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País en llamas / La Feria

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Sr. López

 

Tía Juana era prima hermana de la abuela Elena (rama paterno-autleca de este menda, los de mero Jalisco), casada con tío Nachón, de nombre Ignacio, pero era tal su talla que Nacho le quedaba corto. Tía Juana aportó al matrimonio una belleza que de vieja todavía se le notaba -mucho-, y varios ranchos que heredó y su marido administraba. Él aportó sus dos metros de estatura, su musculatura de mulo de Kentucky y una carota que hacía que los muy bragados se cambiaran de banqueta. Lo que hicieron juntos fue una marimba de catorce hijos (ocho mujeres y seis varones). Tío Nachón era un macho-macho, de película en blanco y negro de la época de oro del cine nacional, de pocas palabras, mirada de acero, brusco de modos y pocas luces. Tía Juana, aparte de humillación de la Diana cazadora (que ni se llama así), era alegre y el día se le iba en decirle al marido: -Lo que tú digas, viejo –pero, contaba la abuela, en cuanto pardeaba la tarde, se sentaba bajo el portal de la entrada de su casa, jugaba solitario, e iban pasando mayordomos y caporales, para consultar si hacían lo que había mandado el patrón (su férreo esposo), y ella daba a todos instrucciones que él nunca contradijo. Igual los catorce hijos, estaban enseñados a decir siempre: -Sí papá –y ya luego se arreglaban con la mamá. Decía la abuela: -Si Juana hubiera dejado mandar a tu tío, hubieran perdido todo…y él, mientras le digan que sí, está contento –y así era.

 Es muy discutible eso que llaman ‘Estado fallido’ y se presta a valoraciones sesgadas, subjetivas o de intenciones inconfesables. No son pocos los que han calificado a México como un ‘Estado fallido’ o que para allá va. Digamos que no, que no lo es, porque al menos, nadie tiene duda de cuáles son nuestras fronteras, ni hay ninguna organización internacional que dude a quién dirigirse para firmar un convenio, acuerdo o pacto ni mucho menos, a quién reclamarle algo. Sí, nuestros gobiernos nacionales, de Juárez a la fecha, tienen reconocimiento general en el planeta (con algunos soponcios en el siglo XIX, luego en tiempos de Huerta y durante la Revolución, pero se resolvieron sin muchas fiebres).

 Sin embargo, no estorba revisar qué características reúne un Estado que amerite ser llamado así, fallido:

 La primera es la pérdida del efectivo monopolio del uso de la fuerza. Qué pena con el ciudadano Presidente, pero para esto no existe un IIA (Índice Internacional de Abrazos), no, aunque sea feo, es la fuerza, los fusiles y los garrotes, lo primero a tomar en cuenta. Y por más que la delincuencia organizada esté lejísimos de ser un reto para el Estado, lo reta; no controla ‘regiones’ pero sí zonas y no gobierna ninguna ciudad pero en varias, no muchas pero no pocas, tiene infiltrados los gobiernos locales. La seguridad pública es aún una aspiración. El delito jamás desaparecerá de la faz de la Tierra, la delincuencia organizada tal vez tampoco, pero pisando muy quedito, bien escondida en los albañales, sabiendo que el que la hace lo más seguro es que la pague. Eso, en México, es tarea pendiente.

 La segunda es la merma habitual de la recaudación fiscal por evasión, elusión y un amplio mercado informal. Este asunto en México ronda el límite de la tragedia.

 Otras características del ‘Estado fallido’, no en orden de importancia, son: la degradación de la autoridad gubernamental, entendiendo por ‘degradación’ la disminución de facultades y cualidades que deriva en la falta generalizada de respeto de parte de la ciudadanía: sin comentarios. Otra es la deficiencia general en el suministro de servicios básicos, también sin comentarios con una nota del momento: la pandemia avanza a tal grado que si no reacciona el gobierno federal, quedará exhibido el país como una república bananera en la más insultante acepción (todo se puede defender en el discurso; el desfile de ataúdes aniquila cualquier explicación y gráfica). Otras singularidades de un ‘Estado fallido’, son: no poder imponer el cumplimiento general de la ley (que su violación sea excepción) y coexistir con altas tasas de criminalidad; la ineficiencia judicial; la interferencia militar en el ámbito de lo civil (Palacio… tenemos un problema: la Guardia Nacional en los hechos es la policía federal militarizada; la Secretaría de la defensa se ha transformado en cuerpo de migración, la principal constructora del país y administradora de aduanas, eso no anuncia tiempos mejores: zapatero a tus zapatos).

 No es discutible la elevada popularidad del Presidente (siempre cerca del 50% en las encuestas), sin que nadie recapacite en que esto de gobernar no es concurso de simpatía ni aplausos. Que alguien le avise al Presidente que ya ganó la elección, que ya no es candidato, que el estadio está vacío, el partido, la contienda electoral, terminó hace dos años y 19 días.

 Tampoco se puede ocultar que el gobierno que encabeza desde el 1 de diciembre de 2018, no ha dado resultados, no está dando resultados; gana encuestas (si es que son de fiar), es dueño del micrófono y el reflector, pero no se le entregó el poder para eso sino para cumplir y hacer cumplir la ley, tarea mucho más que suficiente, difícil y por ver, aún por ver, ya cerca de la tercera parte de su periodo.

 El Presidente, contra toda lógica y conclusión racional no es tonto. Algún día será inocultable cuál es su verdadero proyecto, pero se puede anticipar que sea el que sea, pasa por conservar el próximo año el control del Congreso y ampliar su radio de influencia en cuantos estados como le sea posible, de los 15 en que estarán en la balanza los cargos de Gobernador y los 30 en que se elegirán congresos locales, ya sin contar ayuntamientos.

 Por eso el circo de tres pistas de altos exfuncionarios correteados o ya detenidos. No hacía falta esperar de diciembre de 2018 a julio de 2020 para empezar a barrer la casa.

 Alguien tiene que gobernar: los secretarios de estado y gobernadores van a tener que asumir sus responsabilidades. El Presidente, está en campaña, el país en llamas.

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