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Primero Venezuela, después Nicaragua / A Estribor

Primero Venezuela, después Nicaragua / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor
Cientos de miles de ciudadanos se manifiestan ahora en toda Venezuela. El movimiento ha llegado a su climax con enormes concentraciones al tiempo que la mayoría de los países del continente americano, desde la Patagonia hasta Canadá, así como la Unión Europea, han desconocido al gobierno de Nicolás Maduro. Por el contrario reconocen como Presidente encargado al a su vez Presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó.  Y es “encargado” porque su mandato tiene como principal propósito el convocar a elecciones justas y libres para que el pueblo de Venezuela elija un presidente que goce del respaldo popular y reconstruya ese malogrado país.
Ya atrás quedaron todos los intentos de diálogo que sólo sirvieron a Maduro para ganar tiempo, apaciguar el descontento y la ira social pero permaneciendo en el poder. Por eso es que ahora, esa opción que proponen principalmente México y Uruguay no podrán fructificar. El único diálogo posible será la expresión popular vertida en la urnas.
La apuesta se cierne ahora en torno el bloqueo económico a la empresa petrolera PDVSA que es la principal fuente de recursos (95%) con que se sostiene al ejercito y al aparato gubernamental. Maduro recurre ahora a dilapidar el tesoro de Venezuela vendiendo toneladas de oro a quien se las quiera comprar. El conflicto está escalando a nivel mundial dado que Rusia y China apuestan a sufragar los gastos de la dictadura y mantener a Maduro como aliado y seguro proveedor de petróleo.
Más allá de eso, el tema que nos atañe es la violación sistemática a los derechos humanos. Son millones los venezolanos que viven en el exilio y cientos los perseguidos políticos. Son cuantiosos los muertos producto de las represalias de la fuerza policiaca y militar contra ciudadanos que tan solo ejercen el derecho a manifestarse y pedir que haya alimentos, medicinas, agua potable y lo más indispensable para sobrevivir.
Ahora es Venezuela, pero también está sucediendo en Nicaragua donde Daniel Ortega ha pasado de ser el líder de la guerrilla que destituyó en los ochentas al dictador Somosa y gobernó democráticamente, y ahora de regreso después de varios años al poder con su esposa como vicepresidenta, en una especie de monarquía bananera. El problema de nueva cuenta es pasar de imponer el orden en las manifestaciones populares a una sistemática represión para perpetuarse a toda costa en el poder.
Después de lo que resulte de la crisis venezolana, Daniel Ortega debería preocuparse en serio. No es un tema de izquierdas o de derechas, sino de dictaduras que violan los derechos humanos a los ojos del mundo. Los ciudadanos de esos países están a merced de gobiernos autoritarios y represores sin que intervengan los organismos multilaterales que se crearon y suscribieron en su momento teniendo como guía la Carta Universal de los Derechos Humanos, los cuales se comprometieron a respetar.
Es cierto que en otras latitudes y otros países hay dictaduras, pero bien dice el dicho que “cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar” Si nos ocupa y nos preocupa en México y otros países del continente lo que pasa en estos países es porque no queremos vernos en el mismo espejo. Tampoco esperar a que cundan los malos ejemplos y las alianzas perversas en el cual se escudan dichos gobiernos bajo el disfraz de la izquierda.
Lo grave es que nuevos gobernantes lleguen al poder por la vía de las urnas y ya instalados instauren mandatos a perpetuidad modificando las leyes a su antojo, que supriman libertades y cometan vejaciones, que provoquen conflictos regionales porque sus ciudadanos huyen despavoridos en éxodos masivos. Así es que sí; más que intervencionismo es un problema que nos debe preocupar a todos. La indiferencia es la peor de las veleidades, la indolencia también porque en un futuro nos puede pasar la factura.

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