En 1988 trabajaba yo, junto con Andrés Fábregas Puig, como asesor cultural en el Instituto de Seguridad Social de los Trabajadores del Estado de Chiapas (ISSTECH), dirigido entonces por Marlene Herrera. Andrés empezó ahí su labor como creador, promotor y gestor de las artes y las expresiones de la diversidad humana que luego rendiría grandes frutos cuando dirigió el Instituto Chiapaneco de Cultura y cuando fue rector de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Yo completaba con esa chamba mis exiguos ingresos, además de aprender de quien ha sido uno de mis mayores maestros. Desde ahí organizamos ciclos de cine, mesas redondas, conferencias y exposiciones, además de editar publicaciones que trascendieron, en una época en la que las actividades culturales en Tuxtla Gutiérrez y en todo el estado eran escasas y esporádicas. Recuerdo con especial gusto la serie de charlas que se hizo en torno del Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas, en homenaje al movimiento cultural más importante del siglo XX en el estado, en las que participaron algunos de sus entonces sobrevivientes, como Eduardo J. Albores, Ramiro Jiménez Pozo, Carlos Ruiseñor Esquinca y Andrés Fábregas Roca. El maestro Fábregas, padre de Andrés, era un refugiado catalán que llegó a ser Capitán del Ejército Rojo en la Guerra Civil Española y terminó siendo un profesor de fábula de varias generaciones de tuxtlecos, enseñando francés, español, lógica, filosofía, sicología, biología y física, pero sobre todo un hombre cabal y congruente entre el pensar y el hacer, en la elección de la libertad como camino y la bonhomía como método. En aquel recordatorio de las andanzas del Ateneo, luego de que Carlitos Ruiseñor, periodista de buena pluma y estupenda charla interviniera con entusiasmo con la lectura y glosa de su texto, al que tituló “Tuxtla era una fiesta”, el maestro Fábregas, que hablaba con pausado acento catalán, elogió a mi tocayito, que ese trato me daba quien fue director de El Heraldo, el Diario de Chiapas y Número Uno y contó su propio recuerdo. Tuxtla Gutiérrez, dijo con impecable y ameno discurso, era entonces –fines de los 40 y principios de los 50–, una aldea grande que no alcanzaba los 50 mil habitantes, con una temporada de lluvias que era la verdadera razón por la que se llenaba el local del Ateneo, favorecido por su ubicación céntrica y por la necesidad de refugio de la gente que andaba en el rumbo y padecía los efectos de repentinas tormentas; de ahí podría inferirse la forma en que las conferencias de Fernando Castañón, Faustino Miranda, Jorge Olvera, Armando Duvalier, Miguel Álvarez del Toro y
otros actos se abarrotaban con asistentes involuntarios; el sentido del humor del maestro catalán describía bien la actitud displicente de los ateneístas, quienes no obstante destacar en sus áreas de creación o de conocimiento no ostentaban ínfulas y tenían a bien realizar ricas sesiones informales en la cantina El Ateneíto, propiedad del padre del poeta Óscar Oliva, donde daban a conocer a sus alegres pares sus investigaciones, libros, coreografías, pinturas, grabados o partituras, entre botanas de ensueño, cervezas y tragos de comiteco. Vinieron estos días a mi memoria por la muerte de Jean-Luc Godard, una de cuyas cintas, Prénom Carmen, se estrenó en el domo del ISSTECH en Tuxtla Gutiérrez, donde se hacía la mayor parte de las actividades culturales, antes que en la Ciudad de México, en una Semana cultural de Francia en Chiapas debida al ingenio de Andrés, a la buena disposición de Marlene y a la generosidad del Institut français d’Amérique latine (IFAL), ajena a burocratismos y abierta a compartir sus colecciones y materiales sin pago o contraprestación a cambio. El filme de Godard, hecho en 1983, es una versión de la ópera Carmen, de Bizet, epítome del poder femenino ejercido mediante el ejercicio voluntario e independiente de su sexualidad y de la reacción elemental y primitiva del macho “toreador” o el policía, que a eso se dedica el Antonio de la cinta, mientras que ahí Carmen es una terrorista a diferencia de la tabaquera que canta “L’amour est un oiseau rebelle”. Además de por la película, que ocupaba dos latas de cinta de 35 milímetros, viaje a México en avión para traer a Tuxtla una exposición de 60 carteles de cine francés que montaría en la semana destinada a la cultura gala. Imaginé que los afiches ocuparían unas dos cajas viniesen extendidos o enrollados, pero todos estaban ya colocados en bastidores o enmarcados, así que su volumen requería por lo menos una camioneta para su traslado al aeropuerto, sin que hubiese ninguna disponible en el rumbo de la Colonia Cuauhtémoc, ni fuese accesible para mi pagarla con los viáticos ajustados que llevaba, así que tomé dos taxis confiando en que el segundo no huyera con la mitad de la carga en el camino o los dos lo hicieran cuando hube de bajar al mostrador a intentar documentar el voluminoso préstamo del gobierno francés. No recibieron los cuadros en el sitio habitual de embarque y me instruyeron llevarlos de prisa a los hangares. Hasta ahí fui con los mismos dos taxis, sin tener suficiente dinero para pagar por el envío, pues apenas me alcanzó para las dejadas que los comprensivos choferes me cobraron baratas y debía hacer que uno de ellos me esperara para regresarme a la entonces única terminal. No había entonces teléfonos celulares ni llevaba yo tarjeta de crédito o débito, así que a regañadientes logré que
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de un teléfono de Mexicana de Aviación me permitieran hablar al ISSTECH para que pagaran a distancia el adeudo y me dejaran volar junto con los carteles. Se logró el acuerdo y fui recibido con silbidos en el avión, cuyo despegue se había demorado por mi causa. La exposición fue muy visitada, porque en el Domo había además actividades deportivas, talleres y personas necesitadas de refugio en días lluviosos, como los de ahora en que ha muerto Godard, asistido en su deseo de despedirse de la vida, con chubascos y a cántaros o en progresión de lloviznas, con la humedad invadiendo los rincones y los arroyos saliéndose de madre. La película fue vista en su única función por diez personas, incluidos el proyeccionista, Andrés y yo.
Carlos Román García Ladera del Cañón del Sumidero, con aguacero y escuchando a Elina Garanza como voz de Carmen 14 de septiembre de 2022, aniversario de la federación de Chiapas a México