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Los dulces sueños de un alvaradeño

Los dulces sueños de un alvaradeño
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        + Mis primeros recuerdos con mi mamá…

        + Respeto y el “Usted” a los mayores… 

        + Toño Camacho, el médico del pueblo…

        + La primaria y la “Señorita Maestra”… 

                        Ruperto Portela Alvarado. 

                                       Capítulo V.

         Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.- Un día me dormí y empecé a soñar. Lo primero que se me reveló fue ver a mi madre Gregoria Alvarado Valerio, estirar la goma ya cocinada de piloncillo para blanquearla y hacer las melcochas. Era entonces en aquella casa de madera y una cocina rudimentaria con un fogón –no sé si ya teníamos estufa de petróleo o de gas– donde se hervían los condimentos para los dulces que ella preparaba.  

         La imagen no se me borra porque teníamos una sala con la cocina. Ahí estaba lo que era el comedor con una mesa grande a la  salida del patio, donde nos acomodábamos los nueve hijos y mis papás. Tenía una puerta de donde sobresalían los clavos por lo desvencijada y vieja, donde un día –de esos que nunca eran diferentes–, sentado en una reja donde empacan los tomates, giré y trabé mí espinilla de la pierna derecha en uno de esos clavos, provocándome una gran herida. 

Me llevaron con el “médico del pueblo”Antonio Camacho. Me curó, pero me quedó una cicatriz para toda la vida. Por eso y muchas otras cosas recuerdo con cariño y respeto a don Toño Camacho, el de los versos del “pobre viejo”

         Dormido recuerdo a detalle esos pasajes de mi vida y la de la familia Portela Alvarado. El enorme árbol de jinicuiles o vainas en nuestro patio que colindaba con el de Regino Yépez “El Cardenal”; detrás la casa de José Lucio “El Diablo” y al otro lado don Goyo Zamudio con su melódico saxofón. Debajo y a la sombra de ese enorme y querido árbol, mi padre zapatero, Celedonio Portela Sánchez, instalaba la mesa de herramientas para trabajar al aire libre acompado de su inseparable radio Majestic negro donde oía las noticias de la U de Veracruz, la XEW “La Voz de América Latina” o la XEFU de Cosamaloapan de Carpio.

         A mediodía, en la XEFU escuchábamos el programa dedicado a Daniel Santos y exactamente a las doce del día tocaban el Ave María. Después en la “U de Veracruz”oíamos la serie de “La Tremenda Corte” que muchos conocen ahora como “Tres Patines”; Las novelas “Una Flor en el Pantano” con Silvia Derbez“Porfirio Cadenas; el Ojo de Vidrio”; inclusive “Chucho el Roto” y “Automovilismo” con Rodolfo Sánchez Noya, entre otros muchos   que oíamos por las noches, como el “Risámetro” con Mr Kelly, el del “Doctor IQ”, el béisbol desde el Parque del Seguro Social de la Ciudad de México y las peleas de box, antes de que las televisaran por la “Cabalgata Guillet” o la “Caravana Corona”.  

         A las 7 de la mañanas oíamos el programa “Escuche y Aprenda” con don Ernesto Díaz Reyes y don Luis Olán y Aguilera y por las tardes también escuchábamos a Rafaellocon “Manchare Bene”; a don Agustín Barrios Gómez con sus “5Comentarios” y “Ensalada Popoff”, al igual que a Jacobo Zabludowsky en su “Revista Nescafé”.  

         También me vi en los altos médanos del ahora “Lomas del Rosario”“empinando papelotes”, como le decíamos a los papalotes, desde donde veíamos el caserío del pueblo  techado de láminas de zinc y hasta el otro lado del río, por el rumbo del barrio de La Fuente. Era cuando a las colas de los papalotes o los más estilizados llamados “Abejones” zumbadores, le poníamos navajitas para jugar a las levas y ver quien tiraba a los otros. Para diseñarlos y construirlos, uno de los mejores era Enrique Lara Valerio “El Palomero”, el que se casó con la canasta. 

         Quiero aclarar que no todo lo soñé en una sola noche, sino que fueron en muchos recuerdos como aquellos cuando en Alvarado se anunciaba los programas de los cines con volantes o las fotografías de pasajes de las películas pegadas a la pared del “Cine Juárez” y después en el “Alvarado”, propiedad del doctor Ángel Cobos Aspiazu. Recuerdo que en la taquilla a don Luis “Güicho Farina” Zamudio y a don Otiliopublicitando con un cucurucho gigante de lámina, la cartelera de películas que se exhibirían ese día. Se me aparece en mis sueños un señor que le decían “Manzanilla”vendiendo naranjas peladas; el puesto de tacos de “Pompeyo” y el de Rafael Figueroa Alvarado “La Rubia” con sus tradicionales tortas. En mis sueños veo cuando en el “Cine Juárez” se presentó la actriz española Sarita Montiel con sus canciones “La Violetera(que hizo película en 1958) y “El Último Cuplé”. Esa tarde yo andaba vendiendo bolsitas de nanche a 20 centavos cada una.  

