Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, eso de recordar las “primeras veces” en nuestras vidas es fascinante, pero el asunto de la menstruación es algo que las mujeres se reservan de forma más íntima que cuando son desvirgadas.
Para nosotros, los chiquillos de los años 60, la palabra Kotex era sinónimo de risitas maliciosas, cochambrosas y casi, casi, pecaminosas. Era más fácil referirse a que una chica anda con su “caballo” que mencionar la toalla sanitaria Kotex, que aún cuando habían nacido en 1920 en Estados Unidos, en México alcanzó su comercialización expansiva hasta el inicio de los años 50.
Hasta 1970, México era fue un país predominantemente rural y la gente no conocía la comodidad del “cotton texture”, o sea el Kotex. Así que el remedio para las pubertas era estratificado de acuerdo a su condición geográfica, social y económica. En el campo, las mujeres recurrían a telas de algodón, a hojas de plantas, papel de estraza, esponjas naturalesy hasta para regar la tierra, para esos días. Algunas, pasaban sus 4 días chorreando sangre por sin protección alguna para “fertilizar la tierra”, lo que aún sucede hasta la fecha.
Las mujeres pobres en las ciudades, empleaban el periódico súper absorbente y cálido pero tan rugoso que lastimaba. Las mujeres de clase media, se dividían entre las tradicionales toallas de algodón; las toallas de fina seda envolviendo algodones, y los Kotex que no eran fáciles de conseguir. Las mujeres de clase alta, tendían al empleo del Kotex y las señoras más grandes y tradicionales a las toallas de fina seda con algodones internos o bien a los Tampaxpoco aceptados entre las mujeres jóvenes y convencionales, por aquella idea de quedar desvirgadas con su uso.
Pero para 1970, el Kotex empezaba a perder su connotación de palabra tabú. Gracias a la revolución sexual, a la publicidad y la antigüedad de su marca, se convertía en sinónimo de toalla sanitaria socialmente aceptada.
Los chicos de la secundaria, por allá de 1964, nos entreteníamos adivinando qué niñas andaban con “caballo” por su forma de caminar, por la palidez de su cara, el cambio de carácter o por la marca que dejaba bajo el pantalón o la falda ajustada. Por fortuna, los hombres no teníamos que enfrentar esos baños con cestos de basura llenos de toallas ensangrentadas y mucho menos, excusados tapados con los Kotex usados.
Para las niñas de los años sesenta, los Kotex aún se adherían con un cinturón elástico; no eran como las de los años 70 que ya traían cintas autoadheribles. Pero como sea, resultaban incómodas por su abultado volumen que las delataba bajo el pantalón o la falda. Así, “esos días” resultaban fatales para la mayoría de las mujeres, sin contar con las alteraciones físicas, anímicas y emocionales por las que suelen atravesar algunas mujeres.
Para fortuna de ellas, a principios de los años 90, lanzan a la venta las toallas ultra delgadas en sus 70 modalidades que existen en México y el tampón, inventado en 1929 por el Doctor Earle Hass, se generaliza rompiendo prejuicios, tabúes y paradigmas. Aunque fue la inmigrante alemana, Gertrude Tendrich quien desde su casa empezó a costurarlos bajo la marca de Tampax para hacerlos famosos con la ayuda de inversionistas y convertir este objeto en una de las 50 pequeñas maravillas del mundo.
Allá por el año de 1968, recuerdo a Elisa, una compañera de la prepa cuyos padres le habían hecho saber que la menstruación llegaba cuando el “diablo tocaba el cuerpo de las mujeres”. Quizá por esta aberrante idea, Elisa logró psicosomatizar y retrasar su primer período menstrual hasta entrados los 15 años. El caso, es que estando en plena clase, sintió de pronto, un chorro de sangre fluir por sus muslos hasta teñir de magenta su impecable falda blanca.
Fue Ernesto, su compañero de banca quien le preguntó qué le sucedía al ver la mancha de sangre en la falda. Elisa contuvo el grito bajo un gesto de horror y un llanto ahogado en sollozos que pronto, la maestra de física tuvo a bien consolar.
Entre las carcajadas de los chicos, la maestra sacó a Elisa del salón para explicarle lo sucedido, pues la niña se encontraba más horrorizada por la idea del diablo que por la menstruación misma.
Durante los siguientes ocho días, Elisa dejó de asistir a la escuela, había caído en shock primero y luego en estado depresivo. La profe de física habló seriamente con la ignorante madre para explicarle por qué esas cosas no eran del diablo pero ni al caso, nadie logró convencerla de eso.
De alguna forma, Elisa se enteró que durante el embarazo las mujeres dejan de menstruar y así fue como a los 16 se hacía madre de una linda niña, tras 9 meses de alegrías y tranquilidad como una cuestión de amor.