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Los Yates del Golfo de México / La última y nos vamos

Los Yates del Golfo de México / La última y nos vamos
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Manuel Zepeda Ramos

…para Xóchitl, Pepe Yunes, Enrique de la Madrid…para los tiempos de campaña.

Esto que les voy a contar se lo escuché muchas veces a Carlos Rubio en su hotel El Palmar de la Costa Esmeralda, siempre desayunando a temprana hora a la orilla del mar, para después preparar el despacho en el transcurso de la mañana de los grupos artísticos de la Universidad Veracruzana, allí hospedados, que les tocara participar en la tarde y noche de ese día en la Cumbre Tajín, allá en Papantla.
Carlos Rubio, hombre muy trabajador, hotelero de muchos años en esa maravillosa recta turística de dos decenas de kilómetros en  la Costa Esmeralda, gran conocedor de la industria sin chimeneas, siempre iniciaba el desayuno con esta frase:
-Ingeniero: no se olvide nunca que en la costa americana del Golfo de México hay millón y medio de yates a la espera de que algún día nuestro país, en las costas de Tamaulipas, Veracruz, Tabasco Campeche y Yucatán, se construyan zonas de refugio para los yates americanos que se animen a navegar nuestras aguas. No lo hacen, a excepción de uno que otro valiente, Manolo, porque les da miedo que un norte los vaya a sorprender y no tengan donde guarecerse. Ya es tiempo de empezar a construirlos, concluía.
Y yo, siempre, me quedaba sin palabras porque no tenía las respuestas. Siempre me dejaba -todavía la tengo-, con una buena preocupación porque lo que me estaba diciendo Carlos Rubio era la pura neta del planeta.
Olvidémonos si eran millón y medio, o un millón, a quinientos mil los yates de marras.
¡Hay que averiguarlo!
Son muchos yates, con sus navegantes e invitados, que pudieran derramar cantidades significativas de divisas que beneficiarían al sector turístico y cultural de las costas mexicanas del Golfo, desde Father Island, en Tamaulipas, hasta las costas del caribe mexicano.
¿Se imaginan?
Cada lugar de México que reuniera las características necesarias y suficientes para convertirse en lugar de refugio, debería contar con una marina desde luego como asunto de primerísima importancia. Pero también zonas que contemplen dos o tres hoteles; zona de  comercio atractivo en donde se exhiban artesanías mexicanas de todo el país y abundante promoción turística nacional; dos o tres restaurantes de comida mexicana del golfo y un teatro al aire libre de 500 personas en donde se pudieran apreciar las puestas en escena que el talento en la música, la danza y el teatro nos ha ofrecido siempre la Universidad Veracruzana a lo largo de muchos años, entre otros atractivos necesarios y suficientes.
¿Ustedes creen que cambiaría el mundo costero de los habitantes del Golfo de México? Yo creo que si. Sería un cambio mágico.
Tuxpan se enriquecería notablemente con la sola presencia de los yates porque el turismo de las entidades federativas del centro de nuestro país se motivaría lo suficiente para hacer viaje de fin de semana en esa temporada para después volver cuantas veces fuera necesario. Y lo mismo pudiéramos decir para la Costa Esmeralda de Tecolutla y Nautla; Boca Andrea; Palma Sola; Villa Rica; Chachalacas; Veracruz; Alvarado con el agregado de su gran cocina que enloquece a quien la prueba; la costa no explorada ni desarrollada de los Tuxtla que sirvió de refugio a los piratas desde el siglo XVI y que reclama urgentemente que se le voltee a ver como importante centro del turismo; Coatzacoalcos; Puerto Limón y Sánchez Magallanes en Tabasco; la desembocadura del río Usumacinta; Ciudad del Carmen y el gran puerto amurallado de Campeche, allá en el estado del mismo nombre; Progreso, Yucalpetén y Tisimín en Yucatán.
¡Uff!
¿Verdad que hay oferta…mucha oferta?
Que se decantaría en la medida que avanzaran los estudios de mercado que arrojaran las primeras clasificaciones.
¿Se imaginan la bahía del puerto de Veracruz lleno de yates americanos o la gran bahía de Alvarado repleta de yates que quieran comer arroz a la tumbada?
La locura.
En uno de esos desayunos en el Palmar, a la orilla del mar, nos acompañó la esposa de Carlos, ella descendiente de franceses, oriunda de San Rafael y espléndida cocinera. Le pregunté:
-¿Hay tamales en su menú?
-Por supuesto que hay, me respondió de inmediato, con orgullo.
-¿Como cuantos? le dije.
-¿Quinientos, le parece?
-¿Me los puede enumerar? Le dije de provocador.
Y la señora, como si estuviera rezando el rosario, empezó a enumerarlos, uno a uno.
Ya no se si fueron los quinientos, pero si que fueron muchos.
La gran variedad de tamales de pescado y de mariscos, me volvieron loco.
Eso somos los que vivimos en el Golfo de México.
¡Vida eterna Para Carlos Rubio!

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