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No pasa nada / La Feria

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Sr. López

 

Al primo Temo (Artemio), le decíamos el “Cocol”, porque era idéntico a ese pan cubierto de harina y forma de rombo. El Cocol fue hijo único, consentido 9 grados Richter, caprichudo y aburrido como un juego de ajedrez por correspondencia, bailar con una tía o las “Memorias de una Carmelita Descalza” de la antigua observancia. Nunca hubo un primo que aceptara ir a su casa sino después de una cueriza y sus fiestas de cumpleaños eran de hablar bajito y dejar caer la piñata para abreviar la cosa.

 

Antier fue el segundo debate entre los cuatro candidatos presidenciales. El “Cocol” era una castañuela comparado con eso que pretendió ser “único”, porque participaría el público, que contribuyó tanto a aligerar el espeso ambiente, como la orquesta que dicen siguió tocando mientras se hundía el Titanic, para alegrar el trago a los pasajeros que iban cayendo a las aguas heladas.

 

En serio: si no se nos da eso de copiarle todo a los yanquis, qué necedad en seguirle. Sin debates estábamos bien. Además, en el primero se gastaron en quién sabe qué, la friolera de 12.7 millones de pesos (pudiendo hacerlo en el mismo escenario de Tercer Grado -gratis, ya está hecho-, o mejor todavía, en el de “100 mexicanos ‘dijieron’”, conducidos por el “Vítor”).

 

En fin. Insisten nuestras autoridades electorales (es un decir), en remedar los usos y costumbres electorales del tío Sam, solo que por si no lo sospechan, acá es otro país, otro modo de hacer política, otros políticos y otra ciudadanía, genéticamente blindada ante todo intento de promoción y publicidad política. Solamente  a algunos pocos interesa el trepidante enfrentamiento entre políticos, por varios motivos entre los que está la incredulidad, justificada o no.

 

Si toma en cuenta que somos casi 86 millones de alegres tenochcas que tramitamos y obtuvimos nuestra credencial de elector y por tanto, si nos da la gana, podremos ir a votar, es de llanto con moco y baba, que la “audiencia histórica” del primer debate -dato oficial del Instituto Nacional Electoral (INE)-, haya sido de 637 mil “visualizaciones” en vivo… y eso, durante 25 minutos con 38 segundos en promedio (menos de la cuarta parte de lo que duró el apasionante debate); aunque la empresa Nielsen IBOPE, especializada en “investigación de audiencias de medios”, haya reportado “11.4 millones de personas mayores de 18 años que siguieron el Primer Debate Presidencial (…) casi 50 por ciento del tiempo” de transmisión. O sea: casi nadie lo vio entero.

 

Dicho de otro modo: el Primer debate, según el INE, lo vio menos de la cuarta parte del tiempo que duró el febril intercambio de ideas entre candidatos, el 0.7% del electorado. Según Nielsen Ibope, el 13% vio casi la mitad de la transmisión… o sea, que en el mejor caso, al 87% de los aguerridos aguiluchos les importa un pito, y a los que les importa, le cambiaron de canal a medio programa.

 

Este segundo debate mejoró mucho según el INE: 1.2 millones de espectadores (ya no nos dijeron cuánto tiempo lo vieron), que es un escuálido 1.4% de los votante potenciales. Lo que sí hubo fueron tuitazos, casi 2.4 millones de recaditos entre cuates, unos de chacoteo -seguro-, otros de insultos tipificados en el Código Penal y otros, seguramente, serios, razonando lo oído. Pero igual, una audiencia del Primer Debate, del 13%, en el mejor caso, que desciende al 1.4% en el Segundo es como para que don Lorenzo Córdova y compañía, cayeran en depresión profunda (y todos los candidatos, se fueran con Margarita a aprender macramé).

 

Según el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), el 98.3% de los hogares mexicanos cuentan con un televisor en casa y, en promedio, hay dos teles en cada casa (datos del artículo de Ruy Alonso Rebolledo, El Economista, 11 de agosto de 2016); por lo que no se puede decir que los debates los vieron tan pocos ciudadanos por imposibilidad física. De ninguna manera.

 

Si fuera un programa comercial, lo cancelaba la televisora y despedía en bloque a los actores. En política no aplica ese criterio, porque de lo que se trata es de aparentar y en eso estamos: aparentando.

 

Si usted vio completo el debate, dígase a sí mismo con qué ideas se quedó… (no sea mentiroso, nadie se va a enterar)… a ver, piénsele.

 

No es una crítica a nuestros conciudadanos. Más bien se trata de una diferencia entre el pueblo de otras latitudes, crédulo tirando a bobo, que se traga lo que le echen, en tanto que acá, desconfiados unos, recelosos otros, ni nos interesa qué dicen los políticos.

 

Revisemos el caso actual:

 

El Bronco, sabe bien que no va a ganar la elección. Él sabe que vivirá el resto de su vida de los réditos de este numerazo.

 

El C.Anaya está jugando una carta fatal para eludir la ley, sabe que la cosa va muy en serio: ya inició diligencias el Juzgado de Instrucción número 4 de Madrid, sobre una “red internacional de blanqueo de capitales cuyo último beneficiario sería Anaya Cortés, candidato de la coalición Por México al Frente”, previo análisis individual de los estados financieros de las compañías españolas que ha permitido identificar “graves irregularidades que, analizadas en su conjunto, dejan entrever patrones de actuaciones compatibles con actividades de lavado de dinero”; y como el dinero anduvo de paseo por Gibraltar, Inglaterra también anda tras lo mismo. Grave.

 

El tercer candidato, don Pejesús, redentor autodesignado, sabe que podría ganar si pasara algo que es muy difícil: voto masivo combinado con un accidente cerebrovascular simultáneo de los mapaches nacionales. Sí, cómo no.

 

Y el único candidato conveniente, eficiente y experimentado, tiene que hacer como que le entra a la grilla y se pone bravo (no le sale bien, porque es gente decente), y lo único que espera es que ya le tercien la banda presidencial, como será.

 

Mientras, los integrantes del peladaje nacional, esperamos sin angustias que pase lo que tenga que pasar, porque el país está en donde está, con el vecino de arriba de tan feos modos… y a fin de cuentas, cuando todo pasa, no pasa nada.

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