         Eran tiempos aquellos de los años 60s y quizá todavía en los 70s del siglo pasado, cuando se participaba el fallecimiento de alguna persona mediante el reparto –casa por casa—de las esquelas, con su nombre, edad, familiares y hora del sepelio. Entonces ya tenía su maderería y funeraria “La Caoba”, don Santiago Cruz que luego tuvo su hijo Amadeo y hasta la fecha Cayetano “Tano” Cruz. También recuerdo en mis sueños la pila bautismal y el púlpito de la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, que hoy ya no existe, como muchas cosas que se fueron con la modernidad. 

         No se me olvida y por eso lo sueño, cuando teníamos que ir a comprar uno o dos pesos de hielo a la fábrica (donde está hoy “Italian´s Coffee”, por el malecón y el antiguo Faro), que no sabíamos cómo cargar la barra. En nuestra casa vendíamos chintules de frutas y para los raspados íbamos a la farmacia “San Juan” a comprar los sobrecitos de color y sabores con que se hacían los jarabes. 

         Sueño de cuando íbamos a la escuela con toda libertad, hasta sin zapatos, como fue mi costumbre hasta el quinto grado en que el profesor Agustín Hernández Lara, me obligó a ponérmelos para poder entrar al salón de clases. Salía de la casa de mis papás, de la calle Madero, y atravesaba el patio de “Tío Juan Fuja” para llegar a la escuela “Benito Juárez”, ese hermoso edificio que algún irresponsable permitió que se derribara. Entonces al maestro le decíamos “Profe” y a la maestra “Señorita”, en actitud de respeto. Eran nuestros profesores una extensión de la autoridad familiar-paternal y con regla en mano se imponían a las travesuras de los alumnos. Hoy corregir con unos reglazos al alumno es un delito. 

         Contestábamos a los padres, maestros y personas mayores con un “Mande Usted”“Sí Señor o Señora”. No faltaba y ya era costumbre que cuando alguien llegaba a nuestra aula, nos paráramos y saludáramos con un “Buenos Días”. También fue una gran terapia “el chanclazo”“la cuerda” o el “zapatazo” para que hiciéramos caso a los papás. Ahora todo eso es motivo de queja ante los derechos humanos. Porque ya sabes a lo que te atenías y se hizo famoso el “pescozón”“el capón” y la “jalada de orejas”. Eso ya no se vale y menos con la nueva ley que protege de todos esos instrumentos de corrección a los niños y jóvenes.

         Pasaron los tiempos en que nuestros padres fumaban –a los que les gustaba—los cigarros “Alas Extra”“Alas Azules”“Delicados”“Faros” y ya más después, los que tenían el varo, se compraban sus Raleigh. A pocos vi fumar tabaco y eso que a la subida de la escarraplana de la calle Madero había un señor que los fabricaba artesanalmente. También vi fumar a varios maestros en el aula en plena clase. Qué bien que eso ya se erradicó.

         Nuestra generación es de los tiempos del pocillo para tomar café o agua; la palangana para lavarse la cara, un baño ruso o la bacinica debajo de la cama para no salir a media noche al patio a hacer las necesidades biológicas. Pero se nos fue la tradición de los juegos callejeros del trompo, el yoyo, las canicas, la pica o rayuela, la matatena, el gallito, el tacón, el can-can, una dos manita y tres; la colección de barajitas de banderas, luchadores y billetitos que cambiábamos por juguetes o a veces billetes de verdad. Conocimos el cartón de pastillas de dulces pegados y que detrás traían un número para ganar un premio. Lo sencillo y lo romántico de aquel tiempo. 

         Se nos fue el tiempo y seguimos soñando. Yo sigo soñando y recordando pasajes de mi vida como cuando mi hermano Gabriel, el infalible Gaby, se despertó al anochecer, tomó un periódico y dormido, sonámbulo, se lo fue a entregar a Lázaro Morteo que era suscriptor del diario “El Esto” y “El Sol de México”, del que era concesionaria mi madre Gregoria Alvarado. Aclaro, el repartidor de los periódicos fue mi hermano Cecilio “Chilo” Portela Alvarado y después Gabriel, quien hasta dormido los iba a repartir. Esporádicamente lo hacíamos David y yo, pero fue Matías “Pepe” quien finalmente se quedó con la tarea. 

         La historia no termina aquí, pues los sueños nos llevan a los recuerdos que seguimos revelando en la película de nuestras vidas, y que de ser posible, yo aquí seguiré contando…RP@…

Con un saludo desde la Ciudad del Caos, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, la tierra del pozol, el nucú, la papausa y la chincuya…

Para contactarme: rupertoportela@gmail.com

MIEMBRO DE LA ASOCIACIÓN DE COLUMNISTAS CHIAPANECOS. A. C.

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