Carlos Román García
Eduardo Ramírez ha inaugurado una nueva manera de hacer política en Chiapas, que tiene como referente el legado de las mujeres y los hombres que a lo largo de la historia han coincidido en lo que Jan de Vos llamó el sentimiento chiapaneco: la voluntad de decidir de manera libre y autónoma los asuntos concernientes a su destino. El extraordinario historiador belga llegó como cura al pueblo tseltal de Bachajón a principios de los 70 del siglo XX, siendo integrante de la orden jesuita, y luego dedicó décadas a la investigación de temas torales del devenir chiapaneco, de sus territorios y sus ciclos históricos.
El discurso que Mariano Robles Domínguez, diputado de la Provincia de Las Chiapas, del Reino de Guatemala, dio en las Cortes Generales y Extraordinarias de Cádiz, ocurridas entre 1812 y 1814, fue claro e inequívoco. Luego de 300 años, dijo, Las Chiapas han estado en el abandono por parte de la Capitanía General, pero no se limitó a la queja, se comprometió a “procurar con todas mis fuerzas y cortos conocimientos el remedio de los males que oprimen a los miserables habitantes de la referida provincia, y de proponer todos los medios de prosperidad, de que son susceptibles por su natural disposición”.
Robles Domínguez propugnó en Cádiz por la creación de una diputación provincial para Chiapas; la habilitación de los puertos de Tonalá y Tapachula para comerciar con las provincias de Guatemala, Nueva España y Perú; la fundación de una universidad en Ciudad Real, con base en el Seminario Conciliar, dotando con becas a doce indios “con los réditos o bienes propios de sus comunidades”; por incentivar fiscalmente la navegación en los ríos de Chiapa y Ocosingo, y otorgar a Comitán la categoría de ciudad y la de villa a Tuxtla, Tonalá, Tapachula y Palenque.
Fue la primera vez que el nombre de Chiapas apareció en el concierto universal como el de una entidad diferente de su metrópoli. En la voz de su representante se inauguró la costumbre que distingue a las y los chiapanecos, pensar por cuenta propia y actuar en consecuencia, teniendo el deber con el pueblo como único compromiso. Así sucedió después, cuando el 28 de agosto de 1821 el Ayuntamiento de la Villa de Santa María de Comitán declaró, la primera en el contexto centroamericano, su independencia de la corona española y, de alguna manera, también de la Capitanía General de Guatemala; ocurrió cuando el Plan de Chiapa Libre vino a reafirmar la convicción local de que nadie puede usurpar la voluntad que nos une e identifica.
Volvió a pasar cuando el resultado del plebiscito en el que participaron los doce partidos que conformaban la Provincia: Ciudad Real, Tuxtla, Llanos, Simojovel, San Andrés, Huixtán, Palenque, Ocosingo, Tonalá, Ixtacomitán, Tila y Tapachula, se inclinó por la federación a la República mexicana y no a las Provincias Unidas del Centro de América. En todo este proceso tuvo un papel fundamental Joaquín Miguel Gutiérrez, el héroe epónimo de la capital chiapaneca, quien fue uno de los redactores del Plan de Chiapa Libre, junto con fray Ignacio Barnoya, prócer olvidado, y luego participó en la federación a México, acaecida el 14 de septiembre de 1824, fecha próxima al bicentenario. Fue también diputado en el primer congreso de la Unión, y secretario de la cámara baja. En su hacer parlamentario, Gutiérrez dejó como impronta una inocultable vocación federalista.
El 8 de junio de 1838, después de una heroica resistencia, Joaquín Miguel Gutiérrez cayó en combate contra las fuerzas centralistas detrás de la Catedral de Tuxtla, ciudad que desde 1843 lleva su nombre, en el callejón que se conoce por ese suceso como de los sacrificios. Recuerdo aquí uno de los sueños de Eduardo Ramírez: establecer, donde ahora hay apenas una pequeña placa, una llama votiva que recuerde la memoria de Joaquín Miguel de manera digna y perenne.
El sentimiento chiapaneco se hizo presente de nuevo cuando Ángel Albino Corzo volvió realidad las Leyes de Reforma en el estado, cumpliendo con el establecimiento del Registro Civil, institución laica, con la boda de una de sus hijas. Corzo fue un político sin vocación, pero con alto sentido del deber, que en aras de sus luchas perdió la hacienda y la vida, siendo siempre congruente. Hubo chiapanecos en la batalla del 5 de mayo en que, como dice la frase patriótica, las armas nacionales se cubrieron de gloria.
La determinación de defender la soberanía del estado ante cualquier amenaza externa estuvo presente en la firma del Acta de Canguí, el 2 de diciembre de 1914, cuando los finqueros de Chiapa, Acala y la Frailesca se levantaron en armas contra la que llamaron incursión filibustera del carrancismo; opuestos a la imposición de gobernadores desde el centro y por la vía de la violencia política.
A su líder, Tiburcio Fernández Ruiz, el primer gobernador de la posrevolución, le tocó aplicar algunas de las medidas agrarias a las que los mapaches se habían opuesto, aunque fue Carlos A. Vidal, su contrario en la guerra, quien radicalizó después esas medidas y confirió, entre los primeros estados del país junto con el Yucatán de Felipe Carrillo Puerto, el voto a las mujeres.
