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Mal malo / La Feria

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Sr. López

 

En febrero de 2014, sostuvo López -lamentando no apellidarse Pereira-, que el mejor escritor mexicano de todos los tiempos es Jorge Ibargüengoitia, con disculpas a la señorita de Asbaje, Juan Rulfo, otros más y en especial al tótem nacional de la literatura, Octavio Paz (porque si la Academia Sueca hubiera leído “Maten al león”: ¡tenga su Nobel!). En fin, aunque alguien no esté de acuerdo, es la opinión de uno, que no nada más por ser un López no vale (aunque ahora haya de otros López, ya sabe).

 

Sostiene este menda su dicho no sólo por calidad de la prosa de Ibargüengoitia, ni por las carcajadas que causa al explicar con paciencia de maestro de los de antes, cosas serias como eso de que el taco sudado (el de canasta) es el momento culminante de la tecnología mexicana, “Volkswagen de los tacos: algo práctico, bueno y económico”: no, don Jorge es la gloria nacional de las letras por su columna “Instrucciones para vivir en México”, que publicó en el Excelsior de 1969 a 1976, particularmente por la que dedicó el 18 de julio de 1972 (fecha insigne), a probar que levantarse temprano es un mal hábito (cosa muy cierta, razón por la que los obispos y el Papa nunca celebran la misa de seis; los toros no embisten antes de las cuatro de la tarde y la ópera empieza en la nochecita, sostiene López; y por lo mismo, nada decente se hace temprano, de ahí que los fusilamientos son rayando el alba, aclara Ibargüengoitia).

 

Ahora, capoteando mañaneras (confirmación del mal intrínseco de madrugar), este su texto servidor más lamenta la pronta muerte de don Jorge, pues en estos momentos estaría escribiendo “Instrucciones para sobrevivir al sexenio” o el ‘Manual para llegar cuerdo al 2024’. Urgen.

 

Por otro lado, también algo le he comentado sobre el milagro de que nos entendamos entre los mexicanos -hablando, como hablamos-, pues todos sabemos que “mañana” no necesariamente significa el día siguiente; “hay que vernos” se entiende como un ‘hasta nunca’; “en un ratito”, abre un plazo indeterminado; “nos presentaron una vez”, equivale a decir ‘mejor no preguntes’ y “te lo juro”, es prueba plena de mentira. Y así vivimos, sin sobresaltos, porque dominamos el arte de traducir lo que escuchamos, con poco margen de error: entre amigos, “temprano” es a las nueve; “tempranito” a las siete -siete y media, máximo-; y de esposa a esposo, “lo que tú digas” es seria advertencia; y “como tú quieras”, también, pero último aviso.

 

Podría servir, ya en estas, un “Diccionario para vivir en México” para turistas, migrantes, residentes temporales y especialmente para uso del cuerpo diplomático acreditado en nuestra risueña patria, organismos internacionales, entidades financieras extranjeras, inversionistas foráneos y el Cuerpo de Paz de Naciones Unidas, en caso de que algún día haya necesidad de que nos manden Cascos Azules a aplacarnos porque, oiga usted, esto de la matadera sigue subiendo.

 

Estas desordenadas reflexiones vienen a cuento porque a don Jorge no le tocó eso de la ‘posverdad’, neologismo que han puesto de moda algunos sabios, de esos estudiosos de la política, para que brille más su intelecto. Se supone que ‘posverdad’ es la presentación de la realidad interpretada según convenga al político de que se trate, para que la gente se deje manejar emocionalmente (y vote a lo burro: caso de estudio, el Brexit), y que a golpes de ‘posverdad’, se gana cualquier discusión, insistiendo en repetir frases que ‘conectan’ con el peladaje (siempre somos la mayoría), y noquean la realidad dura, los hechos y los datos verificados. Dicho de otro modo: la ‘posverdad’ es mentir eficazmente pero decirlo así a lo pelón, no ayuda a consolidar el prestigio de nadie ni a cobrar mejor las conferencias, por eso nos echan encima los textos sobre la ‘posverdad’, de Steve Tesich, Ralph Keyes y hasta Colin Crouch, quien acuñó por su cuenta el de ‘posdemocracia’, que viene a ser el manipuleo del electorado con cataratas de propaganda.

 

Nos hace falta Ibargüengoitia para que con su talento, defendiera los colores nacionales y enfrentara esas palabronas que nos llegan del extranjero, con la ‘prementira’ y la ‘predemocracia’, creaciones mexicanas las dos, utilizadas intermitentemente en el pasado, aunque con resultados disparejos. Y urge entender aunque sea poquito estos conceptos dado su uso y abuso actuales.

 

Empecemos por la segunda: ‘predemocracia’ es todo lo que antes hacían los políticos por sus puros calzones y hoy nos presentan como decisión del ‘pueblo’ como si existiera un señor con ese nombre (¿el pueblo?… ¿cuál pueblo?… ¿qué es el pueblo?… ¿todos?… ¿de veras, basta tener más de 18 de edad y ya?… ¿y si es idiota, está loco o catatónico, también?… ¿y los asesinos seriales son pueblo?… en serio, hay que pensarle a eso que tan campanudamente todos llamamos ‘pueblo’); pero sin más honduras, aceptando lo de ‘pueblo’… ¿cómo está eso de que los políticos saben lo que quiere el pueblo?; dirá alguien: para eso son las consultas… bueno, sí, pero la ley que hicieron para consultarnos es la hora que no se ha aplicado y en cambio, sí se han hecho consultas a no se sabe quién, ni se supo cómo. No es una manera democrática de tomar decisiones, ni una evolución de la democracia, ni siquiera ‘posdemocracia’ (manipular con propaganda masiva las decisiones de la gente), no señor, es ‘predemocracia’, lo de los tiempos de autócratas, dictadores y mandones de pueblo. Y es muy mexicana. ¡I’iñor!

 

Y pasando a la ‘prementira’… eso tampoco es nuevo. Antes nuestros políticos (no todos pero no pocos), sabían mentir y mentían, pero jamás se le ocurrió a ninguno decir las cosas (oralmente y por escrito; en privado y televisado), previendo que lo iban a cachar en la mentira, viéndose obligado a decir algo diferente a lo que se está pensando y lo que se va a hacer (o no hacer), pero (póngase listo, es enredada la cosa), con un culpable ya previsto. ‘Prementira’ no es necedad ni pertinacia, es mala intención e incapacidad para el mal, ser mal malo.

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