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Otra vez cebolla / La Feria

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Sr. López 

Le dije hace años que la abuela Elena contaba que por los años 20 del siglo pasado, llegó a Autlán un elegante médico joven bien plantado, con unos diplomas muy bonitos en francés que nadie entendía qué decían pero igual empezó a tener clientela entre algunas señoras de no malos bigotes e intenciones por determinar. Pronto se supo que el doctorcito ese recetaba siempre lo mismo para todo: cebolla; cebolla cruda, hervida, en infusión, en emplasto… cebolla, siempre cebolla, para todo mal y molestia. Así las cosas, según la abuela, una tarde fue a verlo el mero alcalde, don Margarito, un señor chaparro y panzón, sombrerudo de huarache, pistola al cinto y poco hablar, cuya vida amenazaba de innoble manera una diarrea terrible, acompañado por su esposa que tenía cólico y su hija, enloquecida casi por un dolor de cabeza que le duraba ya semanas. El doctorcito a los tres prescribió cebolla, a la señora, finamente picada, a cucharadas; a la hija en chiquiadores y a don Margarito no se supo cómo pero todo el pueblo lo vio correteándolo por la calle principal echándole bala a los pies. Ni por sus diplomas volvió. Decía la abuela sonriendo: -Le hubiera recetado comer guayabas y hubiera seguido esquilmando gente un buen rato -pues sí, era mucho necear con la cebolla. 

Que alguien le explique a nuestra clase política de alto octano, que no pueden seguir haciendo siempre lo mismo y con candidez rayana en necedad, esperar resultados distintos, repitiendo las mismas recetas probadamente ineficaces para erradicar los males endémicos que aquejan a la nación. 

Aplican como panacea universal un modo de hacer política y gobernar que funcionó bien unos años del siglo pasado (menos de cuarenta, de 1930 a 1968), por razones que sabemos son muy ajenas al México actual: no estamos saliendo de una guerra civil, la impropiamente llamada Revolución Mexicana, que duró más de 20 años, arrasó con todo y dejó a la gente boqueando de hambre y miedo, tanto, que la hizo aceptar lo que fuera a cambio de paz y algo de orden. No es creíble que no vean las nuevas circunstancias. Si no son canallas ni autistas, entonces son el modelo más acabado de ineptitud que se pueda concebir. 

Que también alguien les explique a nuestros gobernantes que igual que antes, del extranjero pueden influir para determinar nuestros asuntos. Ya nos ha pasado y hay no pocos indicios claros de que ya le colmamos el plato a los grandes intereses geopolíticos y económicos que no pueden seguir esperando a que nos gobernemos bien, para poder venir a obtener todas las ventajas y beneficios que les significa nuestro país por su ubicación, su inmensa población y sus recursos naturales, aunque se beneficie México. Aunque. 

Esa influencia extranjera no se puede impedir ni negar; unos ejemplos: de los EU nos llegó en el siglo XIX, casi recién independizados, el empuje que requería el liberalismo mexicano para echar del país a don Maximiliano (la Carlotita ya se había ido). Juárez lo sabía y esperó comiéndose las uñas de ansias, el fin de la Guerra de Secesión, rogándole a Dios que la ganara el norte yanqui, para entonces sí tener el aliado sin el que hoy, aquí, estaríamos hablando en francés. 

Igual de los EU llegó el apoyo a la facción “revolucionaria” que en el siglo XX se alzó con el triunfo. Si los yanquis llegan a reconocer a Huerta en lugar de a Carranza, aquí nos hubiéramos quedado con gobiernos de cuartelazo. 

Lo mismo aplica a la sacrosanta “expropiación” petrolera: a los yanquis les convenía que Cárdenas echara fuera a las empresas petroleras europeas (iban a entrar a la Segunda Guerra Mundial). Ya desde mucho antes, el embajador yanqui Josephus Daniels, cuenta que el presidente Wilson (en la Casa Blanca de 1913 a 1921), mandó a volar a los petroleros gringos que le propusieron mandar tropas de su país a los campos petroleros mexicanos para asegurar el suministro que requerían para la Primera Guerra Mundial en Europa; cita don Josephus: “Wilson preguntó: ‘¿Quieren decir que a menos que vayamos a México y tomemos por la fuerza los campos petroleros localizados en su territorio no podremos librar la guerra?’ Alguien respondió: ‘Así es’. El Presidente entonces dijo: ‘Pues entonces tendrán que prepararse para una guerra con cualesquiera que sean las reservas de petróleo que tengan o aquellas que se puedan comprar en los mercados. Alemania utilizó el mismo argumento cuando invadió Bélgica. Nosotros no podemos hacer lo mismo”. Y en la biografía de don Josephus (‘Memoria política de México’, Instituto Nacional de Estudios Históricos), se dice: “En 1938, siendo el consejero sobre asuntos mexicanos de mayor confianza del presidente Roosevelt, Daniels apoyó la expropiación de la industria petrolera decretada por el presidente Cárdenas (…)”. 

No por bonachón el tío Sam medio nos dejó en paz largos años pero, igual, asegurando sus intereses. Igual nos tomaron como proveedores de mano de obra con el ‘Programa Bracero’, que cancelaron cuando les vino en gana; igual nos impusieron la siembra de amapola para producir los opiáceos que requerían sus heridos en la Segunda Guerra Mundial… y luego la guerra contra el narco; y ahora apenas en marzo del 2019, obligaron a nuestro gobierno a movilizar 25 mil guardias nacionales, para contener el flujo migratorio, recorriendo su frontera en la práctica, 1,500 km. hacia el sur. 

Si la política, lo gubernamental y electoral, si la seguridad pública, la salud, la educación y todo lo demás, lo siguen atendiendo nuestras actuales autoridades nada transformadoras, con el viejo recetario de la era del pricámbrico clásico, capítulo echeverrista, prepárese para un fin de sexenio muy tradicional con una grave crisis económica. Y van a seguir. 

El imperio global del capital (y los EU en particular), están hartos de nosotros. Desde tiempos de Salinas de Gortari esperan resultados estables; con Fox, creyeron que era un hecho; con el regreso del PRI, se ilusionaron… y con López Obrador, claman: ¡otra vez cebolla!…

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