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Los intelectuales y el poder: Entre la crítica y la complicidad / A Estribor

Los intelectuales y el poder: Entre la crítica y la complicidad / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

La relación entre los intelectuales y el poder ha sido, históricamente, un vínculo complejo y a menudo conflictivo. En distintas épocas y geografías, las élites intelectuales han oscilado entre la crítica feroz al régimen de turno y la sumisión conveniente a sus intereses. La gran pregunta sigue vigente: ¿De qué lado deben estar los intelectuales en relación con el poder?

El intelectual, por definición, es un constructor de pensamiento, un observador privilegiado de la realidad que, desde su conocimiento y análisis, aporta nuevas perspectivas a la sociedad. Su función debería ser la de un faro moral y crítico, un contrapeso al poder en cualquier circunstancia, pero la historia nos muestra que no siempre ha sido así.

En muchas dictaduras, regímenes populistas y gobiernos autoritarios, los intelectuales han sido cooptados, convertidos en instrumentos de propaganda o simplemente neutralizados. No son pocos los casos en los que escritores, filósofos y académicos han abandonado la crítica en favor de la comodidad de un cargo público, el financiamiento de sus proyectos o un exilio dorado en alguna embajada o consulado.

Ejemplos de esto abundan: el papel de los intelectuales en la Unión Soviética bajo Stalin; el de muchos pensadores franceses y escritores latinoamericanos seducidos por la Revolución Cubana, la Guerra Civil Española; o el de figuras que, en América Latina, como García Márquez, amigo de Fidel Castro, han justificado dictaduras dependiendo de sus simpatías ideológicas.

OPINIÓN SIN SUMISIÓN

Los intelectuales no deben ser enemigos sistemáticos del poder, pero tampoco sus aduladores. Su papel es el de una voz independiente que señala los errores, advierte los riesgos y plantea soluciones desde el conocimiento y la razón. No pueden ni deben convertirse en cómplices de la corrupción, la ineptitud o el abuso de autoridad, por más que sus inclinaciones ideológicas los acerquen a un determinado gobierno.

El gran dilema es el siguiente: ¿Cómo lograr un equilibrio entre el compromiso social y la autonomía intelectual? La respuesta pasa por la integridad y la ética personal. Un intelectual comprometido con su tiempo no se alinea ciegamente con el poder, sino que se mantiene en una posición de reflexión y análisis, reconociendo los aciertos pero señalando los errores.

LA COOPTACIÓN

En México, la relación entre el poder y los intelectuales ha sido ambigua. Durante décadas, muchos escritores y académicos encontraron en el Estado un mecenas que financiaba su obra a cambio de silencio o complacencia. La crítica no desapareció, pero en muchos casos fue marginal frente a una maquinaria institucional que supo integrar a las voces disidentes dentro de la narrativa del aparato gubernamental.

El PRI lo hizo muy bien, el PAN no les dio importancia y Morena les tiene un olímpico desprecio. “Alcahuetes que se quedaron callados con los fraudes”. Los opinócratas que sistemáticamente descalificó Amlo y a lo cual sobrevivieron. A Elenita Poniatowska la paseaban como si fuera una mascota de la 4T.

El fenómeno no es exclusivo de un solo partido o gobierno. A lo largo de los años, ha habido intelectuales que han servido con lealtad acrítica a distintos proyectos políticos, ya sea desde la derecha o la izquierda. En el México actual, la polarización ha generado una nueva dinámica en la que los intelectuales se ven forzados a definir su posición: o apoyan incondicionalmente al gobierno en turno o, como ya dijimos, se convierten en blancos de ataques y descalificaciones.

MILITANTES

Cuando los intelectuales dejan de cuestionar y se convierten en meros voceros y turiferarios de una administración, pierden su razón de ser. La militancia intelectual y el activismo, ya sea de derecha o de izquierda, suelen derivar en dogmatismo y ceguera crítica.

Un pensamiento verdaderamente libre no debería estar sujeto a consignas ni a lealtades incondicionales. Un intelectual comprometido no es aquel que repite el discurso oficial, sino el que desafía las narrativas establecidas y aporta una visión crítica, basada en el análisis y la evidencia. Su lealtad no debe ser al poder, sino a la verdad.

CONCIENCIA CRÍTICA

Los intelectuales tienen un deber fundamental: ser la conciencia crítica de su tiempo. No deben someterse a los intereses del poder ni actuar por conveniencia personal. Su compromiso debe ser con la verdad, la justicia y el bien común. Tampoco son héroes o mártires, ni pueden encasillarse como oposición por el hecho de disentir. No es ese su deber, aunque hay algunos que participan en la lucha por el poder.

En una democracia sana, los gobiernos deben aceptar la crítica intelectual como parte del debate público y no buscar suprimirla o desacreditarla. Los intelectuales deben asumir su responsabilidad con independencia, sin convertirse en peones de una causa política.

El reto es claro: el pensamiento libre debe prevalecer sobre la tentación del poder. Porque cuando los intelectuales callan o se pliegan al gobierno de turno, la sociedad entera pierde.

POSDATA

No puede dejar de celebrar que se hayan prohibido los corridos tumbados (apologístas de la violencia criminal en Chiapas y lamentar al mismo tiempo que los diputados de la CDMX han literalmente prohibido la Fiestra Brava. Vivimos en un sociedad enferma que protege mas a los animales que a los bebes en el vientre materno.

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