Corina Gutiérrez Wood
Hay gente que miente tan bien, que uno hasta se siente grosero por no aplaudir. No solo mienten: actúan, editan, producen, y si hace falta, musicalizan la mentira. Y encima te miran como si el confundido fueras tú.
Porque todos mentimos. Eso hay que admitirlo sin adornos. Pero también es cierto que hay quienes se llevan las palmas, la ovación y hasta el reconocimiento a la trayectoria. Porque una cosa es mentir para salir del paso (“sí, sí me acordé de tu cumpleaños”), y otra es construir una realidad paralela tan bien montada que podrían cobrar entrada.
Hay quienes viven en realidades paralelas diseñadas por ellos mismos: decoradas, con iluminación emocional y efectos especiales incluidos. No mienten de vez en cuando, residen en la mentira. Y no aceptan visitas.
Mentir es un arte. No cualquiera puede. Se requiere de creatividad para inventar, sí, pero sobre todo de memoria quirúrgica para sostener. Porque una mentira lleva a otra, y si no recuerdas los detalles del primer acto, el resto del show se desploma. Que esto no es problema cuando le mientes a alguien con memoria distraída, pero cuidado con soltar cuentos frente a quien recuerda hasta el tono con el que lo dijiste con sus puntos y comas.
Y como me pudo la curiosidad, fui a ver qué pasa en el cerebro cuando uno miente. Porque si vamos a mentir (o a detectar mentirosos), mínimo que sepamos con qué herramientas se juega
Resulta que cuando mentimos, el cerebro se activa en tres regiones: el lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el lóbulo límbico. Se incrementa la actividad cerebral, sube el flujo sanguíneo, y el oxígeno corre más rápido que nosotros después de soltar una mentira mal armada. Mentir, neurológicamente hablando, es un desgaste. Se activan zonas del córtex frontal responsables de la atención, la concentración y el control de errores. Es decir, el cerebro se pone en modo “alerta total”, porque está intentando controlar la verdad mientras fabrica una ficción.
Además, no es lo mismo mentir espontáneamente que mentir con ensayo previo. Las mentiras improvisadas estimulan una parte del lóbulo frontal relacionada con la memoria de trabajo. Las mentiras memorizadas, en cambio, activan otra región: la corteza frontal derecha, asociada con la memoria episódica. Así que sí, hasta para mentir se nota si improvisas o estudiaste el guion.
Y después de todo este recorrido por la neurociencia de la deshonestidad, la conclusión es sencilla: mentir es faltar a la verdad sabiendo perfectamente que se está haciendo. Todo lo que pase en el cerebro puede sonar muy científico, pero no cambia el hecho de que es un acto de manipulación, fin.
Eso sí, no olvides que para mentir hay que estar preparado. No solo para sostener la historia, sino para el día en que se te caiga el teatro. Porque tarde o temprano, llega alguien con memoria de elefante que, con una sola pregunta bien formulada, adiós puesta en escena.
Y ahí no hay lóbulo que te salve.
Mentir es un arte. Pero no todos son artistas… algunos solo son estafadores con buen guion y cero vergüenza.