Sr. López
Hoy por hoy, casi todo mundo acepta que las drogas estén prohibidas. No nos referimos a los medicamentos, que también lo son. Pa’l caso.
El punto es que el común de las personas piensa que siempre han estado prohibidas y si no, que está muy bien que los gobiernos prohíban su producción, venta y consumo, pues deben cuidar de la salud pública y de la individual. Y eso está por verse.
Las drogas han acompañado a nuestra especie desde la oscuridad de los tiempos. El análisis de restos prehistóricos (de la Edad de Hierro), prueba el consumo de drogas de nuestra parentela: restos de adormidera en la dentadura de un adulto, semillas de cannabis en cuencos, dibujos del uso de alucinógenos y muchas más evidencias de miles de años de antigüedad, como el uso del opio por ahí del 3400 a.C. entre sumerios, indios, egipcios, asirios, romanos y griegos.
En tan largo trayecto la excepción ha sido la proscripción de las drogas y lo habitual, su consumo abierto, sin registro de conflictos sociales (ninguno), porque aunque usted no lo crea, la mayoría de la gente tiene la cabeza en su lugar: los viciosos (que no enfermos), siempre han sido minoría.
Por supuesto desde tiempos lejanos hubo intentos prohibicionistas, como cuando Rómulo, primer rey de Roma (753-716 a. C., más o menos), prohibió el vino a las mujeres (con pena de muerte); o la prohibición del café que sí, es una droga adictiva, un alcaloide, una sustancia psicoactiva cuyo consumo exagerado daña la salud sin duda y que ha sobrevivido a varios intentos de proscripción, por ejemplo el del líder de La Meca, Khair-Beg (Hayır Bey, parece que es más correcto), quien en 1511, prohibió el café y obligó a cerrar todas las cafeterías; luego el sultán del imperio Otomano Murad IV, en 1633 lo prohibió (con la consabida pena de muerte); también en Inglaterra el rey Carlos II lo prohibió en todo su reino; y en Rusia también estuvo prohibido el café, en el siglo XIX, ya no con castigo de ejecución sino, más humana la cosa, nada más les cortaban la nariz o las orejas (se ignora si les daban a elegir), y como sea, el café es legal en todo el planeta.
Sirva lo anterior para no caer en el consabido ejemplo del alcohol, cuyo consumo es legal a pesar de los daños evidentes que causa su consumo inmoderado.
Dejemos de lado cuestionar si corresponde a los gobiernos prohibirnos beber, comer, untarse, meterse o inyectarse lo que le pegue su real gana a la gente. Lo que sí toca a cualquier gobierno, es reglamentar el uso y consumo de todo lo que signifique riesgo a los demás, igualito que con el alcohol cuya producción, comercialización y consumo es legal, pero no se puede andar ebrio por la calle ni manejar el auto por razones que da pereza explicar.
Este prohibicionismo como lo conocemos, que nos parece tan lógico, tan natural, comenzó a principios del siglo XX, de parte de los puritanos protestantes, para “ayudar” a los pueblos débiles y viciosos; muy bien; después, en los EUA, reyes del prohibicionismo que lograron imponer a todo el mundo, en 1906 se aprobó la ‘Pure Food and Drug Act’ (‘Ley de Alimentos y Medicamentos Puros’, traducido a marro), contra la cocaína;
después, en 1914, emitieron la ‘Harrison Narcotics Tax Act’ (‘Ley Harrison de impuestos sobre narcóticos), para los opiáceos y hojas de coca, SIN prohibirlos, regulando y aplicando impuestos a la producción, importación y su distribución. Luego, desde 1930, la inmensa empresa de químicos Dupont para crear mercado para el nailon, empezó una campaña contra el cáñamo, la cannabis, la marihuana (del cáñamo que se hacían cuerdas), y para 1937 consiguió su prohibición con la ‘Marijuana Tax Act’ (no necesita traducción), criminalizando el consumo de cannabis (vulgo, mota). No vale la pena repetir la conocida prohibición yanqui del alcohol ni cómo terminó en un rutilante fracaso.
Lo que merece la pena mencionar es que fue Richard Nixon el que acuñó eso de la “guerra contra las drogas”, en conferencia de prensa del 18 de junio de 1971 y que él creó la DEA, por cierto.
Después de 23 años se supo de qué iba eso: John D. Ehrlichman, su asesor de política interior, en una entrevista de 1994 (https://harpers.org/archive/2016/04/legalize-it-all/), declaró: “(…) la Casa Blanca de Nixon, tenían dos enemigos: la izquierda antiguerra y los negros (…) Sabíamos que no podíamos hacerlos ilegales por ser negros o estar en contra de la guerra, pero al hacer que el público asociara a los negros con la heroína y a los hippies con la marihuana, y luego criminalizar ambas sustancias fuertemente, podíamos fragmentar sus comunidades. Podríamos arrestar a sus líderes, allanar sus casas, disgregar sus reuniones y envilecerlos todas las noches en las noticias. ¿Sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Claro que sí”. Tan fresco. Y don Nixon que también tenía manía contra los judíos, dijo a su jefe de gabinete, Bob Haldeman: “Cada uno de los que está en la calle a favor de legalizar la marihuana es judío”, tan simpático.
Los EUA han conseguido que todo el mundo acepte sus términos de guerra contra las drogas y que la ONU la apoye con todos sus recursos y una oficina especial. Nadie se atreve a discrepar y todos saben que es un épico fracaso, una tragedia bíblica.
Todo esto por la declaración de ayer de nuestro Presidente en el sentido de que le va a solicitar “(…) a médicos y científicos mexicanos que analicen la posibilidad de que podamos sustituir el fentanilo, con fines médicos, por otros analgésicos para dejar de usarlos. A ver si es posible, porque antes se usaban otros analgésicos (…) vamos a pedir que lo hagan en Estados Unidos; que también lo prohíba para usos médicos”.
La intención es buena pero prohibir es exactamente lo que no funciona, por eso de a poquitos ya empezó una política de relajación del prohibicionismo en varios países y en los EUA, por supuesto. Que alguien lo asesore, por caridad.
Y se oye al gran José Alfredo: “Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores…”