Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, Ahí estaba Marlene escuchando a ellas y ellos sin hablar. La reunión se prolongó más allá del amanecer, porque cuando se tocan temas álgidos, uno termina disparando hacia cualquier lado discutiendo mucho sin llegar a nada.
Este fue el caso cuando alguien comentó que con o sin liberación femenina, las mujeres han protagonizado en todas las épocas grandes episodios épicos, históricos y forman parte importante de la mitología de todos los confines del mundo.
En esa discusión nos encontrábamos enredados, cuando Marlene soltó a bocajarro su opinión. Para mí, la supuesta liberación femenina debió conocerse como el movimiento de liberación del hombre. El feminismo fue el gran mito de los años sesenta y setenta que colocó al hombre en una situación de privilegio al incorporar de lleno a la mujer a la planta productiva y con ello dividirse la responsabilidad de los gastos familiares restándole responsabilidades al hombre e incrementándoselas a la mujer quienes ahora, además de ser trabajadoras deben cumplir con el papel de trabajadoras, amas de casa, cocineras, lavanderas, madres y esposas.
La liberación femenina planteó un espejismo al hacer creer a la mujer que la igualdad con el hombre le redituaría igualdad en derechos, cuando la única igualdad que alcanzó fue en el campo de las obligaciones. Ahora, la mujer trabaja, estudia, se relaciona con los demás, consume, discute y participa en política, y sin embargo, prevalecen las diferencias marcadas en la discriminación que se expresa en muchos sentidos.
Como psicóloga me he dedicado a este tema por años y encuentro que esta responsabilidad compartida con el hombre fue una manipulación que amplió el ejército laboral y abarató con ello, la mano de obra y los salarios. La competencia en el terreno laboral no benefició ni a la mujer a quien se le paga menos por el mismo trabajo realizado, ni siquiera al hombre quien ha sido desplazado por la mano de obra femenina más barata.
Además, dice Marlene afinando la voz, la incorporación de la mujer urbana al empleo remunerado incrementó la demanda de cosméticos, prendas de vestir, y en general, el consumo de bienes y servicios que se reflejan en el intenso bombardeo publicitario a través de todos los medios de comunicación. Con ello, la mujer moderna se ha convertido en esclava y víctima de los arquetipos que presentan las revistas de modas; cada vez son más dependientes de las dietas, de los ejercicios y de los mil y un productos que se anuncian para embellecerlas, para facilitarles la vida en el hogar y hasta para educar a los hijos poniéndolos frente al televisor o la Internet.
Marlene no pierde el micrófono para señalar que la adopción de la píldora anticonceptiva planteó nuevos derroteros que no contribuyeron únicamente a la planificación familiar sino a un supuesto dominio de su cuerpo y su propia sexualidad que trajo consigo el relajamiento de importantes valores morales y familiares para convertirla en un simple objeto sexual de la publicidad y el mercado de la carne. En consecuencia, el número de divorcios se incrementó notablemente a partir de los años setenta y el promedio de duración de un matrimonio se redujo de 26 años a sólo 6 años.
De ninguna manera me opongo a la realización plena de la mujer, dice Marlene, ni al ejercicio de la igualdad de derechos con el hombre, siempre y cuando, se reconozcan y respeten las diferencias de género; y no se caiga en la ramplonería de defender un seudo movimiento que no tiene sino claras intenciones comerciales, propagandistas, políticas, laborales, económicas y todas ellas, bastante perversas.
La liberación de la mujer no es una simple cuestión del derecho que nace de la costumbre sino de la cultura de los pueblos. La ley puede decir misa, pero mientras las actitudes y la cultura no se transformen, nada cambiará.
Por supuesto, el tema desató una terrible polémica entre hombres y mujeres, quienes parecían sentirse agredidos en su dignidad con el señalamiento de Marlene sobre los gastos compartidos, las responsabilidades multiplicadas para la mujer, la cosificación comercial de la mujer, la explotación sexual y el relajamiento de los valores.
Federico saltó en contra de las generalizaciones para recordar que la mayoría de las mujeres campesinas no han descubierto que “hay algo más que echar tortillas en el día y tener hijos por las noches”. La mayoría de ellas ni siquiera ha terminado la educación primaria y muchas otras mueren al momento del parto o por padecimientos que pudieron prevenirse. Eso, sin contar con los embarazos de las adolescentes entre 10 y 11 años de edad. Para ellas, la Internet, televisión y comer tres veces al día es impensable. En cambio la violencia y las golpizas son pan de cada día.
