Simón Castillejos Bedwell / UNPG
El surgimiento, desarrollo y consolidación de la Europa medieval, como totalidad concreta y global, se fundamentó en una estructura económica, social, cultural, política y de gobierno, basada en los reinos constituidos a partir de la configuración de castas como grupos de poder, soportados en clanes que se apropiaron de todos los recursos naturales y del sometimiento de los pueblos y sus territorios, con base en la violencia, el despojo, el tributo y la servidumbre. Estos se asumieron como una élite que incluyó las estructuras eclesiásticas de diversas expresiones religiosas, las cuales, en su proceso de consolidación y empoderamiento, llevaron a cabo una constante disputa punitiva entre ellas por el poder de territorios, poblaciones y religiones.
Dichas disputas hicieron posible la creación de Estados como estructuras de aparatos políticos, de administración y regulación de todas las relaciones estructurales del poder en Europa, ahora identificada como Occidente, en tanto globalidad extendida al conjunto del planeta, mediante las múltiples invasiones, despojos y guerras de conquista por todo el orbe. Desde entonces hasta la fecha, han tenido como soporte fundamental a sus ejércitos como fuerzas punitivas sin excepción, además de su función de poder institucional como preservadores del estado de cosas prevalecientes en los territorios, incluidos los ahora transformados en Estados nación, que tienen como ejes reguladores centrales a la ONU y su Consejo de Seguridad con su derecho de veto en todo y para todo, por un lado, y al Estado Vaticano en el terreno eclesiástico y religioso, por otro.
En estos múltiples procesos de disputa por el poder en la tierra y sus territorios, así como en el cielo como espacio supraterrenal, incluidas las poblaciones y sus cosmovisiones originarias del mundo y de la vida, todas las fuerzas punitivas al servicio de las élites, en sus distintas expresiones según sus intereses territoriales y supraterrenales, se transformaron en ejércitos necesitados de identidad para su alineamiento y sujeción a mandos determinados.
Desde las consideradas realezas, como estructuras de las élites del poder, hasta la distinción con fuerzas punitivas aliadas, contrarias o en franca confrontación, bajo la lógica de forzosamente vencer y destruir para poder imponer su dominio pleno y sujeción, o treguas pactadas para el dominio tributario por la fuerza.
Por esa función muy precisa se crearon los escudos de armas, que incorporaban las imágenes distintivas de los reinos llamados “Casas Reales”, a partir de sus estructuras de títulos nobiliarios, que buscaban proyectar sus valores, sus supuestas glorias y regímenes políticos, siempre basados en el poder de sus fuerzas punitivas.
La fuerza imperial, la ferocidad animal, el dominio y sujeción, el tributo obligado y la obediencia absoluta, sin olvidar su representación divina como sobreterrenal y natural, como elementos centrales definitorios, se constituyeron en los ejes de los diseños de formas e imágenes de los escudos de armas. Posteriormente, se fueron agregando imágenes identitarias de los territorios y poblaciones conquistadas, dominadas y sometidas al dominio tributario, más allá de las distintas formas de expresión en que se hubieran originado, para imponerles sin excepción los supuestos escudos propios de identidad, que hasta la fecha se mantienen incluso en ocasiones en las asumidas como banderas y escudos oficiales en los mismos Estados nación, como expresión de la independencia nacional en la época llamada de la modernidad.
Tal es el caso de las “naciones independientes y soberanas” que llevan en sus símbolos patrios las expresiones de la llamada Gran Bretaña, con cabeza en Inglaterra, como jefatura del Reino Unido de la Gran Bretaña, conocida en la modernidad como la Commonwealth, sin olvidar los protectorados, anexiones, colonias y países asociados a los Estados Unidos de Norteamérica, como Alaska y Puerto Rico, entre otros, que representan solamente una estrella más sin identidad propia en la bandera de las barras y las estrellas.
Así, este mismo proceso se ha ido dando, a partir de las luchas y guerras de independencia, en cada uno de los Estados nación salidos de esos procesos, que han venido reproduciendo —aunque en formas y maneras disímiles y diversas— la creación y uso de tales escudos de supuesta identidad propia para Estados, provincias, municipios, alcaldías, regiones, diócesis, obispados, hospitales, escuelas, monumentos, parques, fuentes y otros símbolos, para delimitar fronteras jurídicas, políticas y administrativas, para el ejercicio de cuotas y espacios de poder territorial y supraterrenal.
Más allá de las razones, justificaciones o explicaciones que las élites de los distintos espacios del poder público y privado ofrezcan y presenten ante los pueblos —que jamás han sido consultados para ello—, las fuerzas punitivas de ejércitos, policías y demás, llámense como se llamen, por más antiguos o de reciente creación, siguen reproduciendo esas lógicas.
