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Nadie come lumbre / La Feria

Nadie come lumbre / La Feria
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Sr. López

 

Tal vez ya sospeche usted algo sobre el berenjenal genealógico de este menda, dividido en las inevitables dos ramas que exige la reproducción de la especie, paterna y materna (con todo respeto al movimiento lésbico-gay-bisexual-transgénero-intersexual, no es desdén ni defensa de estereotipos, es que todavía, para que haya nene nuevo se necesita un óvulo fecundado por un espermatozoide -¿qué tal?, nada de “hombre” y “mujer”, el hecho biológico más neutro para no discutir cosa tan aburrida). Y también, tal vez sabe que del lado materno, dominaba todo la religión -la católica-, mientras que del paterno, a esa cuestión se le daba la misma importancia que comer con chile o sin chile. Semejante coctel causaba algunos problemas entre la prole pues, mientras del lado materno comerse un taco de maciza en viernes de Cuaresma, era un pase directo al Infierno y regañada de larga duración, en casa de los abuelos paternos decir Cuaresma era como decir Verano, sin ninguna consecuencia. En una de las muy raras y escasas conversaciones entre la comandante Yolanda (“mamá” le decían otros a la suya), y la abuela paterna, Elena, salió lo de la religión y esta dijo: -¡Yolanda!, Yolanda… con los hijos, menos religión, antes que buenos católicos, que sean buenos hijos –enmudeció el palenque.

 

La cuarta transformación es un lema político, una frase sin contenido ni compromiso. Tanto que con lo poco que ya sabemos sobre el manejo de las finanzas públicas y los criterios de gasto, del próximo gobierno federal, queda claro que respecto de la economía nacional, se mantiene en lo esencial el curso actual, el neoliberal.

 

Extraña que el viernes nadie haya instalado un altar de muertos a la izquierda de AMLO, por estar tan al centro que se confunde con la derecha, desde la que se hace la apología de los mismos dogmas: combate a la corrupción y la inseguridad; disminución de la pobreza y fomento a la educación (como la entiende el capital); sin descuidar las finanzas sanas: cuidado de las variables macroeconómicas, crecimiento del producto interno bruto, competitividad, pago de la deuda pública…

 

Eso tal vez sea muy a pesar de los principales ideólogos (no se ría), del próximo gobierno federal; tal vez sea simple realismo geopolítico y geoeconómico; tal vez sea que al menos para occidente, el tiempo de las doctrinas políticas, los ideales y los idearios, ya pasó: hoy, “izquierda” y “derecha”, lejos de ser referentes de doctrina y práctica política, sirven solo para dar instrucciones al taxista. Y de ser cierta la desaparición de la dogmática política, tal vez haya que festejarlo (tal vez), pues el siglo XX inmoló a millones de parte de las ideologías: comunismo, maoísmo, nacionalsocialismo, fascismo… y si duda nomás piense en los riesgos que entraña el vigente extremismo islámico (no el mahometanismo, eso es otra cosa muy diferente, 800 años avecindados en España sin matazones lo prueban). 

 

Como sea: México no tiene la fortaleza suficiente como para decidir su propio camino, ni para resistir la fuerza de atracción y control del país más poderoso del mundo, nuestro vecino, ni a las inmensamente influyentes instituciones de finanzas internacionales, las entidades financieras privadas y los conglomerados industriales del mundo desarrollado. Todos ellos sin más ética que sus propios intereses.

 

Agregue a ese coctel las organizaciones multilaterales (y algunas, mundiales), que mediante acuerdos oficiales entre gobiernos, impulsan con gran eficacia el “gobierno global” con el hermoso vestuario “haute couture”, del cuidado de la paz y la seguridad internacionales, junto con el fomento al desarrollo, la protección universal de los derechos humanos, el apoyo a causas humanitarias y el impecable maquillaje “glowy” (ahí está pero no se nota), de la cooperación para que prive el Derecho Internacional (que no aplica a los EUA, país que cela sin rubor su soberanía sin reconocer sobre ella ninguna jurisdicción ni corte internacional, ni tratado que afecte sus propios proyectos).

 

Todo lo anterior no interfiere los programas de grupos menos visibles y muy activos, algunos con máscara de respetables ONG’s, con suficientes recursos económicos para impulsar su propia agenda de blindaje cultural y racismo encubierto en la correcta aplicación de leyes migratorias y protección del empleo doméstico.

 

No existen organizaciones secretas confabuladas para fornicar países, no hacen falta, esos poderes coincidentes en sus complementarios intereses, actúan naturalmente de modo convergente: el sentido común obliga a incorporarse, seguir la corriente, pues sobran pruebas de lo que son capaces cuando algo obstaculiza sus proyectos, a menos que usted sea tan ingenuo como para suponer que fue espontánea la “Primavera Árabe” de 2010 a 2013, y que por casualidad, un buen día, la gente se levantó con ganas de tirar a su gobierno en Túnez (Revolución de los Jazmines), Egipto (Revolución Blanca), Libia (caída y muerte de Gaddafi); Yemen (Rebelión de las Cintas Rosas); y Siria (ahí sigue la guerra porque ese pleito tan cerca de los fondillos del oso ruso, obliga a Putin a apoyar al régimen de Bashar al-Asad… y ya van 300 mil muertos: el tío Sam bosteza mirándose las uñas). Y otro día platicamos de Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Perú, Brasil, Argentina (y Chile).

 

Además del pragmatismo que impone la realidad, guste o no, hay que entender otra cosa: el neoliberalismo no tiene el menor interés en que crezca o se mantenga la pobreza, al revés: les interesa que la gente no esté tan fregada, precisamente porque su aparato industrial necesita consumidores; y a los países desarrollados no les da gusto tampoco que los gobiernos sean omisos de sus deberes y los purga la corrupción ajena (la de ellos no es corrupción, es protección de sus intereses).

 

AMLO sabe de esta madeja. Que haya ganado el 1 de julio significa que entendió que es mejor ser Presidente de centro que derrotado de izquierda. Créale: no va a pasar nada. Nadie come lumbre.

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