Esdras Camacho
Era el año 2006, colaboraba en asuntos de gobierno, cubría un horario de oficina. Un suspirante a político expresó en modo de queja que se había quedado sin chofer de taxi para el fin de semana. Yo estaba libre. Le dije —Qué tal que le entro.
Me vio incrédulo a un principio y luego dijo, pasa a traer la llave hoy en la noche. Así fue que desde las primeras horas del sábado andaba yo ruleteando, me sentía todo un rey del volante.
“El mismo trabajo enseña”, decía un primo y, efectivamente, solo hay que saber volantear, hacer los cambios y aguzar la mirada.
Ese día me llevé un mini reproductor portátil de música y a escuchar “Eran las diez con cuarenta piloteaba mi nave […]”. Los taxistas son buenos observadores, conocen cada bache, cada tope y cada cosa sobre la vida de la gente, desarrollan un olfato sobre dónde puede haber pasaje, además de conocer los horarios mejores para ruletear y acercarse a zonas de demanda de servicios.
Yo de norte a sur, y de poniente a oriente, en forma de equis en un Tsuru, de pintura descarapelada y con chirrin chirrin y traca traca a la hora de andar.
Las recomendaciones que me hizo el dueño del taxi fue que se lo llevara a las diez de la noche, con el tanque lleno, y con el auto lavado, fue todo. Lo que no me dijo es que tenía desperfectos. El primero me ocurrió cuando se pinchó unallanta en una calle no muy transitada.
Le comuniqué por teléfono y envío a otro de sus choferes a ponerle el repuesto. Ya por la tarde el carro no encendía al girar la llave, vuelta a hablarle, me respondió que lo prendiera yo al empujón, ¿Cómo se hace eso?, procura no apagar el carro y si lo vas a apagar, procura apagarlo en bajada, para que al subirte puedes prenderlo al meter segunda, eso se llama encenderlo al clutchazo.
Yo que había aceptado el encargo, esperando que me fuera como en las películas del cine de oro en México, no sé, algún tipo de historia, por lo menos al estilo de Arjona en historias de taxi, me vi en penurias porque a veces apagaba el carro no en bajada.
Un señor me pidió el servicio y en un tope se apagó. Me dijo, no te apures, yo soy chofer de taxi, levanta el cofre, le dio unos golpecitos a la marcha y el auto encendió, bajó el cofre y pudimos avanzar. —¿No sabes cómo se le hace? Negué con inocencia real.
Una pareja se estaba guareciendo de la lluvia en el marco de una puerta, cuando me vio, me pidió que los llevase. La lluvia se soltó con fuerza y pasó que, al pasar un tope, el vehículo se apagó. Le dije que buscara otro taxi y que disculpara. —No, no es difícil, yo soy chofer de taxi, ya se que tiene, préstame tu paraguas. —No tengo. Pensé que se iría pero él insistió, se bajó del auto bajo los chorros de agua, abrió el cofre e hizo el milagro de que arrancara, se volvió a meter, todo empapado. Al llegar a su casa me pagó la cuota por el traslado.
Más tarde entregué el vehículo con su propietario, aún tuvo la osadía de preguntar —¿Qué te avientas otro turno mañana? —Nel, aquí termina mi carrera como taxista.
No fui yo, fue el taxi.