Sr. López
Sin bromas, ayer al alba del Señor, la Cámara de Diputados aprobó el presupuesto nacional de egresos del próximo año. Otra vez como tantas otras, hubo gritos y sombrerazos. Y otra vez, como tantas otras, la mayoría aprobó lo que le pareció mejor.
A riesgo de perder su estima, estimado lector (en humilde singular), y que se ponga usted trompudo, este menda sostiene que eso es lo más natural en cualquier democracia: la mayoría manda. Ni modo que la minoría.
Así lo han hecho siempre nuestros tribunos (bueno, algunos son triburros, pero son minoría, créalo). Como sea, con el voto de la mayoría, la Cámara de Diputados aprobó el Presupuesto de Egresos de la Federación para el próximo año, sin señalar partida alguna para la reconstrucción de Guerrero y disminuyendo a la Secretaría de Salud más de la mitad de su presupuesto (el 55.8%). Y lo demás ya es lo de menos. Por sus presupuestos los conoceréis (debería estar en la Biblia).
Pero le insisto, así es esto de la democracia y vale aunque nunca falten algunos o alguno que se indigne como el que dijo:
“(…) se ha aprobado el ignominioso documento y debiendo pasar de la discusión de lo general a lo particular, no se hizo así, contra toda regla. El reglamento y la práctica se han hollado escandalosamente (…) no hay leyes ni ejemplos que valgan, nuestros diputados han tomado con obstinación el camino de la perdición y es trabajo en vano querer separarlos de él (…) la obra de perfidia quedó consumada”.
Y dirá usted, ¿quién es este loco que habla tan chistoso?… ¡ah!, bueno, son palabras (adaptadas) que este su texto servidor tomó de la carta que Valentín Gómez Farías dirigió a sus hijos un día después de que nuestro Congreso aprobó vender (VENDER) más de la mitad del territorio nacional a los EUA por la módica cantidad de 15 millones de pesos (una bicoca, una oferta mejor que la de los sartenes a los que nada se les pega… y ni es cierto), pero eso sí, se vendió en estricto apego a la regla de oro de que en democracia, la mayoría manda. Llaman a eso el Tratado Guadalupe Hidalgo, porque se oía fatal: operación de compra-venta por collones, que fue por eso.
Esta operación de bienes raíces que solo algunos desvelados patrioteros y politiqueros, llaman “pérdida de territorio”, la aprobó la Cámara de Diputados el 19 de mayo de 1848 por 48 votos a favor y 36 en contra; y el día 20 (traían prisa), la aprobaron los senadores con 33 votos contra cuatro (abrumadora mayoría, para darles una lección de democracia legalita a los oposicionistas de siempre).
No es para que se irrite usted pero fue en el Senado yanqui donde ratificaron el “tratado” muy a regañadientes, con las airadas protestas de un tal Abraham Lincoln, congresista republicano quien ya de 1847 había puesto el grito en el cielo por la invasión a nuestro país, acusando al presidente James Polk de invadir México sin provocaciones: “Declaran la guerra con engaños, afirmando que sangre americana fue derramada en territorio americano”; y casi le cuesta su carrera política.
Otro que se opuso a la invasión de Mexico (y su consecuencia de robo de nuestro territorio), fue el general Ulysses S. Grant, que sabía lo que decía porque participó en la invasión y declaró que se trató de la guerra más injusta jamás librada… y cuando estalló la Guerra Civil allá, dijo que fue un “castigo divino para Estados Unidos por su agresión contra México”. ¡Zaz!
El que firmó el contrato de compra-venta (el “tratado”) de parte del tío Sam, fue un tal Nicolas Trist, quien de regreso a su país dijo que al momento de firmar: “Mi sentimiento de vergüenza como estadounidense era mucho más fuerte de lo que podía ser el de los mexicanos”.
Ahora resulta que en los EUA había no pocos y muy importantes del lado de la causa mexicana, por lo pronto todo el Partido Whig que fue el antecedente del actual Partido Republicano.
Pero en los EUA no contaban con la decidida y muy democrática aprobación de nuestro Congreso de lo que a ellos escandalizaba. Total.
El tío Sam pagó rapidito los 15 millones, sabiendo que era la oferta del siglo y según los documentos que reposan en el Senado yanqui, el concepto del pago fue (es): “en consideración de la extensión adquirida por las fronteras de Estados Unidos”. ¡Qué considerados!… pero, fíjese bien, dice “adquirida” (y pagada).
Esa decisión de la democrática mayoría de nuestro Congreso le impidió y le impide a México, exigir la indemnización del caso, dada la imposibilidad de que nos desalojen los 2 millones 378 mil 539 kilómetros cuadrados que se quedaron (ya fincaron y viven muchos ahí… mucha mudanza, mucha lata). Y para que se le disloque el occipucio, recuerde que nos quedó de territorio 1 millón 964 mil 375 kilómetros cuadrados, de los 4 millones 342 mil 914 que medía el país antes de la decisión por mayoría de nuestro Congreso (nada más vendieron el 55% del país… legalito, ¿eh?, nada de andar cuestionando las decisiones de la mayoría, democracia es democracia).
Y lo de la indemnización, no son sueños, el gobierno de los EUA, a través de su Departamento de Justicia, ha pagado cifras multimillonarias a las tribus de indios que despojaron de sus tierras… ¿por qué?… porque la ley es la ley y sus tribunales reconocen que se robaron las tierras y reparan el daño en metálico, contante y sonante.
Al 30 de enero de este año han reconocido a 574 entidades tribales nativas americanas como tribus indias americanas y les han pagado, a la fecha, arriba de 20 mil millones de dólares; tan cerca como diciembre del año pasado se celebró en la Casa Blanca, La Cumbre de Naciones Tribales, en la que el gobierno se comprometió a “ayudar a esas comunidades autóctonas, así como a dar una mayor inclusión a estos grupos en la toma de decisiones del gobierno y la financiación de sus comunidades”.
Bueno, pero como nosotros vendimos, ya ni modo.
Así las cosas, el presupuesto del año próximo es perfectamente legal y democrático, lástima que la mayoría de votos no asegure un decente paso a la historia.