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Mi incredulidad contra los viajeros del tiempo / Sarcasmo y café

Mi incredulidad contra los viajeros del tiempo / Sarcasmo y café
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Corina Gutiérrez Wood

No sé en qué momento de la vida terminé teniendo debates serios, largos y apasionados, sobre la posibilidad de que ciertos escritores hayan viajado al futuro. No sé si es mi cara de “pregúntame lo que quieras que igual te voy a contradecir” o si simplemente tengo ese tipo de amigos que coleccionan teorías como si fueran estampitas del mundial.
Pero ahí estoy yo, escéptica por vocación y por paciencia selectiva, escuchando la explicación, con absoluta seguridad y mirada visionaria, que Julio Verne, George Orwell y Leonardo da Vinci no imaginaron nada, recordaron. Que lo suyo no fue creatividad sino un tipo de turismo temporal del que regresaron disfrazando sus notas como novelas para que nadie los metiera a una institución psiquiátrica del siglo correspondiente.

Y claro, suena tan descabellado que uno debería reírse, pero luego recuerdo ciertos detalles y pienso “Bueno, tantita duda nunca mató a nadie. Solo a unos cuantos personajes de Orwell”.

Confieso que no creo en viajes al futuro. No creo en túneles cuánticos, ni en portales, ni en escritores que decidieron regresar del año 2400 para contarnos cómo iba a estar la cosa, pero en ficción, para no verse locos. Yo soy la voz racional en esta conversación, la pesada. La que levanta la ceja y respira hondo.

Pero admito que la teoría tiene ese encanto venenoso que solo tienen las buenas mentiras, parece lo suficientemente absurda como para descartarla y lo suficientemente divertida como para seguir escuchándola con café en mano.

Y así empezamos con Verne, porque claro, es el mejor ejemplo para su explicación científica. Y sí, uno lee Veinte mil leguas de viaje submarino y se encuentra con un submarino, el Nautilus, descrito con tal precisión que parece sacado de un catálogo militar actual. Después pasa a De la Tierra a la Luna, donde Verne anticipa trayectorias, módulos, velocidades y, básicamente, la estructura entera del Apolo 11, pero con más estilo y menos presupuesto que la NASA.

Mi postura, Verne era un visionario que entendió lo que la tecnología podría lograr.
la respuesta “No, Corina, por favor, eso no lo imaginas, eso lo ves”.
Y encadena su argumento favorito que Verne tuvo que presentarlo todo como ficción porque ¿qué autoridad científica del siglo XIX iba a tomar en serio a un señor que regresara de visitar el futuro y viniera diciendo que la humanidad volaría al espacio en una lata metálica impulsada por explosiones controladas?

Yo solo asiento mientras pienso que, si yo viajara al futuro, regresaría con una USB llena de números ganadores de lotería, no con novelas.

Luego viene Orwell, y ahí la cosa se pone más sabrosa porque 1984 ya parece un documental incómodo sobre la vida actual. Así que es usado como evidencia Premium; vigilancia masiva, manipulación de información, reescritura de la historia, pantallas omnipresentes. Sí, todo suena más a noticiero moderno que a 1949.

Asegura que Orwell “vio” el futuro, que trabajó con información que nadie más tenía, que se asomó a algo parecido a TikTok con uniforme gris. Yo digo que Orwell simplemente entendió al ser humano con una claridad que da miedo, y que si predijo la distopía es porque la maquinaria del poder siempre ha sido más creativa que ética.

Y de nuevo el argumento: “Es que lo escribió como novela porque, si no, lo tachaban de loco. Igual que a Verne. Igual que a todos los que viajan. Los viajeros del tiempo siempre están condenados a hablar en ficción”.

Yo escucho mientras miro mi celular, ese que me vigila más que el Gran Hermano, y pienso que la coincidencia es tan incómoda que tal vez entiendo por qué la gente prefiere la teoría “viajero del tiempo” a aceptar que el mundo simplemente repite patrones horribles con disciplina admirable.

Y claro, ningún debate estaría completo sin invocar a Leonardo. Porque si Verne y Orwell son sospechosos, da Vinci es el santo patrono de los teóricos del viaje temporal.
El tipo dibuja helicópteros cuando ni siquiera existía el concepto de “vuelo humano”; diseña máquinas voladoras, armaduras, inventos militares, artefactos anatómicos, sus cuadernos parecen catálogo futurista.

Mi postura racional decía que era un genio que veía posibilidades donde otros apenas veían árboles y guerras. Pero debo reconocer que tenía algo de razón, porque esta frase me sacó de mi disociación “Cori, por favor, ¿quién dibuja un helicóptero en 1500? ¡Alguien que lo vio!”.

Y el argumento estrella; “Por eso lo disfrazaba de bocetos. Para no verse loco. Porque si decía la verdad, lo quemaban en la hoguera. La única forma de decir que vienes del futuro sin que te persigan es hacerlo como si fuera imaginación”.

Yo debería reírme, pero la verdad es que da Vinci sí parece sospechoso. No porque haya viajado, sino porque su curiosidad era tan voraz que casi parece inhumana. No necesitaba viajar al futuro, lo llevaba dentro.

Lo que me queda claro después de tantos debates es que la teoría sobre los viajes al futuro no habla tanto del futuro como del presente, nos fascina la idea de que alguien haya visto más que nosotros, que haya entendido lo que venía antes de que llegara.
Nos consuela pensar que todo está escrito, que hay pistas escondidas en novelas, que no estamos tan perdidos.

Pero también revela algo que sí comparto, aunque por motivos distintos, que algunos escritores tienen una capacidad casi sobrenatural para observar, conectar, intuir y empujar la imaginación hasta rozar lo inevitable. No porque hayan viajado, sino porque vieron el mundo con los ojos abiertos. Y ese es un talento mucho más raro, y más peligroso, que cualquier máquina del tiempo.

Hay quien seguirá convencido de que Verne, Orwell y da Vinci cruzaron alguna puerta escondida entre siglos y regresaron con sus maletas llenas de notas. Yo seguiré convencida de que la imaginación, cuando se suelta, puede parecerse peligrosamente a una profecía.

Pero si algo he aprendido de estas amenas charlas es que a veces las teorías más locas no sirven para explicar el mundo, sino para hacerlo más divertido. Y eso, honestamente, se agradece, porque creer que el futuro inspiró el pasado es una manera preciosa y un poco loca de recordarnos que la creatividad siempre llega primero. Y que, viajero o no, hay gente que ve más lejos que el resto.

Al final, yo seguiré escéptica. No creo que Verne haya tomado café en el siglo XXI ni que Orwell haya visto un algoritmo antes que nadie, ni que da Vinci haya tenido acceso a un catálogo futurista. Pero sí creo que hay mentes que piensan tan lejos que el presente simplemente tarda años en alcanzarlas. Y en ese sentido, parecen viajeros. No del tiempo, sino de la imaginación. Que a veces, si somos honestos, llega mucho antes que la realidad.

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