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México: las dos fronteras

México: las dos fronteras
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Manuel Ruiseñor Liévano

México es, no sólo en razón de sus coordenadas geográficas y, por ende, por causa de sus límites territoriales tanto al Norte como al Sur, una de las naciones más sui generis de todo el orbe.

La frontera norte está dividida en casi la mitad de su extensión por el Río Bravo, que desemboca en el océano Atlántico en el golfo de México. La otra mitad es una zona de desierto y de semidesierto, que se extiende hasta Tijuana en el océano Pacífico.

Hacia el Sur, México comparte límites internacionales con Guatemala y Belice a lo largo de 956 kilómetros de selva, ríos y montañas, de los cuales 654 kilómetros corresponden a Chiapas.

La frontera entre México y Estados Unidos, vive en continua transformación y más aún desde que el actual presidente Donald Trump cumplió su primer mandato como líder de la aún más poderosa nación del planeta.

Sabido es que, por causa de las interacciones en distintos niveles económicos y políticos y también por procesos sociales y culturales, en el Norte se están subvirtiendo los límites; en tanto, las dinámicas fronterizas son el reflejo del contraste entre dos culturas con presencia en el continente: la anglosajona y la latina, lo cual ha abierto espacio a una compleja relación binacional marcada por múltiples cruces, permisos y prohibiciones. Señaladamente estos últimos, dada la virulencia de la política migratoria de Trump, la cual ha decretado condiciones de excepción en las concentraciones hispanas en donde, por citar el ejemplo más estruendoso, la Ciudad de Los Ángeles, en el estado de California, inició una persecución –¿cacería?– de migrantes a quienes no sólo ha denostado, sino peor aún, ha criminalizado.

A diferencia, la frontera sur pareciera ser la otra cara de la moneda con una relación marcada por una historia y cultura en común, más allá de la pobreza y marginación que caracteriza a ambas regiones.

Una frontera sur que, hoy por hoy, se puso de relieve en el mundo por el conocido incidente derivado de la incursión punitiva de fuerzas policiales de Chiapas en territorio de Guatemala, en busca de criminales que han asolado la Sierra de Chiapas.

En sentido opuesto, ambas fronteras representan desafíos complejos que nuestro país está llamado a atender al menos en dos planos.

El primero, a nivel de la diplomacia para buscar lo mas pronto posible acuerdos en la representación, defensa, negociación y promoción de los intereses nacionales, en temas como seguridad. derechos humanos, educación, economía y comercio, entre otros.

Y el segundo plano, pero no menos importante, el de respetar las convenciones, tratados y pactos, que nuestro país ha suscrito con diversas naciones y que por tanto es menester honrar con su cumplimiento.

A no dudarlo, temas complicados para las políticas de Estado, cuando de vincular se trata a las realidades sociales específicas de cada frontera.

México, lo sabemos, es un país centralizado y muchas de las decisiones sobre lo que ocurre en las regiones fronterizas corresponden al orden federal, aunque las cuestiones prácticas necesariamente tienen que ser resueltas en las jurisdicciones locales.

Tal es el caso del incidente Chiapas-Guatemala, donde el gobernador de Chiapas no tardó en reaccionar y sostuvo un encuentro con el embajador de Guatemala en México, al tiempo que tanto el Fiscal del Estado como el Secretario de Seguridad, eran llamados a aclarar el incidente ante la autoridad federal de Seguridad, mientras que la Presidenta de México, hubo manifestado públicamente su diferencia con el mandatario chiapaneco.

De un lado, la frontera México-EEUU, específicamente la frontera Tijuana-San Diego, es la más cruzada de todo el mundo occidental, lo cual nos habla de la dimensión de las interacciones que cotidianamente tienen estas sociedades.

Y del Sur, dada su porosidad por falta de infraestructura y a causa de una política migratoria más flexible, los cruces provenientes de Centroamérica son cada vez más numerosos y frecuentes, atizados por la precaria situación de las comunidades.

En resumida cuenta, tanto en el norte como en el sur mexicanos, la interacción fronteriza es el pan de cada día, aunque con motivaciones y objetivos ligados a cada contexto.

Como decíamos líneas arriba, el desafío del Estado mexicano es claro: avanzar en todo lo posible en temas claves de la agenda binacional en el norte y el sur. Y esas cuestiones no pueden ser otras más que seguridad, migración, comercio y trabajo, pero con un enfoque humanista, que ponga en el centro de los objetivos a las personas.

Lejos de erigir muros construir puentes, fortalecer y ampliar la infraestructura y el personal de seguridad, para que ambas fronteras dejen de ser espacio de lo ilegal.

Chiapas tiene que actuar con mayor sensatez y prudencia, sabedor de que ese tema es de competencia federal. Chiapas está mandatado a colaborar, coordinarse y a sancionar a aquellos servidores públicos que sea o no en cumplimiento de su deber, comprometen las de por sí delicadas relaciones con los países vecinos.

Solía decirse que para exigir un trato decoroso para nuestros connacionales en la frontera norte, había que tener la cara limpia en el sur. Un humanismo basado en la convencionalidad de las relaciones de México con sus vecinos en ambas fronteras, pero bajo el tamiz del respeto a los derechos humanos.

Acaso haya otras opciones. Sin embargo, lo urgente es evitar incidentes como en este sur y defender a nuestros connacionales en el norte. México dos fronteras, dos retos permanentes.

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