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No la tiznen / La Feria

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Sr. López

 

Tía Mariquita, de las de Autlán, guapa de desmayar garañones, tuvo todos los estados civiles legales y extralegales, que se pueden tener; fue soltera, casada, viuda (una vez), divorciada (tres veces), y querida de cuando menos dos gobernadores (uno de Jalisco, otro de Michoacán) y un General (las lenguas de doble filo afirmaban que recorrió mayor parte del escalafón militar y algo de la clase de tropa, decires de gente sin oficio). Ya cincuentona, viviendo en Guadalajara, su estampa seguía siendo un atentado directo a la santa virtud de la castidad. Un tal Emilio, abogado, señor muy serio de Autlán, amarró en su balcón el lazo de seda y oro de su primera comunión, y por siempre ahí lo dejó, queriéndola a sabiendas que la vida de tía Mariquita no tenía “pasado”, sino una historia en 12 tomos. Si quien sigue, consigue, fue el caso, y por fin, en ceremonia discreta (por supuesto), contrajeron nupcias. Luego tía Mariquita explicaba lo pronto que lo dejó (menos de un año), porque el señor, todo el tiempo le repetía que era quien más la había querido, no como fulano, mengano, zutano, perengano… repasando alguna parte de la nada breve lista de hombres que habían andado por los caminos que él andaba: -Yo creo que el pobre Emilio nunca se dio cuenta que ya era su esposa –explicaba negando con la cabeza, abriendo los ojos y frunciendo la boca, casi decepcionada. Quién sabe.

 

Jura por lo más sagrado este López, que logró su propósito de no ver ni escuchar nada de lo relacionado con la asunción al poder de AMLO. Nada.

 

Por algunos comentarios de la prensa escrita de ayer, confirma el del teclado su previa sospecha de que todo transcurrió como estaba previsto, la misma rutina con los cambios a que obliga la repuesta en escena de una obra muy vista, nada más que con nuevo cuadro de actores.

 

También por la lectura de columnas y comentarios de algunos amloístas crónicos, progresivos e incurables, ratifica que todavía no se dan cuenta que AMLO ya es presidente de la república, y continúan repitiendo frases y afirmaciones propias de los tiempos en que luchaban por conseguir lo que nunca creyeron posible conseguir. Bueno, entérense: ya ganaron. El discurso que toca es otro. Ya no lo comprometan más. Él es quien está montando este cimarrón.

 

No puede, no es posible, que cumpla todo lo que prometió, se solicita atentamente que ya no le aprieten más los nudos. Habrá asuntos en que tendrá que conceder; otros, en los que se hará tarugo (y el respetable hará como que no se da cuenta, sabedor de que no es lo mismo ver los toros desde la barrera, que tener las astas enfrente). Y por supuesto, cumplirá otras cosas, esperemos que las más importantes, las que conformen la esencia de su planteamiento de campaña.

 

Lo que no se puede afirmar es que AMLO es un taumaturgo, un hacedor de milagros, so riesgo de provocar una cuarta decepción con consecuencias de pronóstico reservado.

 

Por eso le pareció a este López tan atinado lo que escribió ayer en La Jornada, John M. Ackerman (“Arranca la cuarta transformación”), en cuyo penúltimo párrafo pone:

 

“Con la activa participación de la sociedad y la lealtad democrática y nacional del viejo régimen, no será necesario esperar 24, o siquiera 10, años antes de ver los frutos de nuestras luchas. En apenas seis años podremos transformar de raíz a los sistemas políticos, sociales y económicos de México para generar las bases para la consolidación de un nuevo país participativo, verdaderamente institucional, justo y solidario”.

 

Así, sí.

 

Así, sí, porque quedan abiertas de par en par las puertas al “no se pudo”, “hice lo que pude”, “cumplí hasta donde fue posible”, “queda marcado el camino”, “ahí le siguen”.

 

¿Por qué?… ¡ah!, porque, si las premisas condicionantes de la transformación “de raíz” de los sistemas político, social y económico de México (¡poquita cosa!) son “la activa participación de la sociedad y la lealtad democrática y nacional del viejo régimen”, pues ya estuvo que no (lo vaticina sin ninguna mala fe este su texto servidor de confianza), porque, don Ackerman, la sociedad nacional se caracteriza, de unos 200 años para acá, precisamente por no participar activamente en la cosa pública y porque si a ese inexistente ingrediente se le agrega “la lealtad democrática y nacional del viejo régimen”, pues menos, que el “viejo régimen” (se solicita definición), son de los que van derecho y no se quitan… ¿o de veras cree que todos los anteriores presidentes de México han sido incapaces o canallas?, o, como dice en el primer párrafo de su artículo, los neoliberales tenían por proyecto “la destrucción institucional del Estado mexicano”… no, no se apasionen tanto.

 

Tampoco parece muy equilibrado, don Ackerman, afirmar lo que dice en el octavo párrafo de su artículo: que AMLO “recibe un país en llamas y casi en bancarrota”… ¡nooo! México no está en llamas, por grave que sea la situación de inseguridad pública, ni mucho menos en bancarrota, que objetivamente, recibe en términos macroeconómicos un país con una enorme fortaleza financiera (enorme), por más que se quiera magnificar el monto de la deuda pública, que en porcentaje respecto del PIB, dicen las entidades financieras internacionales, está dentro de los parámetros de lo razonable. No curen al sano, es truco viejo y malo. Más bien preocúpense de no enfermarlo, eso sí, porque si le siguen con los mensajes encontrados, divergentes y contradictorios, en un dos por tres se espanta el capital, deja de fluir la inversión extrajera directa y entonces sí, a llorar.

 

La propuesta no puede ser más simplona: darle tiempo al nuevo Presidente, que no sienta que le urge caminar sobre las aguas, la impaciencia es madre de las metidas de pata. Cualquiera que no esté loco quiere que lo haga razonablemente bien, sin esperar imposibles, ni que nos entregue un nuevo país en seis años… ¡ah! y como decía el ya fallecido sabio de la política, don Efrén Ricárdez Carrión: no le echen tanto incienso al ídolo, que lo pueden tiznar. No la tiznen.

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