Juan Carlos Cal y Mayor
Pertenezco a una generación donde la palabra “antro” se refería a un tugurio, lugar de mala muerte y hasta peligroso. Ahora los “antros” resultan ser el lugar de moda a donde acuden invariablemente los jóvenes. Para mi época el lugar de diversión eran las discotecas. Había pista de baile y la mayoría se sentaba por grupos de amigos en distintas mesas. Todos se conocían. No había, como ahora, esos personajes raros pidiendo y repartiendo copas de champán. Nada de “perreos” ni de andar untándose los cuerpos de los pies a la cabeza y a la vista de todos. Ni hablar de drogas, estimulantes o sustancias en las bebidas.
A las mujeres había que cortejarlas. Sacarlas a bailar. Desde ahí, si a alguien le decían “no gracias” se acababa el cuento. De lo contrario podía iniciar un romance que tardaba varias salidas en concretarse, aunque no siempre se trataba de eso. Se podía bailar entre amigos. Los hombres aún adolescentes tenían que invitar una copa o un refresco según fuera el caso, pero no se bebía a raudales como ahora. Imposible ver a una jovencita en estado de ebriedad y menos haciendo desfiguros, eran otros tiempos. A las mujeres se les regalaban rosas, se les llevaba serenatas, había que visitarlas formalmente muchas veces y conocer a los padres (padre y sobre todo madre). Era todo formalidad, nada de tatuajes o colguijes en las orejas o narices.
Dirán que soy un conservador. Nuestros padres nos enseñaron desde pequeños que a las mujeres no se les podía tocar “ni con el pétalo de un rosa”. Imposible pensar que alguien maltratara o agrediera a una mujer. No se hablaba de acosos ni abusos sexuales. Nos educaron para ser caballeros con las mujeres en toda la extensión de la palabra. Para abrirles la puerta del carro, ir a dejarlas a buena hora, incluso protegerlas de algún imprudente. Los jóvenes evitábamos palabras altisonantes delante de nuestras amigas.
Quizás por eso no puedo entender al actual feminismo. Cierto es que los roles fueron cambiando en la medida en que las mujeres comenzaron a ejercer la igualdad de derechos algo inconcebible en sociedades atrasadas. Es increíble pensar que hasta los años 50´s no tenían derecho a votar y participar políticamente. Mucho se ha avanzado en esos rubros y falta por hacer. Las mujeres tienen virtudes que a los hombres nos cuesta mucho desarrollar.
Lo que ahora vivimos es la masificación de toda una letanía como la del “Heteropatriarcado capitalista supremacista y blanco” que repiten a pie juntillas las feministas de ahora inculcando incluso animadversión hacía quienes se ubican en esa condición. Prácticamente están inhabilitados para participar en cualquier discusión sobre feminismo. En consecuencia, se han promovido leyes como el feminicidio que agravan las penas sin más agravante que la sola condición de género. Ya ni hablar sobre el derecho a decidir y por el otro lado la absurda idea de penalizar la interrupción del embarazo como si eso frenara un grave problema de salud pública.
Sigue siendo una herida abierta el observar el maltrato a las mujeres en Afganistán y a las que por cierto la comunidad internacional ha dejado solas. Nadie clama por ellas ahora. Si acaso en Irán, donde se desataron manifestaciones sociales por el asesinato de Mahsa Amini tan solo por llevar mal el velo. Los musulmanes por cuestiones religiosas -el Islam- siguen siendo machos opresores alegando que esa es su cultura.
Me ha tocado debatir con amigas feministas sobre los temas que más han alentado la postura radical que algunas asumen. Me parece terrorífico escuchar historias de abuso sexual a menores incluso por sus propios padres. Conocer del caso de mujeres maltratadas y agredidas sistemáticamente que no se atreven a denunciar por estar subyugadas a hombres que más que hombres son seres trastornados que ocasionan un grave daño a la sociedad. Comparto esa impotencia y ese coraje porque soy padre, hijo y pareja y no soportaría que nadie les hiciera algo así.
Creo que lo que en realidad debiéramos estar discutiendo es la falta de valores y la grave descomposición social que esto origina. La violencia que se practica en algunos hogares deja secuelas y conductas que se multiplican y también se heredan. El machismo es un flagelo que existe como un problema de cultura y falta de educación. Debemos insistir enfáticamente en nuestra vida cotidiana en una cultura de respeto hacia las mujeres y no solapar de ninguna manera a quienes con su conducta han provocado la radicalización de una lucha que suma cada vez más adeptas. Ojalá volvieran aquellos tiempos donde a una mujer no se le tocaba ni con el pétalo de una rosa.