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Pidamos lo posible / La Feria

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Sr. López

 

No sabe este menda cómo eran las cosas en su casa, pero en el centro de adiestramiento que le tocó a su texto servidor, las funciones estaban muy claras: doña Yolanda administraba dinero y bienes, establecía normas y tareas domésticas a su prole; don Víctor, por su lado, era proveedor y responsable del orden. Ella de todo hacía un tango apache, para discreta diversión de sus retoños y él, por el contrario, muy poca saliva usó en la vida para mantener los estándares de respeto y disciplina, pero con una alzada de ceja ponía en “firmes” a una batucada en Río de Janeiro. Era mejor llevar la fiesta en paz.

 

Gobernar es como un conducir un carruaje tirado por caballos, las riendas las lleva el que se haya hecho con el mando, tiran los funcionarios que él haya elegido para cada función y los pasajeros somos los del peladaje estándar.

 

El conductor de aquellos troncos de caballos, sabía que lo importante eran los dos que iban al frente de cada fila: ellos se encargaban de marcar el paso, dirección y fuerza de la trancada de los demás; por eso les llamaban caballos guías. A esos dos estaba especialmente atento y a veces les dirigía silbidos o voces que siempre entendían.

 

Al ejercer el poder público, esos dos, los más importantes, son el encargado de la procuración de justicia y el responsable del dinero.

 

La principal y esencial función del gobernante es respetar y hacer respetar la ley. Eso es la procuración de justicia, que ahora llamamos Fiscalía sin saber la importantísima razón del cambio de nombre. Pero, es lo mismo, le digan cómo le digan: alguien es responsable de procurar justicia igual siempre a todos; si esa persona carece de las prendas o de la experiencia en tan compleja labor, todo lo que haga el gobernante, por bien que lo haga, se diluye entre ilegalidades, impunidades y violaciones al derecho de la ciudadanía. De ahí la importancia de que se nombre al frente de tamaña responsabilidad a quien conozca al dedillo los entresijos de la ley y los procedimientos para aplicarla. Y lo haga.

 

Por su lado el responsable del dinero es vital para que sean posibles las acciones del gobernante. La correcta administración de las finanzas públicas facilita o entorpece, permite o imposibilita, la ejecución del programa de gobierno. Es grave que el encargado de la hacienda pública frene el gasto por una equivocada prudencia, tanto como cuando es un manirroto que a todo dice sí y desfonda el erario.

 

Note el avispado lector que no se ha mencionado la honestidad entre las características que deben tener las dos personas de las que depende todo el hacer gubernamental. La honestidad es una premisa. Es un coprincipio. La esencia del buen gobierno se compone simultáneamente de varias cosas que lo hacen posible: capacidad de mando, aprendizaje rápido, intuir a la gente, distinguir lo importante de lo urgente y todo lo que deriva de cuatro virtudes ahora no mencionadas casi nunca, por aquello del laicismo mal entendido al uso: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Todo se va al traste (usted puede poner el nombre del rancho del señor Presidente, si le parece mejor), cuando el gobernante y/o sus dos principales escuderos son corruptos: nada es posible si la brújula del hacer público es el beneficio privado. Sabio se ha vuelto López.

 

Cabe hacer mención de que no se puede imponer a funcionarios ni servidores públicos, la santidad como estándar de conducta. Lo perfección en cosas humanas es inexistente. La perfección es un vano afán. No existen los santos y los que algunas religiones así consideran, es a sabiendas de que tales personajes ejemplares cometían y cometieron, errores, faltas y pecados. Nosotros, los orgullosos tenochcas simplex tenemos la clara e inexplicable inclinación a esperar y hasta exigir de nuestros gobernantes la beatitud como regla de vida: eso no existe. Lo que es posible es la decencia.

 

El lema de Herbert Marcuse, “seamos realistas, pidamos lo imposible”, se ha interpretado e implantado en ciertos sectores de oposicionistas de profesión (muy rentable), que interpretan bobamente el sentido original, la intención, del filósofo alemán cuando lo dijo, refiriéndose a la revolución interna del individuo que debe recuperar la realidad de que es posible lo que imaginamos como imposible: sí es posible un mundo sin miseria, sí es posible la justicia, sí es posible la honestidad (pública y privada), sí es posible el respeto igual a la dignidad de las personas (nota del tecladista: aquí queda inserto el correctísimo feminismo, que repudia de ese mujerismo que por satisfecho se da si en el habla se impone el “ellas y ellos” -el inmensamente ignorante Maduro de Venezuela, dijo en un discurso el 6 de agosto de 2013: “millones y millonas de seguidores”-, y celebra como apoteosis de la igualdad, la tipificación del feminicidio como triunfo definitivo, sin ver que considerar el sexo como agravante del asesinato es un altar a la desigualdad de las personas.

 

Así las cosas, quien quiere gobernar bien, debe tener a su lado a quien cuide de la procuración de justicia y del erario. Mucho cuidado cuando en esas dos áreas hay inexperiencia o improvisación. No basta la honestidad. Esa tríada de gobernante y dupla de expertos, pone orden en el resto de la estructura burocrática. Perezosos o retobones, bandidos o negligentes, improvisados o falsarios, tarde que temprano serán detectados por quien cuida los dineros públicos o por quien atiende a la aplicación de la ley… y será mucho más temprano que tarde cuando la hacienda y la fiscalía estén al mando de personas duchas en su materia, verdaderos peritos en cosas tan complicadas de suyo.

 

La gente, la ciudadanía, por su lado seguirá cumpliéndole a la vida como la generalidad siempre hace, aunque en nuestra risueña patria sería aconsejable recuperar la capacidad de indignación, no es tolerancia el conformismo, y el ‘marchismo’ y el protestar por sistema contra la autoridad son falsas válvulas de escape: seamos realistas, pidamos lo posible.

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