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¡Más cebolla! / La Feria

¡Más cebolla! / La Feria
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Sr. López

Hace tiempo le conté del médico que llegó a Autlán, allá a principios del siglo XX, que a la puerta de su consultorio puso un letrero en que anunciaba ser titulado por la Facultad de Medicina de París, sin haber salido del país en su vida, y recetaba cebolla para todo, en tizanas, emplastos, cruda, hervida, a mordidas, macerada. Unos se curaban -solos- y otros no, pero era un merolico y para todo tenía explicación. Iba bien hasta que se enfermó la mamá de la abuela y contra la opinión de su papá llamaron al médico de París, que después de examinarla a ella y al revólver desenfundado del bisabuelo, prescribió que se la llevaran a Guadalajara, como hicieron, no sin antes advertirle el papá de la abuela: -Se acabó, se va o al regresar lo instalo en el camposanto -se fue.

Tal vez el principal error de aquél PRI imperial fue repetir lo que había dado resultados en el México posrevolucionario con todo por reconstruir. El país cambió, los problemas eran otros y después de insistir en fórmulas de ya probada ineficacia, se derrumbó y ya en esas su principal acierto fue entregar el poder sin remilgos.

Tal vez el principal error del PAN fue no entender que el mandato era cambiar el “sistema”, reorganizar al Estado, castigar con dureza ejemplar la corrupción existente, depurar la estructura del gobierno, purgar las prácticas pervertidas de los partidos políticos ¡Ah! y no entendieron que no se puede declarar la guerra a la delincuencia sin medidas excepcionales: unos jugando con reglas jurídicas de tiempos normales y otros en cancha libre. Derechos humanos frente a atrocidades. No, la guerra como en la guerra. Y el resultado lo hubiera premiado la ciudadanía.

Luego, el diluvio: el retorno del priismo de más viejo cuño, el del echeverriato, el autoritarismo populista y fariseo que fue el primer síntoma claro de descomposición del PRI, inicio de su declive en los años 70 del siglo pasado, comienzo de décadas de tropiezos. Eso es el fundador de Morena, un altivo priista impostor disfrazado de izquierdista, redentor y buen pastor, impotente narcisista, por ineficaz y por soberbio, esa su ansia de quedar en la historia como lo que finge ser, por lo que miente en todo, sin escrúpulo, permitiendo -en el mejor caso-, una corrupción nunca antes vista y que el cáncer de la inseguridad pública hiciera metástasis en el cuerpo del gobierno.

Ahora, peor, tenemos una Presidenta equivocada de origen por su devoción sincera a quien la eligió como sucesora no por sus virtudes políticas sino precisamente por su ineptitud política; empleada, siempre empleada, tal vez eficaz pero sin haber ejercido jamás la política que para ella todo es dar o recibir órdenes y cumplirlas.

En medio de nuestra muy mexicana tolvanera de pifias y fiascos, pasa desapercibido que siempre se usa el mismo recetario, el del antiguo régimen tricolor. La alternancia de los partidos en el poder, todos, de PRI a PAN, a PRI de nuevo y hoy a Morena, no se tradujo en cambios verdaderos, todo es apariencia. Se modifican leyes y Constitución, se mantiene el encubrimiento mutuo entre políticos, la demagogia es norma y si seguimos haciendo lo mismo no conseguiremos nada distinto. La cebolla, de veras, no cura nada.

Esperar que la casta política rompa el orden (desorden), establecido es candidez muy cercana a otro adjetivo que empieza con ‘p’. Los que están trepados lo pasan estupendamente, no se vaya a creer que sufren por el peladaje estándar, para nada (niños con cáncer incluidos).

¿Cómo es posible?… ¡ah!, porque los aguantamos. Y nunca falta el que dice que ese tolerarles todo es porque ni modo de hacer una revolución para cortar por lo sano.

Vale al argumento si por revolución se entiende movimiento armado, muertos (más muertos), y sangre (más sangre). Pero viera usted que no, que también hay revoluciones sin balazos. Y no es algo de estos tiempos post-Gandhi. Mire usted:

En la Antigua Roma, en esos tiempos en que los gobernantes eran de pelo en pecho y matar no les cortaba el hipo, allá por el siglo V a.C., los plebeyos estaban hasta la coronilla de los patricios y como sabían que tenían muy pesada la mano, nada más se salieron de la ciudad, todos, todos, se fueron a un cerro (colina se oye mejor), y hasta allá fueron los mandones a decirles que ya dejaran eso, nada funcionaba, la ciudad estaba en peligro; y los plebeyos consiguieron representación política y la creación de asambleas de pelados, ellos.

Así, el peladaje de Roma consiguió con esas huelgas generales, que las leyes se escribieran y se acabaran las arbitrariedades… y, por si le parece poco, obtuvieron nomás con los brazos caídos (pero lo de todos, si no, no funciona), que los señorones patricios aceptaran que las leyes se votaran en asambleas plebeyas (Ley Hortensia, por ahí del 290 a.C.).

Dirá alguno… bueno, ¡aaantes! No señor, también ahora. Así, con resistencia civil, la India se deshizo del dominio británico en 1947; si le sigue pareciendo muy lejano, bueno, ahí está el derrocamiento de la dictadura de Portugal en 1974 (la Revolución de los Claveles, porque la gente ponía claveles a los fusiles de los soldados que les echaban para reprimirlos).

Los movimientos de resistencia civil son invencibles, entérese, a condición de que sean verdaderamente generales. El terrible dictador Ferdinando Marcos en Filipinas así cayó en 1986; la caída de Muro de Berlín no fue porque se distrajo la policía, sino por la “Die Wende” (Revolución Pacífica), sin descalabrados. 

También Checoeslovaquia en 1989 en unas semanas se deshizo del régimen la URSS con la Revolución de Terciopelo. En este siglo, en 2003, en Georgia mandaron a tomar viento fresco al nada simpático Eduardo Shevardnadze con la Revolución de las Rosas. Y la resistencia civil cambió todo en Ucrania en 2004 y en Armenia en 2018. Y mientras en nuestra risueña patria, pandos de gusto leyendo memes, tragamos lo que nos mandan tragar. Una de dos o somos un país de tarugos o resulta que ¡sorpresa!, así nos gusta. ¡Más cebolla!

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