Manuel Zepeda Ramos
Tengo primos hermanos, mestizos, evidentemente indios choles.
Tengo primos hermanos, mestizos, representantes indiscutibles de la negritud en América.
Tengo primos hermanos, mestizos, claramente peninsulares.
Yo mismo tengo el pelo ensortijado junto a una amplia barba.
Soy mestizo como lo hemos sido y somos cientos de miles de millones que hemos habitado y habitamos el Nuevo Mundo.
Amo profundamente a la marimba, nuestra “huesuda del alma”, “Yolota querida”, que desde Cabo Verde tocó Chiapas escondidas sus teclas en las pocas ropas de nuestros ancestros y que Corazón Borrás la hizo cromática para que hoy vengan a Chiapas virtuosos del Mundo a graduarse de maestros en el dominio de su ejecución.
Admiro profundamente las danzas mestizas totonacas, huastecas y jarochas, de ida y vuelta, que reflejan el paso del viejo continente.
Gozo profundamente el fandango, como se que lo gozan los antillanos de los pueblos mestizos de esa geografía.
Orgulloso estoy de los textiles de los Altos de Chiapas, admirados por el Mundo, cuyas grecas y figuras hablaban de la presencia de extraños en su tierra.
Cada vez que oigo el sonido de una sinfónica en México, la que me digan, con solos de trompeta, trombón, tuba o clarinete, perfectamente timbrados y ejecutados por indios oaxaqueños que han aprendido con el paso de más de cuatro siglos a dominar el instrumento; me emociono hasta las lágrimas, porque son sonidos que podrían estar en cualquier sinfónica del Planeta.
Admiro las figuras y colores del indio Miguel Ángel Cabrera quien desde la colonia ha dejado su huella en el tiempo y que con Tamayo, Morales y Toledo se eterniza el arte pictórico oaxaqueño.
Bienvenida la música de capilla que tocaban en las iglesias los indios del Nuevo Mundo en donde Perú, Guatemala y Puebla dan fe de su existencia y calidad.
Bienvenidas las mestizas hermosas de caderamen amplio y piernas largas que han sabido interpretar la herencia de la negritud en México haciendo del mambo, el chachachá y el merengue ritmos que invitan a mover los pies y a ver el mundo desde una perspectiva más optimista.
Admiro a Toña la negra, a su hermano el negro peregrino, a Salvador el negro Ojeda, a Alejandra Robles, intérpretes maravillosos de la música popular que han sido y son, que se han ganado un gran lugar en el imaginario colectivo en el que millones de mexicanos abrevamos.
Creo en la claridad y el virtuosismo del arpa de Alberto de la Rosa y el gran desarrollo del Tlen Huicani, hoy serio formador de profesionales de la música jarocha y representante insigne de Veracruz ante el Mundo.
Me emociona la fuerza de los tamborileros de Tenosique y la danza del Pochó que celebra el carnaval, herencia del Viejo Mundo, cuyos danzantes se visten con las plantas de muchos verdes que la feracidad de la selva del sur sureste otorga.
México es un país mestizo, sin duda alguna.
América Latina, también.
Sueño con el día en el que Humberto Santiz, originario de un paraje cercano a San Juan Chamula, estudiante de pos doctorado en Antropología Social por la Universidad de Berlín, se gradúe con una tesis escrita en Tsotsil cuya gramática la construyera el inmortal políglota Carlo Antonio Castro, Premio Chiapas y Maestro Emérito por la Universidad Veracruzana.
Los artistas indígenas de México, que ya han ganado los mejores lugares del Mundo del Arte, son ya un sueño realizado.
Me emociona al infinito que todo esto se los esté contando en el idioma en el que se escribió la obra más importante del castellano de las manos de don Miguel de Cervantes, el idioma español que nos da ruta e identidad.
Soy mestizo.
Estoy profundamente orgulloso de ello.