Sr. López
Tío Cuco y tío Lalo, de los toluqueños, heredaron a partes iguales una inmensa ferretería que era una mina de oro. Pero sin que nadie supiera la razón, Cuco y Lalo se odiaban y lo que fuera que uno propusiera, el otro se oponía. En menos de cinco años, quebraron endeudados hasta la coronilla. Merecido.
No, un voto por Morena no es un voto contra México. Ahora resulta que votar por quien a cada quién le dé la gana, puede ser votar contra México. No. Mil veces no. Plantear semejante barbaridad, contribuye a lo que llaman polarización, cuando no es eso, sino siembra de división, odio y ninguneo, apología al uso del divide y vencerás. No, mil veces no. El tenochca elector puede votar como le parezca sin que al hacerlo por Morena o la oposición, actúe contra México.
Dividir al país entre los que quieren salvarlo o hundirlo, es un maniqueísmo rascuache que reduce la complejidad de la nación a una oposición radical entre lo bueno y lo malo, entendidos como lo bueno lo propio, lo malo lo ajeno. Asumir semejante postura es regalar al actual Presidente el triunfo a su muchísimas veces declarado propósito bajuno de dividir al país entre los buenos que lo apoyan y los malos que se le oponen, a los que se ha atrevido llamar traidores a la patria.
Tan mexicano-mexicano y de buena fe, es el que vote por los partidos que hoy son de oposición como el que lo haga por Morena y asociados. No caigamos en ese juego de bondad absoluta contra maldad total, si no queremos un país dividido en facciones irreconciliables. Que cada quien vote por quien quiera y como le dé la gana… y que nos gobierne a todos quien la mayoría elija.
Si no estuviéramos dispuestos a eso, si no lo aceptáramos, entonces nuestro problema sería que no estaríamos de acuerdo con la elección democrática de autoridades y a falta de ella, lo que sigue es el pandemónium, esa imaginaria capital del reino infernal en la que privan el griterío y la confusión, como observamos ya sucede en el Poder Legislativo, instancia en que ya no se intercambian razonamientos sino insultos, bramidos y bufonadas, circo barato en el que la mayoría se deleita aprobando lo que sea y hasta sin leerlo para confirmar que pueden imponerse y se imponen, aun violando la ley y sabiendo que la Corte echará abajo sus ocurrencias, sí, pero en esa carpa de tres tandas por un boleto, la minoría no se asume como tal y participa en el torneo de disparates olvidando aquellos viejos tiempos del priismo imperial cuando los legisladores de la oposición, a pesar de su presencia meramente testimonial en el Congreso, con la fuerza de discursos sensatos y bien dichos, hasta los priistas les aplaudían, aunque luego votaran en contra, como lo que eran: un hato lastrado por una sola voluntad.
No y mil veces no, el que vota no traiciona. Que se vote, que se cuenten los votos, que gane el que ganó y se respete al que perdió, que eso es lo que este Presidente no ha hecho: respetar, respetar a todos, que lo suyo es el insulto y la manifiesta intención de anular a quienes no le aplauden y no lo votaron, sin recapacitar, tal vez sin saber -que los números no son lo de él-, que no lo eligió el 66% de la ciudadanía (lo votaron 30 millones 113 mil ciudadanos de un total de 89 millones 332 mil inscritos en el padrón electoral); de ese tamaño es el rupturismo de este Presidente, la grieta que se empeña en legarnos.
Esa postura de buenos y patriotas contra malos y traidores, resulta de una mentalidad primitiva y tosca, derivada del narcisismo de un Presidente interesado más en el pobre deleite solitario de monopolizar él y solo él, ni siquiera su partido, todo el poder político del país, igualándose a sí mismo en su soberbia insolente, con otros que la historia cataloga como héroes lo sean o no, creyéndose protagonista de una gesta que debía transformar al país, sin saber por su formación de estampitas de papelería, que transformar es convertir algo en otra cosa y tratándose de México, vendría a ser cambiarlo hasta hacerlo otro país… y no se le eligió para eso sino para otras cosas que no realizó, empezando por cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanan.
Hoy, faltando un mes para el inicio de precampañas, a cuatro meses y medio del comienzo de las campañas presidenciales, ya estamos ante la disyuntiva: Claudia o Xóchitl, dar el Congreso a los que hoy son oposición o entregarlo a Morena. Y no debe ser una disyuntiva porque disyunción es lo que separa y desune, porque disyuntiva implica exclusión, desunión, separación entre dos elementos. Que sea una decisión que no proscriba a ninguno, eso sí, una decisión que tomaremos entre millones y no debe capitalizar una persona en su favor ni el de su partido, sino en beneficio del país entero, a menos que lo que hoy criticamos con acritud, sea lo que esperamos haga quien elijamos para encabezar al Poder Ejecutivo del 2024 al 2030. Mal asunto. No es así. Se puede ejercer el mandato de la mayoría sin desoír a los menos.
Además, la oposición no la tiene tan difícil, en primer lugar porque el actual Presidente no estará en las boletas electorales y en segundo, porque doña Claudia es lo que en biología se llama clon, en este caso, políticamente idéntica a su héroe, Andrés Manuel López Obrador, por lo que el día que recibió su constancia de Coordinadora Nacional de los Comités de Defensa de la Transformación, el 10 de septiembre pasado, dijo que pide el voto:
“A los que quieren que México siga fortaleciéndose por el camino de la honestidad, el camino de un estado de bienestar, de los derechos del pueblo de México, el camino del fortalecimiento de la educación pública, la salud pública, el acceso a la vivienda, del salario digno, el trabajo digno”. (¿Y seguridad doñita?)
Está fácil: la 4T reprueba por mucho en honestidad, en estado de bienestar, derechos, salud, vivienda, trabajo digno y hasta en salario porque se lo comió la inflación… y en seguridad.
Que gane la mejor y que no vaya a ningunear a Morena ni a ninguno.