A estos hitos históricos se pueden sumar otros momentos clave, especialmente en el terreno de la cultura, las artes, la investigación científica y humanística: los gobiernos de Francisco J. Grajales y de Patrocinio González Garrido, con algunas acciones relevantes de Juan Sabines Gutiérrez, y posteriormente de Javier López Moreno, Roberto Albores Guillén y Pablo Salazar Mendiguchía.
Ahora, la nueva era es encabezada por Eduardo Ramírez, cuya inspiración son los hechos cruciales a los que he referido, que de una u otra manera, están presentes en el libro que ha sido motivo de esta convocatoria. Especial mención merece el Plan de Chiapa Libre, que equivalió en su tiempo a la restauración local del Plan de Iguala, arenga que demostró el dicho de Jan de Vos, de que las rebeliones en estas latitudes siempre están acompañadas de documentos que dan sustento a sus causas y rumbo a sus batallas, desde la proclamación de Independencia de la Villa de Santa María de Comitán hasta la Primera Declaración de la Selva Lacandona.
En cada uno de los torrentes que de lejos han venido, dijeran a dúo De Vos y Eraclio Zepeda, queda testimonio escrito y el que arranca con la nueva era es este Chiapas Transformador 2024, epítome de la biblioteca de los sueños de libertad, justicia y bien común de nuestro estado. Como pocos de los mandatarios y políticos con los que he colaborado, algunos arriba mencionados, Eduardo Ramírez habla de historia con soltura, cita datos escasamente conocidos y plantea a sus interlocutores preguntas profundas y agudas; no lo hace para presumir erudición, sino por un genuino espíritu patriótico y un claro interés por aprender de nuestro devenir las grandes lecciones que se derivan de sus etapas cruciales.
Hay momentos que merecen ser contados desde una visión descolonizada en la que sean las y los escritores, historiadores e investigadores sociales de los pueblos originarios los protagonistas de su propia historia, y ahonden y prosigan la brecha abierta por los pioneros de la nueva historiografía chiapaneca como Antonio García de León, Juan Pedro Viqueira, Mario Humberto Ruz, Dolores Aramoni, Jan Rus, Mario Vázquez Olivera y Amanda Torres Freyermuth, entre otros pensadores notables.
También hay que volver a contar la historia de la resistencia indígena, como lo hizo en su tiempo el recordado maestro sancristobalense Prudencio Moscoso: el motín zoque de Tuxtla en 1693, la rebelión tseltal de Cancuc en 1712, la guerra de castas en 1867, la del Pajarito Jacinto Pérez Chixtot en 1911, el Congreso Indígena de 1974 y el levantamiento zapatista.
A promover el arte y la literatura indígena han contribuido en distintos momentos Marco Antonio Montero, Carlos Jurado, Rosario Castellanos, Jacinto Arias Pérez, Andrés Fábregas Puig, Francisco Álvarez Quiñones, Petrona de la Cruz, Juan Gallo, Maruch Santiz y Enrique Pérez López, entre los más relevantes.
También deben tener su lugar las historias de los afrodescendientes, que a diferencia de Oaxaca, Guerrero y Veracruz no han sido vindicados a pesar de la huella que dejaron en la Frailesca, la Costa y el Soconusco, en elementos tan importantes como la marimba, que no es sólo parte de la identidad de los mestizos, y es inequívocamente de origen africano, aunque con su parte indígena.
También están presentes en la chanfaina, la cabeza horneada y otros guisos en los que los ingredientes, despreciados por los blancos, eran guisados como en su tierra de origen, el África occidental, con los productos traídos de Europa y de Asia. Cabe aquí reconocer el aporte que han hecho a esos estudios Juan González Esponda y Benjamín Lorenzana.
Caben los relatos de los japoneses de Acacoyagua, los chinos de Huixtla y Tapachula, los norteamericanos de Arriaga y el registro de las muchas maneras de hablar el español con palabras que nos distinguen e identifican, como el voseo, que dulcifica el trato y aligera la carga de las desigualdades sociales.
En este libro, Eduardo Ramírez recoge las aspiraciones añejas de las y los chiapanecos y las actualiza con un diagnóstico fino que no excluye la crudeza de los datos ni esconde la profundidad y el alcance de los cambios que son necesarios para que Chiapas inicie la nueva era. Su propuesta abruma por su sencillez, se trata de tener y ejercer una voluntad que no se detenga en las dificultades, sino que sea capaz de resiliencia y de mantener a la libertad como valor supremo y a la democracia como la mejor forma para la convivencia.
Ninguno de los personajes que he mencionado, como ninguno de los presidentes de la República usó, según mi memoria, un lema en una lengua originaria como hace Eduardo Ramírez con su jam ach’ulel, recuperación de la memoria y apropiación para el colectivo de un elemento que viene de nuestra cultura profunda, de la misma raíz, abre la consciencia a la nueva era.
Pasión, visión y compromiso, que nos convocan, unen y hermanan.
Muchas gracias.