Sr. López
En aquellos tiempos en que la gente decente no se divorciaba, se separaba, tío Neto dejó a tía Fina. Bueno. Todo se hizo con corrección y tío Neto siempre la mantuvo en su casa y como siempre, pero tía Fina lo odiaba con todas las fuerzas que le daba el alma porque se llevó al Canelo, su perro. Alguna vez alguien dijo al tío que llevara la fiesta en paz y devolviera el Canelo, pero contestó: -Jamás, es el único que siempre me entiende y lo entiendo, jamás –sería de risa si no fuera cierto.
El problema con la realidad es que es cambiante, complicada y a veces, contradictoria. Sí, lo real es complejo y solo lo complejo es real. No hay en la vida real situaciones rectilíneas de sencilla solución. Un ejemplo es la aplicación de la ley: si bastara con definir el catálogo de delitos y la sanción de cada uno, no harían falta jueces, sería suficiente con ministerios públicos que aplicaran mecánicamente la sentencia correspondiente a cada delito probado, en vez de la labor de los jueces que evalúan los alegatos de las partes y consideran las circunstancias de cada caso, para absolver o condenar y aplicar la sentencia correspondiente que tampoco es automática y está sujeta a agravantes o dirimentes. Nada real es simple.
La cosa empeora al tratar sobre la sociedad que es la suma de la complejidad de cada persona. Por ello la sociedad se expresa de diversas y cambiantes maneras, individualmente, en espontáneas agrupaciones o en partidos políticos en los que convergen los intereses de las personas, raramente inamovibles. Y más se enreda todo cuando se recapacita en que el individuo y la comunidad, asumen determinaciones no siempre de manera racional y no pocas veces de modo meramente emocional. La sociedad es una madeja complicadísima igual que sus aspiraciones y problemas individuales y colectivos.
Cabe señalar que la maraña que es cada individuo hace imposible definirlo con una sola etiqueta. El más avaro puede tener arranques de generosidad; el más ponderado, reacciones violentas; el más irrespetuoso, impulsos de cortesía; el más libidinoso, arrebatos de decoro. Nadie es de una sola manera inalterable. Solo los personajes de novela suelen ser lineales. De esto es aconsejable dudar de los líderes de convicciones inamovibles, doctrinarios. Nadie auténtico es de una pieza, monolítico.
Así mismo, la visión reduccionista de los agitadores sociales, más caudillos que líderes, más cabecillas que paladines, repudia la complejidad de la sociedad y se empeña en simplificarla y clasificarla, lo que lleva al “conmigo o contra mí”; “los buenos conmigo, los malos los demás”; ofrecen sencillas soluciones dogmáticas para toda situación y para ello dividen a la colectividad, confrontándola: conservadores contra liberales, leales contra corruptos; pueblo-bueno, los seguidores, no-pueblo los opositores. Verdades absolutas predeterminadas contra la objetividad auténtica y dinámica. En resumen: palabrería contra realidad.
Por otro lado, cuando se identifica la complejidad de la sociedad como obstáculo para la solución de sus problemas, no se percibe que es precisamente esa complejidad, la que permite encontrar respuestas en las que se complementan entre sí quienes la integran. La
estricta mentalidad del jurista complementada por la del filósofo; el riguroso criterio científico, enriquecido por el poeta; el artista nutrido por el artesano; la gente común potenciada por los notables. Los opuestos que se complementan, se respetan y se aceptan. Nadie sobra, nunca.
Quienes rechazan la embrollada realidad, son incapaces de incluir y predican la exclusión como signo de pureza ideológica porque es con ideología ayuna de objetividad que pretenden imponer a todos su visionara manera de conseguir un mundo mejor, existente solo en su imaginación.
Esta es una de las virtudes de eso que llamamos democracia: nadie fuera, todos juntos, preferir siempre el error libremente elegido y libremente corregido, al acierto impuesto a la fuerza por uno o un grupo por numeroso que este sea, sin opción de enmienda ni golpe de timón, vistos como debilidad, desvío del ideal derivado de la simple y determinista concepción de una realidad inexistente.
En política no hay verdades absolutas, caminos únicos. Superadas largamente las monarquías absolutistas, han sido ocasionalmente sustituidas por autocracias y dictaduras que a la larga o a la corta han sido derrotadas -todas- por la sobria realidad que parsimoniosamente siempre se impone. Paradójicamente, es más perdurable el orden del colectivo y voluntariamente orquestado cambio permanente. La innovación es imposible ante el dogma y sin innovación se paraliza el curso natural de los acontecimientos. La marcha de la humanidad no es a paso militar, es andar al desgaire libérrimo que siempre es avance aun con tropiezos y extravíos, en tanto se respeten y se hagan respetar unas cuantas cosas, como la ley y los demás.
Y para acabar de complicar las cosas, el mundo de hoy está inevitablemente conectado y los países ya no pueden ser entidades separadas del resto de la comunidad de las naciones. Intentarlo conduce a terminar siendo un Estado paria.
El asidero de quienes no están dispuestos a aceptar que siguen un liderazgo que exige fe sin razones, es el pregón de que es un honor estar con su líder, sin percibir la afrenta de dar la espalda a la realidad. Y es su derecho y tampoco sobran y si de verdad creemos en la democracia tenemos que aceptarlos dejando al simple paso del tiempo el veredicto indiscutible de los resultados. No juzguemos intenciones que no conocemos, no supongamos conjuras. Hay un tiempo para todo, tuvieron su tiempo de siembra y al llegar el tiempo de cosecha, a la falta de frutos le sobran las explicaciones.
Por eso y otras cosas, la cuarta transformación no es viable, nunca lo fue. La sociedad mexicana no se puede coagular en un modelo excluyente definido por una sola persona que votaron 30 millones y nunca pensó en los otros cien millones. ¡Maldita realidad!