Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen,
Silenciosa, ignorada y minusvalorada, la MUJER CAMPESINA no sólo cubre un papel cada día más importante en la economía campesina; sobre ella recae la función de la transmisión de valores, la cultura y la identidad. Ellas forman a las nuevas generaciones, tienen por tanto, un papel sustantivo en la reproducción del machismo o en el cambio de actitudes en busca de una relación más justa y equitativa entre el hombre y la mujer.
Su historia parece no ser relevante. Y es que la Historia, la escribían los hombres, para quienes las campesinas solo proveen trabajo agrícola y doméstico. Millones de MUJERES CAMPESINAS, curanderas como María Sabina. Santas; parteras; heroínas y grandes luchadoras sociales anónimas, se desdibujan por la carencia de datos biográficos.
La escasa información disponible sobre el papel de las mujeres en la época prehispánica, indican mayores posibilidades a las mujeres macehuales (del pueblo) sobre las de estrato superiores, la pillis. Sacerdotisas, parteras y curanderas, prestaban servicios, subordinadas a la dirección de los hombres aunque, con un grado superior de especialización con respecto a las hilanderas, guisaderas, tejedoras y vendedoras.
Sin pretender idealizar la sociedad prehispánica, por la información disponible, hombres y mujeres compartían los espacios familiares y sociales. El choque con el modelo cultural llamado occidental, trastocaría las formas preexistentes.
Culturalmente, los españoles portaban una extraña combinación del esquema feudal canónigo, con las tradiciones orientales del mundo árabe. En ambos, la mujer quedaba restringida al espacio del hogar. La sustitución religiosa impuso cambios a la moral y costumbres que afectaron diferencialmente a las regiones. En el altiplano, la reclusión femenina se impuso sin mayores problemas, contrariamente en las regiones costeñas y fundamentalmente en el istmo, donde según Laurette Sejourne existe un sustrato de filiación matrilineal difícilmente se pudo encerrar a las mujeres, conservando éstos espacios en la calle y un desparpajo en su conducta, vestido, vocabulario y danza persistente hasta la fecha.
Esa combinación de pautas castizas, moriscas, mestizas, afroamericanas e indígenas, se fue fusionando en el proceso de mestizaje biológico y social con culturas étnicas originales, que tampoco mostraban mayor homogeneidad. El contacto obviamente impactó a todos los grupos, aún los más alejados por la pertinaz labor misionera, pero en menor medida a los grupos más aislados y reticentes.
No deja de ser lógico, que en los grupos donde ya existía una formación de estado y la división en estratos sociales diferenciados por su acceso a recursos, la subsumisión de la mujer campesina fuese mayor. Los de abajo por estar acostumbrados a la subordinación; los de arriba siempre dominantes terminan acordando entre sí. A los españoles les interesaba el control que los nativos ejercían sobre sus súbditos, y a éstos, seguir beneficiándose de las prerrogativas del poder. LA ALIANZA se concretó en los vientres femeninos. Los españoles pusieron su semilla y apellido que permitía el ascenso de “casta” a las indias en su cacicazgos, repitiendo el modelo español de la dote por el nombre.
Las mujeres del campo también procrearon mestizos, sin el beneficio del nombre. La violación, el uso y abuso sexual fue prerrogativa de los vencedores, carentes de mujeres suficientes pertenecientes a su grupo y habituados a la práctica del derecho de pernada. Para las víctimas rechazadas por los hombres de su raza, el desarraigo de su grupo de origen, las orilló a la búsqueda de nuevas alternativas de sobrevivencia en el trabajo doméstico, los obrajes y las minas.
En las comunidades preservadas del contacto por las leyes de Indias, la reproducción social y biológica sólo se vería afectada por la labor misionera que presionaría a la adopción de vestimentas “púdicas”, diferenciadas por grupo para facilitar su identificación, y al reclutamiento progresivo de la mujer al hogar. Las fiestas, danzas, el ejercicio de cargos fueron cada vez más de competencia masculina, aunque en el trabajo, el grupo doméstico permitiera la participación de la mujer campesina. ¿En qué se ocupaban las MUJERES CRIOLLAS, LAS ESPAÑOLAS?. Si hacían un buen matrimonio, se dedicaban a organizar la vida doméstica, las que no, entraban a un convento. Cuando eran pobres o caídas en desgracia podían ser maestras, comerciantes de objetos artesanales superfluos o costureras, maestras de gremios, dueñas de establecimientos pequeños para el comercio de trapiches, de obrajes, de molinos de trigo.
