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Nuestro señor entre mapaches y carracas

Nuestro señor entre mapaches y carracas
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Antonio Cruz Coutiño

 A Miriam García López

Cuentan que ya, desde la fundación del pueblo de La Concordia en 1849, el cristo crucificado, Señor de las Misericordias, era ya un icono sagrado, prestigiado y emergente. Que desde mediados de la época de la Colonia tuvo la misma traza y galanura que los otros crucifijos morenos, de tamaño natural, conocidos en México, Chiapas y Centroamérica; compañero de los señores de Tila, Tulancá y el Trapichito; del Señor del Pozo en San Bartolomé de Los Llanos y del Señor de las Cinco Llagas en Escuintla; del Señor de las Tres Caídas en Ciudad Hidalgo y Ayutla, hoy Tecún Umán, en Guatemala, y del Señor de Acapetagua en la franja costanera.

Afirman que fue contemporáneo, asimismo, del Señor de Esquipulas, el de Guatemala; del Señor de los Milagros en León, Nicaragua, y de los mexicanos señores de Chalma en el estado de México, de Otatitlán en Veracruz, de la Paz en Acatlán, estado de Puebla, de la Preciosa Sangre en Tezontepec, Hidalgo y de otros varios que ahora no ubico.

Cuentan que el Señor de las Misericordias fue tallado y compuesto por las mismas manos, o por la misma escuela guatemalteca de artes decorativas, hacedora de los hermosos cristos negros centroamericanos. Que fue mandado a hacer y traído por los dominicos del convento de Comitán, para alguna de las capillas de sus haciendas cuxtepequenses y que, antes de su traslado a La Concordia, ya era objeto de fastuosas celebraciones, procesiones y romerías, aunque… fue cedido por la antigua hacienda San Felipe Cuxtepeques, propiedad de la familia Ocampo desde 1820, tras la desidia y el abandono de su sagrario.

© Nuestro Cristo durante su traslado en 1974. La Concordia, Chiapas.

Y, sin embargo, es decir, no obstante su historia terrenal y su factura humana, varias leyendas asociadas al Señor de las Misericordias, patrón religioso del pueblo y del municipio de La Concordia, se han entretejido en su entorno a lo largo de los años. La mayoría de ellas elaboradas y reelaboradas por la conseja popular y por la cotidianidad de la palabra, durante el período de la contrarevolución chiapaneca (1914-1921), tiempo durante el cual los finqueros, junto con sus peones —aunque también campesinos, colonos, ejidatarios y gente común—, se enfrentaron con las armas, al gobierno carrancista, revolucionario, que recién se establecía en el país.

Una de ellas, entre tantas, es la que viene a mi memoria, tras varios trazos y retazos… escuchados durante mi niñez, la adolescencia y ahora mismo, a mis 50 y tantos años. La leyenda que refiere cómo el Señor de las Misericordias, permanece recluido durante ese tiempo. Cuando la gente apenas tiene permiso para acercarse al crucificado, desde la puerta exterior del atrio. Cómo en alguna ocasión, apenas con sus paños menores, sale varias veces para echar a vuelo las campanas, y de tal modo alertar al pueblo de la inminente entrada de carrancistas o Mapaches; tropas que invariablemente lo asedian y empobrecen, lo acosan y le hacen daño.

Cuentan así, que en alguna ocasión los carrancistas federales, también llamados Carracas, ya habían decidido deshacerse del Cristo, pues creían tener evidencias de su alianza con los mapaches. Entrarían a la iglesia, despojarían su escaparate, lo arrastrarían por la calle y le prenderían fuego a mitad de la plaza, pero entonces… a pesar de estar cerradas las puertas del templo, cerradas las del recinto y sin un alma en el patio de la casa parroquial, las campanas sonaron. Los carrancistas se llevaron el susto de su vida y no encontraron explicación ninguna. Dijeron que lo quemarían después.

En otra ocasión, una partida de militares distinta, decidió hacer lo mismo al enterarse de que el Señor de las Misericordias en una ocasión anterior, había tañido las campanas, para advertir a los mapaches del advenimiento de los carrancistas. Eliminaron las cadenas del portón del atrio, quitaron llave a las cerraduras de la puerta principal del templo, y en eso estaban, cuando sin ninguna explicación lógica, las campanas volvieron a repicar.

Luego, durante alguna incursión en contra de los esquivos mapaches, el famoso general carrancista Felipe López, furioso ante tanta correría infructuosa y emboscadas aquí y allá, decidió prender fuego a las casas pobres de la orilla, entre los barrios de San Juan y San Pedro, todas de madera, bajaré y paja. Aunque al punto e inesperadamente, el Señor de las Misericordias hizo tañer las campanas a lo más que pudo.

 —Bajen del campanario a ese hijo de su chingada madre, argüendero. —Dicen que gritó furibundo, el general carrancista.

 —¡Y tráiganmelo ahora mismo pa’colgarlo del naranjillo más alto! —Sentenció.

Corrieron los de la caballería. Acordonaron la manzana alrededor del templo, y buscaron por todas partes. Abrieron la casa parroquial, entraron a la sacristía, hurgaron el interior del templo y… se había esfumado el campanero. Aunque los concordeños, todos sabían que las campanadas eran seña y obra del mismísimo Señor de las Misericordias. Corrió cierto miedo y zozobra entre la tropa y… fue entonces que la gente se acercó al general López, para pedirle clemencia. Que parara la quema de las casas, rogaron, y en algo dicen que se apiadó.

—Ya párenle pues —dicen que dijo a sus subalternos.

Y cuentan también que, en una ocasión, un arriero comerciante, a punto estuvo de ser ahorcado por los federales, pues el Señor de las Misericordias tocó a rebato mientras le amarraban el pescuezo. Los carrancistas salieron al tropel a perseguir al “enemigo” del templo, momento que el comerciante aprovechó para huir de la escena, dejando su recua de mulas. Cal viva, sal y frijol a granel.

Finalmente, durante los dos últimos años de la ofensiva militar del gobierno contra las guerrillas mapaches, tiempo durante el cual los concordeños fueron expulsados del pueblo —por fungir como retaguardia de los alzados—, contaban los mapaches que acampaban en las inmediaciones del pueblo, que varias veces escucharon el repique de las campanas. Era el Señor de las Misericordias que de cuando en cuando ahuyentaba del alambrado que circundaba al pueblo, a carrancistas y a mapaches, a bandoleros, ladrones y forajidos.

Otras crónicas en cronicasdefronter.blogspot.mxcruzcoutino@gmail.com agradece retroalimentación.

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