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Pura mercadotecnia / La Feria

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Sr. López

 

Tío Tomás (del lado materno-toluqueño), era catedrático de la Universidad y según la abuela Virgen (la de los siete embarazos), un sabio. Para este López entonces niñito, era solo un viejo larguirucho y narigón, chimuelo, que olía rancio y se dejaba las uñas largas (daba miedo). Certificaba su prestigio traer siempre bajo el brazo libros en diferentes idiomas, un pizarrón en la sala de su casa en el que hacía largas secuencias matemáticas, y los cuadernos en que escribía sus teorías científicas en un idioma que nadie sabía cuál era… ¡ah! y que decía palabras muy raras (“neurobotánica”, “geolíquido”, “lumífugo”, “astroperistáltico”). Un día cualquiera, este menda preguntó al Jefe de Proveeduría de su domicilio (otros niños le decían papá al suyo), qué era la “gramálgebra”, y él, que sí sabía mucho de muchas cosas y de matemáticas, un carro, con voz paciente, respondió con otra pregunta: -¿Estuviste platicando con tu tío Tomás?… –y ya, no hubo explicación. Luego supo este su texto servidor -ya difunto el afamado tío-, que trabajaba en la Universidad de auxiliar en la biblioteca, llevando y trayendo libros, nada más.

 

Seguro ha oído de Paracelso, el gran médico suizo (1493-1541), autor del libro “La gran cirugía” (“Die Grosse Wundartzney”), cuyo prestigio no mengua, considerado como el iniciador de la moderna medicina… bueno, pues el Paracelso sostenía la teoría de que antes de que existiera el mundo, existían los cuatro elementos (fuego, aire, tierra y agua); que el fuego pertenecía a las salamandras (entendiendo por salamandras las “hadas del fuego”, que no existen); el aire a los silfos (espíritus del viento, que no existen); la tierra, a los gnomos (que no existen); y el agua a las nereidas o ninfas (que tampoco existen). Don Paracelso, en otra de sus obras, “De Rerum Natura” (“De la naturaleza de las cosas”, en traducción a marro), aparte sostenía que existían los homúnculos (seres humanos cultivados en laboratorio), y afirmaba que él había hecho uno que llegó a crecer 30 centímetros (por si le interesa, le doy la receta: “Se deja esperma de un hombre en un vaso sellado por 40 días, hasta que se pudra. Transcurrido ese período, será algo así como un hombre, transparente y sin cuerpo. Se cuida y alimenta con sangre humana durante 40 semanas y se convertirá en un infante”… ahí me cuenta)… bueno, cualquiera se equivoca.

 

La ciencia es hoy por hoy, tan indiscutible como la teología en la Edad Media. El problema es que los seres humanos estándar (que no somos científicos), a veces confundimos lo científico, lo que constituye un conocimiento firme, comprobado mediante experimentos que siempre dan el mismo resultado, de manera que se pueden expresar como leyes inmutables, con las TEORÍAS científicas, que son postulados por comprobar, sin meternos en honduras con las ciencias deductivas como las matemáticas, que estudian entes abstractos sin existencia propia, como los números (que nadie verá nunca un tres caminando por la calle, es un concepto, pero tres más dos siempre será cinco).

 

La veneración por la ciencia y por lo que aún no lo es por ser simplemente una teoría, que dejará de serlo si se comprueba, resulta ser una industria muy productiva por buenas y no tan buenas razones. Las buenas, por ejemplo: para obtener recursos y financiamiento para continuar experimentando e investigando; las no tan buenas, por ejemplo: para seguir obteniendo recursos y financiamiento para continuar manteniendo vividores, que también hay, sean pocos o muy pocos.

 

Un gigante indiscutible de la ciencia es Albert Einstein. Su teoría de la relatividad (de no fácil comprensión para el común de las personas), sostiene que el tiempo y el movimiento son relativos al observador si la velocidad de la luz es constante, al igual que el resto de las leyes naturales (ha de ser)… pero sigue siendo una TEORÍA, que tiene un detallito: el tiempo no existe. Lo que existe es el movimiento, el transcurso instantáneo de los acontecimientos, a los que los seres humanos asignamos un ayer, un hoy, o un mañana, un al ratito, un apenas ahorita. Pero tiempo, así, con entidad propia no hay. Y ahora resulta que no pocos científicos plantean teorías que niegan la validez de la relatividad de Einstein (la General y la Especial, no vaya usted a pensar que este menda se anda por las ramas)… y por cierto: qué más da que la luz viaje o no a velocidad constante, o que de veras vaya a 300 mil kilómetros por segundo o a  299,792.458 km/ segundo… (fuéramos tan puntuales).

 

Todo esto viene a cuento por la noticia de que ayer falleció el famosísimo Stephen Hawking, un físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico, que seguro fue brillantísimo, digo, no a cualquier pelagatos se le otorgan doce doctorados honoris causa, el Premio Príncipe de Asturias, la Orden del Imperio Británico, ni lo hacen miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias y de la Real Sociedad de Londres, entre otras distinciones… pero nunca el premio Nobel, porque la Academia Sueca exige que tengan comprobación los postulados de los científicos galardonados. Y con la pena, pero las teorías de don Stephen, en paz descanse, son TEORÍAS sin comprobación: por ejemplo que el Universo puede provenir de la nada: o sea, sin masa de repente aparece un kilo de tortillas… ¿será?… ¿no será?… parece que es muy difícil para los científicos decir simplemente: no sabemos, no podemos saber. En fin, cada quién.

 

De tiempo acá, la maña a la moda entre algunos científicos, es hacer filosofía y teología desde la cima de sus conocimientos físicos o matemáticos. ¡Acabáramos!

 

A don Stephen le dio por hablar de Dios, lo que está bien, a condición de hacerlo con la misma autoridad que la abuela de la señora de las quesadillas, que saber mucho de física o de ajedrez, no da para opinar con fundamento de algo tan pero tan diferente… por cierto: doña Jane Wilde ya divorciada del difunto, declaró en 1991, que esa su manía de hablar de Dios era pura mercadotecnia.

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