
Sr. López
Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, era fanático de la democracia… bueno, mejor dicho, de las elecciones. Ya desde niño, sobornando a sus hermanos con dulces, le ganaba a sus papás cada fin de semana, qué película iban a ver al cine; igual pero al contado, fue líder de las sociedades de alumnos en la Prepa y la Facultad de Ingeniería. Luego, fue líder cuasi perpetuo del sindicato de una dependencia de gobierno, pero mejoró su método y ya no hacíaelecciones, porque no tenía caso según él, si ya sabía el resultado. Ya grandes los dos, este menda le preguntó por qué no se había metido a la política y dijo, muy serio: -Hay cosas que ni yo hago -dicho por él…
En general las distinciones y las notas escolares, se otorgan por mérito. No se da medalla olímpica de oro por la carrera de los cien metros planos, al que más se esforzó ni al más simpático, no, la gana el que llega primero. Igual en las artes y las ciencias; los premios Nobel no se dan a los de mejores apellidos de prosapia, ni a los que más propaganda pagaron, no, se conceden a los de mayores méritos. Punto.
En el trabajo, lo mismo: los mejores puestos o el éxito en el ejercicio profesional, coinciden con el buen desempeño que si es excelente, da prestigio.
Sucede lo mismo en la vida personal, las alimañas no gozan de aprecio ni respeto. Así es la vida:merecimiento, valía, competencia, cualidades, valores. Y, ojo, el dinero no cuenta en esto; nadie está en la enciclopedia por rico, ni se verá nunca en el cementerio una lápida que debajo del nombre y las dos fechas del fiambre, ponga: “Millonario”. Eso en la otra vida es lo de menos… y en esta.
Pero, en el oficio más importante, en la política, no aplica nada de eso. No se dice, pero (con las excepciones que en todo hay y que es triste sean eso, excepciones), no son requisitos el mérito personal, la capacidad ni la probada vocación de servicio.
Abre paso al éxito en la carrera política, esa extraña mixtura de suerte, habilidad de adaptación, talento para ahormar principios (‘hormar’ no existe en español), aptitud para el acomodo, destreza para la traición, capacidad de simulación y por supuesto, gran garganta para tragar sapos, el don de aceptar indignidades, sólido cinismo y la más amplia variedad de principios desechables.
Un viejo político muy afamado del antiguo priismo imperial, dijo a este junta palabras hace muchos años: en política los principios no son el fin sino el final. ¡Válgame!
Como hay quienes se regodean en achacar a estos tiempos tantos males, quede claro que son de antiguo. Por ahí del año 510 a.C., Platón, consciente de los peligros de que la sociedad (la ciudad), fuera dirigida por incapaces o malvados, que respondieran a sus intereses o los del inculto vulgo, proponía como mejor forma de gobierno la monarquía, la república aristocrática, recomendando sobre todo, la sofocracia, el gobierno de los sabios.
Don Platón (parece se llamaba Aristocles, Platón era su apodo por sus anchas espaldas… interesantísimo, ¿verdad?), poniendo como ejemplo la conducción de un barco, dice que al timón no debe estar el más fuerte(tiranía, dictadura), pues no por eso conoce el camino; ni el más rico (plutocracia), que por serlo tampoco lo conoce; ni el más popular, ni las creencias populares(democracia), pues ser mayoría no da buen rumbo; dice que al timón debe estar el más sabio, el que conozca el derrotero, la ruta. Bueno, eran sus ideas.
En la antigua Roma (¡esos romanos!), estaban muy al tanto de las barbaridades que resultan del mal gobierno y prácticos y realistas como eran, antes de enterarse de que Platón se había puesto sentencioso, en el siglo VI a.C., implantaron el ‘cursus honorum’ (curso de honores, curso entendido como trayectoria), que eran las normas a seguir para la carrera política yde responsabilidades públicas, para que llegaran los mejor preparados. Luego añadieron la obligación de prestar servicio en el ejército.
Para el año 180 a.C., a iniciativa del tribuno de la plebe, el conocidísimo Lucio Vilio (ajá), se añadió la Lex Villia Annalis (traducido a marro Ley de Vilio de Edades, historial, currículum, pues), para normar la edad mínima para cada cargo y los plazos que debían transcurrir entre cada función, además de imponer un plazo de 10 años para repetir chamba. El objetivo era impedir las carreras políticas rápidas. Tontos nunca fueron. Por cierto, los poderosísimos senadores romanos nunca fueron elegidos por comicios, los escogían los cónsules y censores, los gargantones de la administración pública, es largo.
El punto es que el romano con aspiraciones políticas o ganas de llegar a puestos importantes de la administración pública, no tenía más remedio que empezar su carrera en el nivel más bajo del organigrama y subir, peldaño a peldaño, bien vigilado, hasta alcanzar el palo de hasta arriba. No llegaron a lo que llegaron, conducidos ni gobernados por improvisados.
Nada nuevo bajo el sol aunque en nuestra risueña patria sería un terremoto imponer un servicio de carrera obligatorio a nuestros políticos… y que sirvieran en la milicia unos buenos añitos; ahí educan, viera usted.
Por nuestro lado, acá en esta nuestra risueña patria, hemos hecho un batidillo de la política y la administración pública. Deje usted el arbitrario nombramiento de funcionarios, sino la ruta al poder de los políticos (con las excepciones, bla, bla, bla), que incluye nepotismo, conecte, encubrimiento, farsa, engaño, fraude, dolo y por supuesto, la infaltable corrupción, económica y ética.
Solo así puede un Presidente decir con desfachatez que lo que importa en el servicio público es un 90% de lealtad y un 10% de preparación (no es cita pero el tipo que NO vive en Palenque, lo dijo, muy fresco).
Ahora, han impuesto la elección del Poder Judicial, con doble tómbola, para escándalo del planeta entero, incluido Bolivia.
Como el país no les importa, no les importan lasconsecuencias. Lo único que les importa es seguir con su impío oficio de tinieblas.