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Pax Jaguar: A 100 días

Pax Jaguar: A 100 días
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Alejandro Flores Cancino

En un estado históricamente marcado por la resistencia indígena, la pobreza extrema y la disputa territorial, el cambio de gobierno en Chiapas ha sorprendido a propios y extraños por la relativa calma con la que Eduardo Ramírez Aguilar ha asumido el poder. Este fenómeno, que bien pudiera denominarse Pax Jaguar, plantea una incógnita política: ¿es este un (in)esperado respiro o simplemente la calma antes de la tormenta?

Eduardo Ramírez no es un improvisado en la política chiapaneca. Ha sabido tejer alianzas estratégicas con el gobierno federal, alinear intereses locales y, sobre todo, comprender la complejidad social de un estado que ha sido cuna de movimientos emblemáticos como el zapatismo. Chiapas es un territorio con una identidad política y cultural profundamente arraigada en la resistencia.

A diferencia de sus predecesores, cuya llegada al poder solía desencadenar bloqueos, protestas y levantamientos comunitarios, el Jaguar ha apostado por el diálogo y la mediación. Su cercanía con las bases sociales, sumada a su habilidad para mantener a raya a las élites políticas y empresariales, ha permitido una transición pacífica que pocos anticipaban.

¿Paz o tregua estratégica?

Sin embargo, la Pax Jaguar no debe confundirse con una paz duradera. En Chiapas, la estabilidad siempre ha sido frágil y, a menudo, temporal. Los movimientos indígenas y magisteriales, las organizaciones campesinas y las comunidades desplazadas han aprendido que el silencio institucional suele ser preludio de la traición.

ERA enfrenta un reto monumental: atender las causas profundas del descontento social, desde la falta de acceso a servicios básicos hasta la defensa del territorio frente a megaproyectos extractivos. Si este gobierno prioriza el control político sobre la justicia social, esta aparente calma podría desmoronarse tan rápido como surgió.

La verdadera prueba para el Jaguar no está en sofocar la protesta social, sino en construir puentes de diálogo genuino con las partes que han sido históricamente marginadas. De lo contrario, la Pax Jaguar quedará como un espejismo político, una tregua silenciosa que solo pospone el inevitable rugido de quienes exigen justicia y dignidad en una tierra que nunca ha conocido la verdadera paz.

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