humanas, instalando sin darse mucha cuenta, algo muy parecido a las religiones, sólo que sus profetas son filósofos y pensadores, y sus sacerdotes, políticos y gobernantes, encargados de la liturgia cívica, con mandatos que se hacen ideologías, tan indiscutibles como los dogmas de las alegadas y nunca probadas revelaciones divinas. Y oiga usted, puestos a escoger entre creer a políticos que a una religión…
Así las cosas, de un tiempo acá andamos en el bosque con los ojos vendados, con Dios sólo como condimento de frases hechas. Y tiradas por la borda las religiones por razonadas sinrazones y hasta por buenas razones, decidido que todo se ha de someter al legítimo derecho a razonar, fuimos dejando en el camino, ética y moral (que no son lo mismo), civismo y todo lo que tenga tufo a responsabilidad, deber y obligación personal, atenidos a una chata norma única: “no hacer mal a los demás”, sin ver que no hacer daño es poco, insuficiente, ante el superior procurar el bien a los demás, que sin eso no hay sociedad que progrese (y curiosamente, no es raro que entre los racionales que desechan a Dios, proliferala fe en nigromantes, brujos, adivinos, magos y la más ciega creencia en supersticiones y el zodiaco).
Para este menda, Dios no tiene mucho que ver con las religiones, aunque todas las religiones tengan que ver con Él. De hecho, confiesa López -con perdón de don Miguel-, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio y la religiosa fe sencilla que de niño tuvo, cuantimás la ilustrada que buenos maestros y santos sacerdotes, le infundieron de joven, quedando sólo con certeza en un Buen Dios del que sólo entiende que no lo entiende, sin que sea menester ello ni saber más, dándose licencia a imaginarlo como mejor le acomoda sin ajustar a su conveniencia ni lo bueno ni lo recto, que eso sabemos todos, sepamos muchas cosas de Dios o no, pues siendo Él lo que Es, hace las cosas bien y completas y nacemos todos sabiendo lo que es de naturaleza. No nos hagamos tarugos.
Como al del teclado cuesta mucho imaginar la infinitud, su Dios es mediano, tirando a alto, de buen carácter y lo más importante, gordo. Dios es gordo, que atlético sería antipático, enteco sería colérico, y chaparrín, de mal genio. Dios tiene que ser gordo, también, porque es bueno -es el Buen Dios-, pero no es tonto de nadie. Es justo porque no hace juicios y contempla nuestras barbaridades a veces decepcionado y las más, tristón, porque sabe que las sufrimos nosotros mismos y no son para eso los pájaros de la mañana, ni la lluvia mansa, el arcoíris, la mar océano, ni las montañas señeras, ni nada de su Creación. Pero, en fin, Él hace lo que puede, que es todo, y nosotros lo que queremos, en todo.
Ése Dios también es discreto. No le gusta presumir. Bien sabe que en cada latido de cada corazón, está Él, igual que en cada mamá dando pecho, en cada risa de niño, en cada cariño de padre, en cada mano de amigo y en cada uno de los universos que ha hecho, que deben ser muchos, seguro.
También ése Dios es generoso y no le dan celos jamás. Sonríe complacido con las cosas que hacemos bien: le gustan nuestras canciones de amor, sabe que son creación nuestra y no siente envidia, ni por eso ni por un medido verso, un guiso de la abuela, un danzón bien bailado o un cuento de Eraclio Zepeda, que Él no creó esas cosas pero le gusta que las hagamos siguiendo su ejemplo.
Bueno, ese es mi Dios y veo todo el tiempo tanta cosa que agradecerle que me da como pena no corresponderle siempre haciendo nomás lo correcto; en fin, eso no es asunto de nadie sino entre Él y este escribidor. Y también cuando veo tantas cosas que no entiendo que puedan pasar y tanto sufrimiento que se debería evitar, imagino que a Él le duelen más pues sabe que resolverlas toca a nosotros. A ver cuándo.
En México uno de nuestros problemas es que nos hemos disgustado primero con la religión y luego con Dios y la religión por poco y mal que se conociera, a todos enseñaba que no había excusa para robar y mentir, que si solo esas dos cosas fueran ajenas a nuestros políticos, esto sí sería el cuerno de la abundancia y no como es hoy, puro cuerno.