José Antonio Molina Farro
Todo mexicano tiene las manos metidas en la bolsa de otro. Y ¡ay de aquel! Que rompa la cadena.
Adolfo López Mateos
¿Acaso sobreestimamos el papel que un presidente en México puede desempeñar en el Estado? ¿Puede a voluntad instrumentar cambios efectivos y reales? ¿O por la forma en la que llegan están atados a compromisos que no les permitan proceder con las facultades que teóricamente tienen? La sugerencia cae por su propio peso, pues sugerir que si el presidente no constituyera una posibilidad de realizar cambios reales, sería tanto como sugerir que el país ha navegado a la deriva durante décadas. El presidente es el vértice donde confluyen los más encontrados intereses nacionales. Es la característica del sistema presidencial mexicano, fundante y preservante, su punto culminante. Muy diferente es que no exista la voluntad política o la incapacidad de realizarlos, como lo ha demostrado la historia reciente y mediata del país.
El presidencialismo es una forma de gobierno que se identifica con la República, es una forma de ésta, derivada en su ejercicio, pues debiendo existir la división de poderes adoptada en muchos países que se inspiraron en el modelo mexicano para su organización política, siguiendo la Constitución de Estados Unidos, de hecho, existe un solo poder, el Ejecutivo.
La explicación la hacen descansar los estudiosos en la tradición de los pueblos, en su raigambre de súbditos, en el reconocimiento y acatamiento a lo ordenado por un jefe, un patriarca, rey, sacerdote o emperador. Ahí está la raíz de la existencia de una figura material, humana, concreta, que simboliza el poder y la fuerza, a quien se llama por un nombre y se le ubica en un lugar. Octavio Paz habla sobre ese origen:
Las colonias inglesas en América fueron creadas por grupos de colonos inspirados por motivos religiosos, políticos y económicos. Como los colonos griegos, los ingleses quisieron fundar comunidades a imagen y semejanza de las que existían en la madre patria; a diferencia de los griegos, muchos de esos colonos eran disidentes religiosos. De ahí la doble influencia de la religión y la utopía en la formación de la democracia política de Estados Unidos. El pacto social fue, en su origen, un pacto religioso. En los españoles aparecen también motivos religiosos, pero en tanto que los ingleses fundaron sus comunidades para escapar de una ortodoxia, los españoles las establecieron para extenderla. En un caso, el principio fundador fue la libertad religiosa, en el otro, la conversión de los nativos sometidos a una ortodoxia y a una Iglesia. La idea de evangelización no aparece entre los colonos ingleses y holandeses, la de la libertad religiosa no figura entre las que movieron a los conquistadores españoles y portugueses. La conquista fue hecha por cuenta y riesgo de los conquistadores, así que, en cierto modo, fue una empresa privada. Al mismo tiempo la acción española fue una empresa imperial: la cruz, la espada y la corona.. Fusión de lo militar, lo religioso y lo político. Dos palabras definen a la expansión hispánica; conquista y evangelización. Son palabras imperiales y, asimismo, palabras medievales.
Opina Octavio Paz que la Nueva España nunca fue una colonia y que las luchas de independencia se insertan más bien en la tradición de las luchas de Cataluña y Portugal contra la hegemonía de Castilla que en la historia de las revoluciones modernas. Seña{a que la ideología liberal desfiguró la verdadera naturaleza de nuestra separación de España. Las ideas republicanas y democráticas de los grupos que dirigieron la lucha por la independencia no correspondían a la realidad histórica a la realidad real de la América española. Explica Paz:
En nuestras tierras no existían ni una burguesía ni una clase intelectual que hubiese hecho la crítica de la monarquía absoluta y la Iglesia. Las clases que impulsaron la independencia no podían implantar las ideas democráticas y liberales porque no había ningún lazo orgánico entre ello y esas ideas. Fue natural que los hispanoamericanos tomaran las ideas de la ilustración y de la independencia norteamericana y que quisieran implantarla en nuestros países: esas ideas eran las de la Modernidad naciente.
Pero no bastaba con adoptarlas para ser modernas. Había que adaptarlas. La ideología democrática y liberal fue una superposición histórica. No cambió a nuestras sociedades, pero deformó las conciencias. Introdujo la mala fe y la mentira en la vida pública. Subrayado de quien esto escribe.
El paso de la sociedad tradicional a la moderna se hizo en Estados Unidos de un modo natural: el puente fue el protestantismo. El dilema que se presentó a los criollos mexicanos al otro día de la independencia era tal vez insoluble. La continuidad condenaba a la nación a la inmovilidad y el cambio exigía la ruptura brutal, el desgarramiento. Continuidad y cambio no eran términos complementarios como en Estados Unidos sino antagónicos e irreconciliables. México cambió y ese cambio fue un desgarramiento: una herida que aún no se cierra.
Hagamos un poco de historia, viene a mi memoria el año 1947: México había entrado a la zona inédita de la mentira institucional. Justo Sierra le había escrito a don Porfirio en 1899: “vivimos una monarquía con ropajes republicanos”. Tenía razón, pero lo cierto es que Porfirio Dáz mentía poco. No disimulaba el ejercicio de su poder absoluto, monárquico y tampoco simulaba que
México fuese ya la república representativa, democrática y federal que consignaba la Constitución. Su secreto no era la simulación sino una especie de tutela o salvaguarda histórica sobre la nación, hasta que ésta asumiera por sí misma la Constitución. En la entrevista con Creelman había declarado sin ambages: “hemos conservado la forma de gobierno republicano y democrático; hemos defendido y mantenida intacta la teoría, pero hemos adoptado en la administración de los negocios nacionales una política patriarcal, guiando y sosteniendo las tendencias populares”.
En 1903 ante la sexta reelección de Porfirio Díaz, Francisco Bulnes expresaba: bajo el régimen personal, como sistema, el pueblo se acostumbra a parásito, a no hacer nada por sí mismo, a recibir todo por favor o gracia, a solo llorar cuando se siente desgraciado, a solo degradarse cuando se siente feliz, a ser el esclavo del primero que lo estruja y la cortesana impúdica del primero que lo acaricia… el país quiere que el sucesor del general Díaz se llame ¡la ley! La paz está en las calles, en las escuelas, en los caminos públicos, pero no existe ya en las conciencias… el país quiere instituciones, leyes eficaces, quiere la lucha de ideas, intereses, pasiones.
ERA. Pocos políticos en la historia contemporánea del país han escapado del escarnio y la execración, la legitimidad ganada en las urnas se refrenda a tan solo un año de gobierno. Un Chiapas en paz, libre de violencia y sin derecho al miedo, restablecer el Estado de derecho y recuperar la gobernabilidad extraviada. Está en marcha la gran cruzada, la más grande batalla contra la ignorancia , la alfabetización, la educación de calidad, la que pone en el centro de los afanes del gobierno la dignidad humana, sabedor de que nos han vencido más por la ignorancia que por las armas. A ERA lo avala una limpia trayectoria como conciliador, negociador, administrador, constructor de instituciones, reformador de normas. Su pensamiento político es una defensa del liberalismo, la democracia, el humanismo que transforma y la razón sobre la intolerancia tóxica y el autoritarismo. Tenemos gobernador.