Ernesto Gómez Pananá
Cada persona es sus conocimientos, sus habilidades y debilidades, sus pasiones. Empecé a entrenar natación a los 12 años; Desde entonces, esta actividad se convirtió en parte fundamental de mi vida. La primera olimpiada que seguí con detalle en la televisión fue la de 1988 en Seúl . Me apasionaba ver ese grupo de portentosos tritones y sirenas en la televisión. la conexión era tal, que al momento de iniciar las pruebas, sentado frente a la televisión, no solamente podía sentir la adrenalina y el vértigo que -toda proporción guardad- podían sentir aquellos deportistas de élite previo a iniciar su prueba. Igualmente, podía resultar incluso cómico que el condicionamiento ante la competencia era tal que cuando sonaba el balazo de arranque, ahí sentado en el sillón, el cuerpo reaccionaba haciendo un ligero -y desde luego involuntario- movimiento del torso hacia atrás, como para lanzarse desde el banco de salida.
Desde aquel lejano 1988 en el que la los avances tecnológicos obligaban a presenciar las olimpiadas únicamente en su transmisión en vivo o en los resúmenes nocturnos, es decir, no existían el internet ni YouTube como para presenciar, programarme para seguir el programa olímpico de natación se convirtió para mí en un hábito gozoso que procuro cumplir cada cuatro años: Religiosamente agendo fechas y horarios de cada uno de los eventos y procuro la ocasión para disfrutar en vivo las cuatrianuales epopeyas en la piscina. En la columna de esta semana permítaseme reseñas a algunas de las figuras que más recuerdo.
Para las olimpiadas de Seúl, las estrellas eran Matt Biondi, de los EEUU y Kristin Otto, de la entonces República Democrática Alemana. Biondi llegó a los juegos con la enorme expectativa de alcanzar ocho medallas de oro y superar lo logrado en Munich 1972 por Mark Spitz. Biondi era un gran velocista y logró ganar cinco medallas de oro, dos individuales y tres en relevos, no pudo ganar el 200 libres ni el 100 mariposa. En esta última se vivió un momento épico en la final, cuando todos los reflectores y pronósticos apuntaban al norteamericano en el carril principal. LA toma en la televisión mantuvo una toma cerrada en Biondi toda la prueba. Al llegar, por tan solo una centésima de segundo, el ganador fue Anthony Nesty, oriundo de Surinam. Por primera ocasión un nadador de color ganaba medalla de oro olímpica en natación. La ceremonia de premiación demoró en realizarse: ni la bandera ni el himno de Surinam estaban contemplados y el comité organizador tuvo que correr a conseguirlos.
En Barcelona 1992 una de las cuestiones destacables fue la diversidad de países que lograron colarse al medallero. Más allá de las potencias tradicionales, en Barcelona se repartieron entre Rusia, Estados Unidos, Alemania, Hungría, Australia, Canada, pero afortunadamente también se meten España y Brasil al medallero. España, en el 200 metros dorso, con Martín López Zubero, un caso de esos que se dan con cierta frecuencia en la natación: los dos hermanos mayores de López Zubero también fueron nadadores olímpicos, incluso su hermano David fue también medallista en los juegos de Moscú 1980. En el caso de Brasil, su nadador Gustavo Borges logró quedarse con la plata en el 200 libres en lo que sería el inicio de una enorme carreta deportiva en la que acumuló cuatro juegos olímpicos, cuatro récords mundiales, cuatro medallas olímpicas y su ingreso al Salón de la Fama de la Natación Internacional. Además, Borges fue la punta de lanza de una potente generación de nadadores brasileños de clase internacional.
Para los juegos de Atlanta 1996 nuevamente el medallero no se concentró en las potencias y por primera ocasión un par de nadadores cubanos se metieron al medallero: Neisser Bent -hijo de un conocido pelotero de la isla- y Rodolfo Falcón se llevaron el bronce y la plata en el 100 m dorso, sumando a los resultados continentales que logró Brasil con Gustavo Borges y Rodolfo Falcón. Gran momento para la natación latinoamericana.
De Sidney 2000 quisiera mencionar dos hechos significativos relacionados con la prueba de 5o m libres varonil. El primero, el caso de Gary Hall Jr., hijo de Gary Hall Sr, también medallista olímpico en México 68, Munich 72 y Montreal 76. Extrovertido y por momentos fanfarrón, Hall Jr. firmó un contrato de patrocinio con Everlast, marca que solía concentrar sus patrocinios en boxeadores y se presentaba a sus pruebas con actitudes pugilísticas que lo hacían parecer un deportista poco serio. El estadio acuático de Sidney calló cuando Hall Jr. demostró que no eran fanfarronerías: Se quedó con la medalla de oro en 50 m en una prueba de alarido en la que compartió podio con otro grande, el norteamericano Anthony Ervin, protagonista de una vida épica y a quien volveré a mencionar poco más adelante. Por lo demás, estos juegos son el debut estelar del torpedo Ian Thorpe y su traje completo de alta tecnología. Pocos años más tarde, dichos trajes se prohibirían.
En Atenas 2004 se encontraros dos semidioses del océano: Por Australia la ratificación de Ian Thorpe, quien se coronó en 200 m y 400 m libres y por su parte, en sus segunda olimpiada, el salto -y el asalto- al podio del enorme Michael Phelps en 200 m y 400 m combinado individual y los 100 m y 200 m mariposa, una mezcla de eventos natural, un poco como el que un atleta de tres mil metrods obstáculos también corra los tres mil metros planos. Ojo aquí estimados quince lectores porque en París 2024 retomaremos este detalle técnico al mencionar a otro deportista extraterrenal. Se destaca también que en esta olimpiada por primera y única ocasión en la historia, el relevo libre 4×100 m varonil se lo llevó la República de Sudáfrica.
Oximoronas 1. Tres palabras: NADA como ganar.
Oximoronas 2. Grande Alexa Moreno en gimnasia, grandes Olvera y Celaya en clavados, grande Awiti en judo, grandes Ale, Ángela y Ana Paula en tiro con arco. Grandes también De Lara y Castaño en natación.