Sr. López
La prima Elsa estaba necia en casarse con un chamaco entelerido, bueno para nada, muy parrandero y pasado de feo, porque estaba enamorada y no había manera de que entrara en razón, “estoy enamorada”. Tía Victoria, que de esos menesteres sabía latín, latón y lámina acanalada, dijo a sus papás que le dijeran que sí, pero a su regreso de un viaje a Europa, unos tres meses, yendo con una amiga que ella escogiera. El presupuesto alcanzó para dos meses, pero bastó para que a su regreso, la prima Elsa dijera sobre la boda con su amadísimo novio, que “ni loca”. Le digo, la tía Victoria.
A brocha gorda: al decir democracia pensamos en el acto de elegir libremente a las autoridades que nos han de representar, mismas que asumen la responsabilidad de conducir la cosa pública. La teoría es linda: la soberanía reside en el pueblo, que la delega en quienes vota. Y por falta de espacio, queda para mejor ocasión comentar la democracia directa, la participativa, la líquida, etc., en las que se convoca a consultas, referéndums y plebiscitos para tomar colectivamente las decisiones, cuyos peculiares resultados son buena prueba de que la suma de ignorancias no arroja sabiduría ni aciertos.
Y por favor, no confundamos democracia con estado de derecho, respeto a los derechos humanos y aplicación homogénea de la ley, que otros sistemas garantizan lo mismo, como las monarquías constitucionales, en las que el monarca es el poder ejecutivo y nombra al gobierno, con un poder legislativo elegido por la gente, como hacen en países bastante presentables como el Reino Unido -Gran Bretaña e Irlanda del Norte-, España, Bélgica, Dinamarca, Noruega, Países Bajos -Holanda, pues-, Suecia y otros.
Volviendo a nuestro caso, siendo cierto que elegimos libremente, solo podemos elegir entre los candidatos que otros decidieron poner en la boleta. Sí, eso lo deciden los partidos o estos, junto con organizaciones no partidarias presentadas como “organizaciones de la sociedad civil”, sin serlo, pues en realidad son grupos de poder financiados por particulares, empresarios y/o por gobiernos de otros países, con las peores o las mejores intenciones, pero representándose a sí mismos, no al conjunto de la sociedad.
Pero, igual, es de la mayor importancia que los partidos políticos no defrauden a la ciudadanía proponiendo candidatos inadecuados o impresentables malhechores peritos en engañar. Ya encontraremos el modo de sancionar a los partidos indolentes o cuevas de ladrones, pero por el momento el único recurso es el “voto de castigo”. Por cierto, sería interesante ir pensando en subir el umbral de porcentaje mínimo de votos obtenidos para conservar el registro de los partidos, por ejemplo, al 15% (ahora es el 3%), e imponer a los partidos la devolución del financiamiento de las campañas de sus candidatos derrotados. Hoy tenemos partiditos ridículos que no representan nada (estelarmente el Verde, el PT y el PES), que nos cuestan una millonada de la que no es difícil una parte termine en los bolsillos de los vividores de la política. Dos o tres sólidos partidos nacionales serían suficientes o más, pero responsables.
Como sea, las elecciones son cosa seria, sin duda. No es lo mismo entregar el inmenso herramental del poder público a una acémila que a un payaso, un bandido o al simpático de turno, que a un serio profesional de la política o a un ciudadano común muy entrón, que llame a los mejores para que lo asesoren y tome buenas decisiones.
Así las cosas en la siguiente tanda de comicios del 2 de junio del 2024, elegiremos Presidente de la república, Congreso federal (128 senadores y 500 diputados), 31 congresos locales, ocho gobiernos estatales, la jefatura de gobierno de la Ciudad de México y sus 16 alcaldías, más 1,580 ayuntamientos y 24 juntas municipales, lo que es una inmensidad y un enorme error político que antes no se hacían tantas elecciones concurrentes por muy buenas razones. Pero, es lo que hay.
Con ese motivo ya salieron los que nunca faltan, a criticar con entusiasmo el abstencionismo mexicano. Y es cierto. Hay mucho tenochca que no se toma la molestia inmensa de ir a tachar una boleta.
Votar es un derecho (artículo 35 de la Constitución), una obligación (artículo 36), y el artículo 38 de la Constitución manda: “Los derechos o prerrogativas de los ciudadanos se suspenden: I. Por falta de cumplimiento, sin causa justificada, de cualquiera de las obligaciones que impone el artículo 36 (como votar). Esta suspensión durará un año y se impondrá además de las otras penas que por el mismo hecho señalare la ley”. Lo malo es que no hay esa ley que lo señale, lo que impide aplicar el mandato constitucional y hacemos lo que nos pega la gana.
Sin embargo, el abstencionismo no es la razón por la que llegan al poder algunos indecentes, que el voto de poco más del 60% de los electores en el 2018 y el 53% en 2021, es suficiente para elegir legalmente y bien. Y quién sabe qué elegiríamos si acudiera a las urnas el total de los electores, mejor así, no vaya siendo…
Sí debemos tener muy claro que no atinan los que atribuyen al abstencionismo la birria de decisiones que a veces tomamos y tampoco es acertado atribuirlo a nuestra anemia cívica, que en las elecciones de la Unión Europea, vota poco más del 40% en promedio: Holanda, 37%; Alemania, 57%; Francia, 42%; Italia, 57%; aunque en las elecciones internas en varios países, la participación es enorme, superior al 70% y en algunos como Bélgica de hasta cerca del 90%. Así y todo, a los admiradores de la reluciente democracia de los EUA, se les informa que su índice de abstencionismo es muy similar, casi idéntico al nuestro.
Nada está definido para los comicios del 2024 y parece que se olvidan las elecciones del 2021, cuando Morena & asociados obtuvieron poco más de 21 millones de votos, mientras los opositores llegaron a más de 23 millones. Todo se nos olvida. Y si ponen a doña Xóchitl de candidata, que conecta tan bien con nosotros los del peladaje, por doña Sheinbaum… ni locos.