Pero tanto las indias como las españolas, en esa época, fueron relegadas al analfabetismo, aún cuando recibieran algún tipo de instrucción, principalmente religiosa. Desde ese momento comenzó a gestrase una conducta social que aún persiste: el machismo que supone la superioridad masculina y la limitación de las funciones femeninas a su servicio y la reproducción de la especie. La situación de indefensión en que se encontraban las mujeres también propició el surgimiento de otra institución que aún se percibe: la casa chica, eufemismo para disfrazar la persistencia de la poligamia como práctica reconocida y tolerada aunque no aprobada. Las mujeres en posibilidades de mantenerse por sí mismas aceptan el sostenimiento de un hombre que ya tiene otro hogar constituido. Como segundo o tercer frente, la ilegitimidad se desdibuja ante lo generalizado de la práctica.
Si bien a partir del Siglo XVIII se permite a las mujeres el desempeño de actividades antes vedadas como: la producción textil, en fábricas de tabaco, oficios como el de zapateras, encuadernadoras y otros por las necesidades derivadas del desarrollo industrial y se autoriza la enseñanza de la lectura y la escritura creándose un colegio para niñas, se trató de un fenómeno urbano y limitado por la falta de oferta de trabajo, del que quedaron al margen las mujeres campesinas. Las excepciones existen, más la regla permanece invariable: “La mujer como escopeta: siempre cargada y detrás de la puerta”, dice el refrán.
En la mitad del Siglo XIX, el ejercicio del magisterio abre una puerta a las aspiraciones femeninas, será en éste momento cuando la apertura de fábricas textiles demande mano de obra de mujeres y niños a precios muy bajos para jornadas muy largas. A estas plazas han de arribar fundamentalmente mujeres marginales: madres solteras, huérfanas, abandonadas. Para la gran mayoría, la opción decente seguía siendo el matrimonio.
Para el Siglo XX, la mujer campesina asume un papel protagónico en la Revolución como soldaderas y en los años 90 con las Ramonas del EZLN. La Revolución parecía anunciar la irrupción de las mujeres al mundo exterior. Sin embargo, aunque ambulantes, atrás de su Juan, sus roles no se trastocaron. Aún las más libres, no atadas a un solo hombre van con ellos para servirles sexualmente, echar tortillas, guisar y procurar su bienestar la trinchera. El temor a los “cuernos”, en caso de dejar a la mujer en casa sin mayor vigilancia, incidió también en la conformación de esta tropa bisexual.
A estas mujeres campesinas no les llegaron los ecos de las luchas feministas, principalmente sufragistas, que al influjo de la moda internacional se desarrollaban entre las élites intelectuales y urbanas. De Tina Modotti, Frida Khalo, nunca se enteraron. Y al finalizar la contienda armada, hombres y mujeres, soldados y soldaderas sobrevivientes, regresaron a las funciones propias de su sexo, dejando el espacio de la política a sus actores “naturales”: empresarios e intelectuales.
Las mujeres campesinas no influyeron las ideas y conceptos de la liberación femenina. Motivos más pragmáticos, menos filosóficos determinaron el cambio de función. La ausencia de hombres, migrantes estacionales, “golondrinos” o permanentes en busca de un salario para complementar los escasos ingresos provenientes de la actividad agropecuaria, generó la necesidad de cubrir sus funciones y para ello sólo se disponía de la fuerza de trabajo de mujeres y niños. Las campesinas también migran a emplearse como jornaleras, como obreras en las maquinadoras, como empleadas domésticas o como miembros de un grupo familiar. Por otra parte, el papel que la mujer campesina juega en los procesos electorales la ha convertido en alguien capaz de organizar y movilizar a comunidades, pero la mayoría de las veces, detrás de un hombre.
Queda mucho por decir. Ni la modernidad que niega el pasado, ni el tradicionalismo conservador, parecen proporcionar la solución. La síntesis aún está en fragua y las mujeres campesinas tendrán mucho que decir; voltear la mirada hacia las Mujeres Campesinas es una cuestión de amor.
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