Sucede lo mismo con nuestro Chiapas, donde primero nos fueron definiendo por los abandonos y disputas de los mismos herederos de los conquistadores, tanto en lo que fue el naciente Estado nación de los Estados Unidos Mexicanos como en lo que fue la antigua Capitanía de Guatemala. Esto hizo posible la conformación de diversos grupos de poder regional que hasta ahora siguen siendo la cúspide de la élite sociocultural y política de Chiapas, incluyendo la llamada y publicitada “nueva era” y su chiapanequidad, como una supuesta búsqueda por dar forma a elementos identitarios que ellos mismos sienten y saben que no tienen ni han tenido.
Toda la historia oral y escrita de nuestros pueblos originarios, mestizos, viejos y nuevos, que constituyen la verdadera memoria histórica y cotidiana que hace a diario latir el corazón de todos los territorios que hasta hoy conforman Chiapas, nos lo siguen demostrando con el estado actual de cosas que mantiene al estado en condiciones de abandono, olvido y miseria.
Esta situación se expresa en la sangría humana que se constituye con más de un millón de chiapanecos rodando y chocando como piedras en Canadá, Japón y Estados Unidos de Norteamérica, como migrantes e ilegales en la misma tierra que nos fue arrebatada por el imperio gringo.
Situación que hemos venido padeciendo desde antes de la pomposamente llamada Anexión de Chiapas a México, manteniéndose los territorios y las poblaciones de nuestros pueblos como la región última en desarrollo humano del país, a pesar de las enormes aportaciones que se han hecho y siguen haciendo a la Federación: la energía, el café, las frutas, maderas preciosas, biodiversidad —incluidos el agua y las selvas—, sin olvidar la ganadería, más allá de todos los pesares que son muchos y diversos.
Por ello, no solo el escudo oficial de Chiapas no nos representa como una sociedad pluricultural, intercultural, multilingüística y parte sustancial de los fundamentos de lo que hoy es México, desde los pueblos mayas del norte y centro en todas sus expresiones: tzeltales, tzotziles, tojolabales, choles, zoques, chimalapas y otros, así como los zapotecas del Istmo y la Costa, incluyendo a mames, uchiles y otros del Soconusco.
Lo único representativo de Chiapas que aparece en el llamado Escudo de Chiapas es el Cañón del Sumidero y sus enormes acantilados, y nuestro majestuoso río Grijalva de por medio. En la parte superior, siempre por encima y dominando todo el escenario, se encuentran dos leones africanos, propios de los escudos medievales de los ejércitos de Europa, en actitud de dominio total sobre un castillo y una palma, que también son representaciones propias de los reinos de Castilla y Aragón, los cuales conquistaron lo fundamental de los territorios y pueblos del continente de Abya Yala, nombre asignado desde entonces por nuestros principales pueblos originarios —como los mayas, los incas y los mexicas—, cientos de años antes de que los asesinos, piratas y demás malvivientes que acompañaron a Cristóbal Colón y a Hernán Cortés y sus séquitos creyeran haber llegado a la India como el “Nuevo Mundo”, cuando nuestros pueblos ancestrales tenían más de 3,500 años creando y desarrollando grandes culturas, mayores y mejores que todas las europeas.
El mayor logro de la conquista europea de nuestra Abya Yala fue la creación del nuevo Imperio de España, con el saqueo, expoliación y robo que nos hicieron a manos llenas desde entonces, sin lo cual el reino de Castilla y Aragón no hubiese podido pagar sus adeudos con que financiaron los primeros pasos de la conquista.
Como pueblos, en tanto conglomerados socioculturales de lo que hoy se reconoce como Chiapas, necesitamos un proceso integral de reconfiguración y reconstitución de nuestras memorias e identidades socioculturales e históricas, desde los territorios, con una perspectiva regional, ecográfica e intercultural, que conlleve a establecer un nuevo pacto sociocultural, político y de gobierno que posibilite una nueva constitución, con una nueva forma y contenido de gobierno, que aterrice en la posibilidad de una nueva y auténtica identidad intercultural para tod@s, y con ello consensuar una nueva relación en nuevos términos con la Federación, en base a la dignidad, equidad y justicia, asumiendo al país como una casa común para tod@s quienes nacimos y/o vivimos en un México fuerte y unido, con un nuevo consenso intercultural y diverso respaldado por una estructura política basada en el poder popular y la democracia participativa a todos los niveles y en todos los ámbitos.
Como una nueva República Federal Autonómica de México, pilar y voz universal, faro de luz en medio de la noche neoliberal que amenaza la existencia de la misma humanidad, si no es que de todo el planeta, como casa común para todas las formas de vida que ha procreado nuestra Madre Tierra.