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Parranda / La Feria

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Sr. López 

Ante la birria que era la selección de futbol del colegio en que estudió este menda; cansados maestros, padres de familia y el alumnado todo, de pasar vergüenzas en partidos con marcadores de pena ajena, el Perro Silva, maestro de deportes y entrenador de futbol, sustituyó a todos los jugadores de nuestra selección con un grupo llanero que nunca había visto una cancha de pasto y que jugaban ‘fauleando’ hasta al árbitro: no sabían perder y no perdían. Ese año nuestro colegio se coronó campeón, pero don Ismael, el director del plantel, señor sabio y decentísimo, que jamás iba a los partidos, se enteró cómo había sido la cosa, no puso la copa en la vitrina de trofeos y corrió al Perro. “No ganamos nada, perdimos la decencia”, decían que dijo. Sí. 

La principal fortaleza de Morena es el Presidente de nuestra república, Andrés Manuel López Obrador. La principal debilidad de Morena, es el Presidente de nuestra república, Andrés Manuel López Obrador. 

No anda de cachondeo este menda. Es la verdad. Morena hoy tiene un poderoso motor en la persona de su creador y líder indiscutible. Pero Morena es un movimiento no un partido y carece de vida interna propia; sin López Obrador, está destinado a una lucha intestina de tribus, en la que puede salir ganadora la tricolor, la más experta en la lucha libre en lodo. 

Una sólida tradición de la política mexicana era el poder omnímodo de nuestros presidentes que en la práctica, eran la cara visible (temporal) del PRI, ese aparato político invencible por dos razones: la mala, su carencia de respeto por la democracia; la buena, sus indiscutibles buenos resultados respecto de nosotros los integrantes del peladaje nacional. El PRI ganaba sin competir porque la gente ejercía una abstención positiva, los dejaba en el poder porque el poder beneficiaba a la mayoría. 

El poderío presidencial de López Obrador y la meteórica escalada de triunfos electorales de Morena, asombra a quienes llegaron a edad de uso de credencial para votar, hace 30 años o menos, pero no sorprende a nadie que recuerde, por ejemplo, de López Mateos para acá. Los viejos (adultos mayores se dice ahora), ven eso como lo propio del poder y hasta lo consideran correcto; por algo las encuestas muestran que los de más de 50 de edad son los que más votan por Morena. 

El poder del actual Presidente ni se acerca al de los de aquellos tiempos, cuando el PRI controlaba toda la estructura de gobierno, todas las alcaldías, todos los gobernadores y congresos locales, al Congreso de la Unión y la Suprema Corte; en tanto que ahora, los comicios son en serio, el Poder Legislativo federal no es el gato del Ejecutivo, ni la Corte, a más de que antes no existían los órganos autónomos ni las organizaciones no gubernamentales. El poder de ogaño es poco junto al de antes, cuando México era un país aislado en el que se hacía lo que venía en gana al grupo en el poder, el “sistema”, el PRI imperial que no volverá. 

El actual Presidente de nuestro país intentó serlo dos veces y perdió en ambas; ganó en la tercera. ¿Qué cambió?… ¿la ciudadanía cobró conciencia cívica de golpe y porrazo?… 

¿hubo una conversión masiva a la verdadera fe morenista?… ¿de veras?… ¿o más bien el que cambió fue López Obrador?, sí, enfrentado al implacable calendario, ya de 65 de edad, sabía que su tercer intento era el último; hizo lo que siempre hizo antes, sus giras infinitas, su hablar en mítines de 15 asistentes o de 50 mil, su discurso machacón de siempre… ¿qué cambió, porque sí ganó?, ganó porque cedió. 

Perdió mientras fue inflexible con el poder establecido; perdió mientras los integrantes de la élite política y económica, nacional y extranjera, lo vieron como una amenaza a sus intereses. Pero cedió, tal vez no en sus convicciones más íntimas, pero sí en su actitud de Savonarola que los iba a meter a todos en una pira para purificar la vida nacional. Cedió, no habría persecuciones ni ajustes de cuentas. Cedió. 

Incorporó a Alfonso Romo, un destacado integrante de la clase empresarial que convenció a muchos de sus pares de que no pasaría nada, que sus negocios estaban seguros; tuvo reuniones con Larry Fink de BlackRock, el personaje más importante del mundo del dinero, y lo convenció: él solo iba a gobernar honestamente, respetando contratos y compromisos, lo que no cambiaría las proyecciones de sus negocios en el país. 

Y en el flanco político, sin pudor, increíblemente, incorporó priistas de tomo y lomo, en particular a Manuel Bartlett, otrora su enemigo por ser quien orquestó la “caída del sistema” cuando le robaron la elección a Cuauhtémoc Cárdenas, para trepar a Salinas de Gortari a la presidencia, sí, al innombrable, al villano favorito de López Obrador. No hay espacio para nombrar a otras destacadas personalidades priistas que se treparon a Morena, sabedores del fiasco del PRI peñanietista que tenía sus días contados, por lo que convenía cambiar de ropaje, cambiar todo para que todo siguiera igual, diría Lampedusa (lectura recomendada, El Gatopardo, no se la pierda). 

Cualquiera diría que eso es cinismo y eso es, pero no se hace política con manuales de buenas maneras ni el catecismo de Ripalda. No en México. 

Los priistas del 2018 y los de ahora, migraron a Morena pero se llevaron con ellos sus estructuras, el control de sus bases y a sus operadores, que dan resultados si hay dinero, mucho dinero y eso ahora, le sobra a Morena. Por eso el PRI se desfondó tan escandalosamente, quedó el cascarón. 

Si lo duda, nada más recapacite en que los últimos cuatro gobiernos estatales que ganó Morena el domingo pasado, los ganó con tres candidatos del PRI (Durango, Marina Vitela, 16 años de militancia en el PRI; Hidalgo, Julio Menchaca 35 años en el PRI; Tamaulipas Américo Villareal, 34 años tricolor); y una del Verde (Quintana Roo, Mara Lezama). 

Los morenistas sinceros y convencidos se van a desayunar tarde o temprano con la noticia de que el fallecido PRI, no estaba muerto, se maquilló, cambió de ropa y regresó… no andaba de parranda.

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