Juan Carlos Cal y Mayor
Las dictaduras no caen por discursos ni por condenas morales. Caen cuando se quedan sin dinero. Y el régimen de Nicolás Maduro está entrando justo ahí: en el punto donde la ideología deja de pagar su propia supervivencia.
PETRÓLEO MALBARATADO, PODER CARO
Venezuela no es hoy un Estado funcional: es una caja registradora sostenida por el petróleo. Pero no por un petróleo que se venda con dignidad, sino malbaratado. El crudo venezolano se coloca en el mercado negro con descuentos de entre 20 y 40 dólares por barril respecto al precio internacional. Cuando el Brent ronda los 75–80 dólares, Venezuela termina cobrando entre 40 y 55 dólares, y muchas veces ni siquiera en efectivo, sino en trueques, insumos o pagos diferidos.
Ese dinero no llega al pueblo, que ya pasa hambre. Va directo a mantener a las élites del régimen, a comprar lealtades, a sostener privilegios militares y a financiar redes criminales que operan bajo la protección del poder. Es petróleo barato para sostener un poder caro.
NARCO-ECONOMÍA CON BANDERA
Durante años, el régimen burló sanciones con trampas de manual: buques fantasmas, GPS apagados, cambios constantes de nombre, intermediarios desechables y ventas a pérdida. Era contrabando a escala estatal. Narco-economía con bandera. Pero ese juego se terminó. Estados Unidos dejó de sancionar papeles y empezó a sancionar barcos. Y cuando un tanquero no puede zarpar, no hay discurso que lo empuje al mar.
EL CERCO QUE NO DISPARA, ASFIXIA
El cerco naval no necesita bombas. Funciona por simple física: el petróleo que no sale se acumula, los tanques se llenan y la producción se detiene. Y en Venezuela detener pozos no es una pausa: es muerte. Muchos campos del Orinoco, si se cierran, no vuelven a producir jamás. Es daño irreversible. Maduro lo sabe. Por eso sigue extrayendo aunque no venda. Está quemando el futuro del país para pagar el presente de su camarilla.
NO ES EL PUEBLO, ES EL RÉGIMEN
Conviene decirlo sin rodeos: el cerco no estrangula al pueblo venezolano, que lleva años estrangulado por el propio régimen. Estrangula al narco-régimen. Apunta al flujo de caja que sostiene a los generales, a los jerarcas y a las mafias. No corta alimentos; corta privilegios. No castiga al ciudadano; vacía la caja negra del poder.
CUANDO SE ACABA EL DINERO, SE ACABA LA LEALTAD
Pero el tiempo corre. El efectivo se acaba antes que el petróleo. Los militares no viven de consignas bolivarianas; viven de beneficios. Y cuando el dinero deja de fluir —cuando ni siquiera el crudo malbaratado puede salir—, la lealtad empieza a cotizarse caro. Ninguna dictadura sobrevive cuando no puede pagar a quienes sostienen las armas.
PÁNICO, NO FORTALEZA
Por eso el régimen grita más fuerte. Por eso acusa “bloqueos” mientras remata el petróleo del país. No es fortaleza: es pánico. China no quiere un conflicto directo; Rusia ofrece retórica, no flota. Los barcos están varados, el crudo se queda en tierra y el dinero no entra.
LA ARITMÉTICA DEL PODER
Lo que estamos viendo no es un castigo colectivo: es una asfixia quirúrgica. No busca convencer a Maduro; busca impedirle respirar. No apunta al pueblo; apunta a la caja. Y cuando la caja se vacía, el relato se derrumba.
A Maduro no lo van a tumbar las marchas ni los comunicados. Lo va a tumbar la aritmética. Porque una dictadura puede sobrevivir a la pobreza que ella misma provoca, pero no sobrevive cuando se le acaba el efectivo para sostener a su élite. No es una profecía. Es una cuenta regresiva.
Maduro no gobierna: aguanta. Y cuando se aguanta, los días —inevitablemente— están contados.