Home Columnas ¿Podemos hablar de democracia?

¿Podemos hablar de democracia?

0
0

Juan Carlos Cal y Mayor

En estos tiempos de campaña el apasionamiento domina la razón y hasta el sentido común. Las personas se fanatizan. Las discusiones terminan en insultos y el fervor político adquiere matices religiosos y hasta fundamentalistas. Y claro, hay de todo en la viña del señor… Nos pasa por ejemplo cuando vienen los mundiales de futbol. Todos se vuelven expertos y hablan como si fueran directores técnicos. La fiebre se termina cuando no superamos el quinto partido. Y ahí viene la catarsis. La autoinmolación y nuestro ADN antropofágico. Nuestra crisis de identidad. La búsqueda de culpables o la conformidad con nuestro determinismo histórico. Y es ahí que mutamos en seres resilientes para elegir un nuevo favorito –Brasil, Alemania- y así vivir hasta el final la copa del mundo aunque nunca sea para nosotros.
Si se trata de la entrega de los óscares, todos nos confesamos cinéfilos, cuando en realidad no somos más que simples espectadores y público consumidor. Ahora resulta que “La forma del agua” de Guillermo del Toro es la obra maestra de todos los tiempos. Pero no basta con nuestra capacidad de apreciación estética. De no ser reconocida por la crítica internacional y posible ganadora de un montón de estatuillas en los óscares, habría pasado quizás inadvertida para el público mexicano.
En nuestro instinto gregario, victimas del consumismo, nadie se quiere perder el Super Bowl o la Serie Mundial, cuando jamás ha visto un partido durante toda la temporada. Se trata finalmente de un comportamiento inherente a los seres humanos con la diferencia de que cuando se trata de elegir a nuestros gobernantes y representantes populares, la conducta persiste pero la sustancia cambia. No se trata de ponerse la camiseta –en política se llama voto duro- como si se tratase de un clásico entre América y Guadalajara. Pero las personas toman partido. Y aquí hay que diferenciar un aspecto: una cosa es dedicarse a la política y participar dentro de un partido político y otra el ser mero simpatizante o mas bien un votante que se identifica con los colores de un partido ya sea por un interés personal o por la creencia de que su ideología es el camino donde debe transitarse para mejorar las condiciones de vida de tu país, tu estado o tu municipio. Otros más no votan o lo hacen indistintamente por sus impulsos, temores, aspiraciones o rencores, rehenes de la mercadotecnia y la propaganda asfixiante que viralizan los spots, los espectaculares, las planas diarias o mensajes televisivos o radiofónicos, los smarphones y redes sociales que terminan por enredarnos y hasta confundirnos.
La democracia se puede convertir en un circulo virtuoso o vicioso según sea el caso. Al fin de cuentas es un medio y no un fin en si misma. Es desde su acepción aristotélica la voluntad de las mayorías. Y en el sentido evolutivo que se supone ha caracterizado al homo sapiens, debería ser una herramienta para mejorar gradualmente la calidad de vida de las personas dentro de una comunidad, estado o nación. Pero paradójicamente las mayorías no siempre tienen la razón. Más si un pueblo es analfabeta, carente de educación y ausente de valores cívicos. Por eso hoy presenciamos con horror los acarreos de personas que no saben ni a que las llevan en las concentraciones masivas para que formen parte de una ficción que pretende simular la voluntad popular. Lastima el hecho de pensar que esas personas constituyan “mayorías” que deciden el destino de un pueblo.
La entrevista Díaz-Creelman (en 1908) podría considerarse un especie de testamento político de Don Porfirio el viejo patriarca que procuró transformar a México en una nación moderna. En ella advertía:  “Nuestra mayor dificultad la ha constituido el hecho de que el pueblo no se preocupa lo bastante acerca de los asuntos públicos, como para formar una democracia. El mexicano, por regla general, piensa mucho en sus propios derechos y está siempre dispuesto a asegurarlos. Pero no piensa mucho en los derechos de los demás. Piensa en sus propios privilegios, pero no en sus deberes. La base de un gobierno democrático la constituye el poder de controlarse y hacerlo le es dado solamente a aquellos quienes conocen los derechos de sus vecinos.”
En pocas palabras el riesgo para el futuro del país y ya no se diga de estados como el nuestro sumidos en la ignorancia es que la democracia funciona en sentido inverso. Que nuestra clientela de un millón de votos se ofrezca al mejor postor. Que los medianamente informados se preocupen por la política en tiempos electorales como pasa en las finales del futbol. Que los líderes de opinión la manipulen a conveniencia. Que para ganar una elección se invierta  dinero a manos llenas sin importar su procedencia. Que las propuestas de campaña se vulgaricen en el ofertismo. Que se compita por ver quien lleva más miles a sus mítines. Que no haya ideas en nuestros liderazgos porque tampoco existe conocimiento de causa. Que la ambición sea el motor y no la gasolina. Que se pelen por el manubrio aunque no conozcan ni el camino…
jccymf@yahoo.com

LEAVE YOUR COMMENT

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *