Juan Carlos Cal y Mayor
Ya tiene rato que no veo las mañaneras y los debates en el congreso, me resultan tóxicos. No me gusta ver en mi país que el deporte favorito es el insulto, la descalificación sistemática, los ataques ad-hominem y los debates estériles. Rehúyo al escarnio perpetuo en las redes sociales, que reproduce las mismas pautas de conducta. El mal ejemplo cunde.
No hay racionalidad en el debate y la discusión pública, sino primitivismo. Nos arrebatamos la interpretación de los hechos y los dichos para manipularlos a conveniencia construyendo post verdades. Se ha instalado en la sociedad una narrativa sectaria y maniquea donde no caben medias verdades ni alternativas. Yo pienso distinto. Por eso decidí de hace mucho tiempo expresar mis ideas a través de mis textos y mis opiniones en diversos medios. Acepto con gusto debatir con quienes piensan diferente siempre con la premisa de respetarnos como personas. En algo habremos de coincidir, al menos en la capacidad de dialogar.
POLÍTICO POBRE
Tiene más de 4 años que no pertenezco a ningún partido, aunque se me asocié al que pertenecí por muchos años y donde tengo muchos amigos con grandes coincidencias. Participé por última vez como candidato ciudadano en las elecciones pasadas satisfecho por mis resultados sobre todo al comprobar que fueron obtenidos a pulso, con muy modestos recursos, haciendo uso de las redes sociales y no con el derroche económico que caracteriza a las campañas políticas. Lo que para mí opinión debiera ser la fortaleza moral de un político resulta una debilidad. El no tener los millones que se necesitan, como alguna vez me refutó un candidato, dispuesto a gastar una cantidad para mí exorbitante de dinero. “Político pobre, pobre político” diría el clásico.
LA REALIDAD
Si hoy me lo preguntan, les diría que no lo vuelvo a hacer. No hay condiciones reales ni una cultura para competir electoralmente en términos de equidad. Me la pasé exhortando a las cámaras y los organismos empresariales para que nos invitaran a debatir en términos respetuosos para exponer nuestras ideas y propuestas. No concibo una ciudadanía, independientemente de su precariedad económica, que regale sus votos a cambio de tortillas. Tampoco al empresario o a los medianamente pudientes, que actúan por cálculo según sus conveniencias y no sus convicciones. Esa es nuestra realidad.
¡VIVA EL REY!
He participado en responsabilidades públicas sin comprometer ni alquilar mis convicciones. Soy responsable de mis actos no de los de otros. Porque luego se tilda de todo tipo adjetivos a gobiernos y se agarra parejo. Tenemos la cultura de vanagloriar a los políticos en turno y con la misma facilidad y quemarlos en leña verde cuando ya no están en el poder. El rey a muerto, viva el rey.
VULGARIZACIÓN
En mi caso siempre he votado diferenciado dependiendo de la persona más que del partido al que pertenece. Tengo muy buenos amigos en varios partidos. No tengo empacho en reconocer su desempeño. Hay buenos funcionarios y políticos serios y profesionales. Me entristece ver la falta de civilidad y la vulgarización de la política en nuestro país.
EL CIRCO
Prefiero ver los debates, por ejemplo, en el Congreso Español, donde la discusión es directa, sin cortapisas, pero prevalece el orden. En contraste el congreso mexicano se ha convertido en un circo. Las sesiones transcurren fuera de todo control y quienes presiden los debates son incapaces de imponer el orden y el respeto. En la televisión argentina o la chilena, en sus parlamentos, se discuten en serio y con toda libertad los puntos de vista. Los políticos desfilan sin escudo de protección.
NOS FALTA MUCHO
En México son la excepción. La credibilidad de los comunicadores pende de un hilo. Muchos confunden el periodismo con el activismo o la propaganda. Tratan a sus espectadores como si fueran sectas a las que hay que adoctrinar y proporcionar argumentos sin mayor sustento. Es el nivel de nuestra precariedad cívica. Por eso cuando alguien cuestiona a los políticos siempre me pregunto si acaso no es lo que merecemos por no construir ciudadanía. Hay por supuesto excepciones, no todo está podrido en Dinamarca. Pero hay que reconocer que nos falta mucho por hacer para tener mejores ciudadanos y por ende mejores políticos.