Amalia recordó nuevamente que el debate feminista de nuestros tiempos se había centrado en la mujer en etapa reproductiva dejando de lado a las jóvenes y niñas. El eje del movimiento feminista se centró en la lucha de la mujer por apropiarse de su cuerpo, lucha que se tradujo en la reivindicación del derecho a ejercer con libertad la sexualidad, la capacidad reproductiva y productiva, esto es, el derecho a trabajar por un ingreso. Una de las mayores apuestas del feminismo contemporáneo ha sido que al trabajar por un ingreso, daría a las mujeres la autonomía necesaria para enfrentar y modificar valores, normas y prácticas que han impedido u obstaculizado su entrada a las actividades centrales de la era moderna: ciencia, política y economía.
Pero ya, en la década de los veintes de este Siglo, al hacer un recuento, los logros del movimiento feminista se llega a la conclusión que efectivamente, la mujer ha incrementado sus escolaridad, que cada vez emplea más los métodos anticonceptivos, que la edad para ejercer su sexualidad se inicia mucho antes que la edad para contraer matrimonio, que a pesar de competir en el mercado laboral aún siguen siendo objeto de hostigamiento, acoso sexual y discriminación. Aunado a ello, el movimiento feminista registra que en la actualidad los hogares de desintegran con mayor facilidad, que en ellos la disfuncionalidad se hace más clara cuando la imagen de autoridad se ha perdido, los divorcios se pactan al momento de casarse.
Gabriel interviene diciendo: Las cosas parecen empeorar. El mundo se convulsiona en violencia y nadie ha encontrado un sustituto a la familia funcional a la que muchos critican como patrón de dominio o modelo pequeño burgués. El caso es que hoy, no existe control sobre los hijos y ello desencadena mayor violencia e inseguridad.
Sonia, una ilustre profesional, política y mujer de negocios, bosteza. “¡Qué hueva me dan los temas de género!, en el fondo también debemos reconocer que hay en la subordinación de la mujer una actitud de conchudez y comodidad que se resiste a perder los privilegios de ser mantenida, protegida y abrigada por el hombre o su macho. Las mujeres que desean salir, lo hacen; las que no, prefieren la cómoda placidez de la manutención del hombre.
Para mí, dice Sonia, el precio a mi libertad como mujer de logros, ha sido el ver poco o casi nada a mis hijos, compartir apenas un desayuno extra rápido con mi marido, esa sensación de carecer de familia y hasta de hogar. La soledad de pronto me asalta; y esas satisfacciones de ver crecer a los hijos, de las que me hablan mis amigas, no las conozco; en cambio, recibo aplausos, reconocimientos, dinero, pero ahora a los 56 años me pregunto si todo eso valió la pena. Ya no tengo marido, los hijos viajaron lejos, a los nietos ni los conozco y quienes me aplaudieron ni siquiera se acuerdan de llamarme por teléfono. Todo tiene su precio.
Yo, remata Alicia, sigo soltera a mis 50 años. Estudié Comunicación MMC (mientras me casaba) y no cambiaría la comodidad de salir con mis amistades, leer cuantos libros quiera, disfrutar de un buen café, asistir al gimnasio, estudiar diplomados, ir al cine en el momento en que lo decido, visitar museos, teatros o tiendas, tantas veces como se me pegue la gana. Además, puedo hacer pequeñas labores sin mucha obligación que me reditúan sendos beneficios económicos sin pelear con otras mujeres u hombres; porque sea dicho de paso, el peor enemigo de una mujer son las propias mujeres, en especial en el terreno laboral.
Para mí, Ana Karen, la cuestión de la mujer se reduce a una decisión personal, reflexiva y razonada porque cualquier elección conlleva la renuncia a otros privilegios. Quedarse en casa o salir de ella en busca del éxito, son puntos de vista que sólo cada mujer tiene derecho a decidir, y cualquiera que sea su elección, no será fácil, pues no hay logros sin sacrificios. En todo caso, lo que sí debe prevalecer es el respeto a las decisiones de la mujer, pues valorarla, apreciar su esfuerzo y capacidad es una cuestión de amor.