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Puigdemont y Maduro

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Juan Carlos Cal y Mayor

La intentona separatista por parte del ahora ex gobierno de la Generalitat de Cataluña, dejó en condición de sujetos a proceso ante las cortes españolas por sedición y rebelión a Puigdemont y quienes junto con él orquestaron la malograda secesión de la nación ibérica.

Para el caso de Cataluña y su condición autónoma reconocida por la Constitución y las leyes españolas, no había razón ni sustento jurídico para organizar un referéndum y decidir la independencia en un proceso arropado de una supuesta legalidad y al mismo tiempo de irregularidades, que hicieron muy cuestionable un resultado que sólo avalaron las huestes separatistas.

La democracia se convierte en un simulacro al igual que en Venezuela donde el régimen de Maduro la utiliza de parapeto con todos los vicios de origen. El hecho es, y no por casualidad sino por causalidad, que en ambos casos la comunidad internacional desconoce sus resultados. En el caso de Cataluña, los gobiernos que integran la Unión Europea y otras partes del mundo, incluido México, aísla a esa región con todas las consecuencias económicas y políticas que eso implica. La fuga de empresas y capitales es sintomática.  Es el determinismo de lo absurdo.

Para el caso de Venezuela, los países fuertes que integran la Organización de Estados Americanos OEA, también desconocieron la pantomima madurista que pasó por desconocer y suspender de sus funciones al poder legislativo elegido por el pueblo y con mayoría de oposición para hacer contrapeso a los excesos de esa caricatura de mandatario que gobierna a la nación sudamericana. Una vez consumado el abuso, pasó a organizar sus elecciones a modo y elegir sin el aval del pueblo venezolano un congreso disque constituyente.

Lo que sucede en ambos casos, entre Cataluña y Venezuela, no es mera coincidencia, sino las dos caras de una misma moneda. Por eso Maduro recurre al ardid de reconocer la independencia de Cataluña. Por eso también corrió a los brazos de los países No Alineados en una gira mundial para buscar reconocimiento y legitimidad de regímenes autoritarios como el suyo.

Más allá de disfrazar de legalidad un autentico golpe de estado esbozado; en ambos casos, el de Cataluña y Venezuela; lo que los identifica es que no cuentan con reconocimiento alguno de los países democráticos. En síntesis van en sentido contrario al devenir histórico en perjuicio de sus gobernados. Los condenan al ostracismo por su afán de poder.

El reconocimiento internacional siempre cuenta. Por eso es que en su momento el usurpador Victoriano Huerta, tomó el poder por asalto pero procuró investirse de legalidad. Para ello contó con la complicidad de Henry Lane  Wilson, el entonces embajador norteamericano en México. Al arribo de Madero al poder, sus negocios en México y la paga generosa que recibía de Porfirio Díaz, se vieron vulnerados. Así se tramó la investidura de Huerta en Congreso tomado por la fuerzas militares, obligando a los diputados presentes, para nombrar a Pedro Lascuraín, Ministro de Relaciones Exteriores, el más efímero de los presidentes mexicanos con tan sólo 45 minutos en el poder antes de presentar su renuncia. Así tocó a Huerta como Ministro de Guerra, según la Constitución, ser nombrado presidente de México. Toda una farsa.

Así el camino estaba preparado. 11 embajadores liderados por Wilson, otorgaron su reconocimiento a Huerta que ni siquiera acudió al Congreso a tomar posesión. Basto que pasara de una sala a otra, en el palacio nacional donde lo esperaban los embajadores. Y así llegó al poder.

Es destacar el papel del Embajador Japonés, que dio asilo a la esposa de Madero mientras incendiaban su casa. También el de Manuel Márquez Sterling, embajador cubano que acompañó en todo momento al Presidente Madero y al Vicepresidente Pino Suárez, buscando exiliarlos en su país e impedir sus asesinatos.

El tema de fondo es el disfraz. Aunque el derecho no es una ciencia exacta, tampoco puede interpretarse a modo. En España hoy rige la legalidad y el estado de derecho. En Venezuela nada. Sólo la intentona de justificar a un régimen impuesto contra la mayoría de los ciudadanos.

Lo injustificable es el silencio de la Organización de la Naciones Unidas (OEA) que parecen atravesar una grave crisis institucional al incumplir con vigilar la vigencia de la Carta Universal de los Derechos Humanos. Hoy parece tan sólo una pasarela donde los mandatarios cumplen con el protocolo de dictar discursos memorables para guardar en sus biografías. No hay donde discutir nada, a no ser en los medios y con sólo declaraciones. Estamos haciendo de la democracia un juguete y eso es peligroso. Es una cara burocracia dice Trump y tal vez tenga razón.

En aras de su ejercicio soberano, los mandatarios hacen lo que quieren y nadie puede intervenir. En España imperó la ley. Rajoy se la jugó con el apoyo del PSOE y el Monarca Español. En Venezuela manda una dictadura con el poder militar como su brazo derecho. Los venezolanos nada pueden hacer apelando tan sólo a la legalidad y las manifestaciones pacificas. En el destino de esas dos naciones –y otras más- se juega el futuro de otras muchas que no saben como apostar a la democracia y la legalidad sin poner en riesgo la gobernabilidad…

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