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Los dulces sueños de un alvaradeño

Los dulces sueños de un alvaradeño
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+ Sueños que se nos fueron por la ventana…

+ El Alvarado de los grandes terrenos baldíos…

+ Un rancho grande donde todos nos conocíamos.

 

                   Ruperto Portela Alvarado.

                                     Capítulo II.

 

EL ALVARADO QUE SE NOS FUE…

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.- Abro la ventana de los recuerdos y veo a lo lejos un Alvarado que se nos fue y nos dejó la sensación de añoranza de que “todo pasado fue mejor”. Éramos pocos y nos conocíamos todos. Había muchos terrenos baldíos y como un gran pueblo, hasta dentro de la ciudad había corrales para ganado y chiqueros con puercos. En la calle Madero, casi frente a nuestra casa, en medio de la de don Gillermo“Negrito Peña” y Carmen Arano, hubo un predio que daba hasta el callejón Mina, donde vivía un señor al que conocíamos como “Juan Fuja”, del que nunca supe su nombre de pila.

El terreno de don “Juan Fuja” daba de calle a calle; de nuestra casa a la escuela Benito Juárez. Solo tenía una casita de madera donde él vivía. El solar estaba lleno de yerbas y había un árbol de “cabeza de mono”, pero también a veces sembraba matas de plátano y maíz. Ese lugar se utilizaba para diseñar y construir las figuras y los adornos de los carros alegóricos para carnaval o la mojiganga, cuyos artistas de las obras eran, uno conocido como “Barrabás” por su aspecto desaliñado y muy aficionado al aguardiente y el otro, un señor serio y responsable que después trabajó en la maderería “La Caoba” de don Santiago Cruz como constructor y pulidor de sepulcros, por mucho tiempo.

Decían que don “Juan Fuja” era brujo y por algo teníamos cierto temor a cruzar por las noches ese terreno que era contiguo al patio de la casa de Feliciano “Chanín” Rascón y la de doña Nicolasa, la mamá de “Nicho Mi Rey”, Mello, Socorro y Delma, de apellido Rascón, e hijos de Juan Pino, cómo le decían.

El predio  no tenía barda y se podía entrar por la parte de atrás. También desde nuestra casa cruzábamos ese patio para ir a la escuela Benito Juárez. Del otro lado vivía mi tía Luisa “La Chocha”, la de “Don Chico Quicho”, papá –creo— de mi amigo albañil, Manuel “El Tigre”; y en la esquina “El Gato”, Rutilo Chávez.

Todavía en los años 50s o 60s, Alvarado era el “Rancho Grande”, con sus corrales de vacas como la que tenía un señor conocido como “Tua”, del que hace referencia don Marcelino Ramos en uno de sus extraordinarios artículos urbanos. Ese baldío estaba en las inmediaciones de la calle Guerrero, casi esquina con Joaquín Martínez, frente al molino de nixtamal de don Gume, hermano de don “Chanito El Grillo”.

Recuerdo también el chiquero de puercos que estaba en la calle Galeana, entre Guerrero y Aldama, frente de donde vivía José Lucio “El Diablito”; ocupaba desde la calle Ocampo, la casa de su propietario al que le decían “Cancón”, que quizá se llamó Francisco como su hijo “Chico” y los otros, “Macuca” y “Ñeñe” de apellidos Reyes Valencia. Una disculpa por no saber sus nombres de pila y mencionarlos de esta manera.

En la calle Guerrero, esquina Ocampo, hubo por mucho tiempo un terreno baldío que se utilizaba durante las fiestas tradicionales de octubre para instalar el “corral de los toros”, donde se hacían las populares corridas y las montas que hacían algunos atrevidos como el amigo “Caberta”, “La Pioja” y otro más que se me olvida su nombre, que es de oficio carnicero. Al lado vivía doña Trini la hermana de Roberto Noguerola, el papá de Elba, Miguel, Fallo, Jovita y Juliana, hijos de mi tía Juana Sánchez, quien también tuvo a su último retoño JORGE ZAMUDIO SÁNCHEZ, “El Mango Verde”.

Recuerdo que ahí en la calle Ocampo esquina Guerrero estaba el Sindicato de de Pescadores y Estibadores de la CTM, que le conocían como “La Plancha”y donde hacia cortes de pelo “El Niño Gil” y creo que también mi tío Cecilio Sánchez. Enfrente vivía mí tía Juana Sánchez, sus hijos y su madre que le decíamos Mama Rosa, que tenía un patio que daba hasta la casa de Pablo “Piña” Hernández y junto el terreno de Andrés Sosa “El Inspector”, donde hacía la matanza de puercos. Ese mismo terreno daba al del Señor Reyes –conocido como “Cancón”—que era muy amplio y donde también sacrificaban puercos, freían el Chicharrón y se vendía la carne.

En lo más alto de la pared del edificio de corredores y un gran patio, que era del Sindicato de la CTM, estuvo por mucho tiempo la publicidad de la cerveza Sol, en tamaño espectacular, por el lado de la calle Guerrero. Ese anuncio ha permanecido en el tiempo, pues luce en letras góticas que la identificaba, con un sol saliendo en la alborada –muy conocido– que dibujó Moisés “Moise” Román, hijo del carpintero Cuate Román, que junto con otros hermanos fueron excelentes rotulistas, pintores de paisajes y algunos de casas, como mi amigo Hugo Román.

Por cierto, en la esquina de Galeana y Guerrero, el “Cuate Román” tuvo su carpintería en una casa de madera. Junto, tenía también su domicilio donde vivía con su familia y una de sus hijas, Margarita, fue mi compañera en la Primaria y Secundaria. Después ya no supe de ella.

Ya dije que por ese rumbo de Ocampo y Guerrero se instaló por mucho tiempo el corral de toros, hasta que se cambió al final de la calle Joaquín Martínez, contra esquina de la “Escuela José Ruiz Parra”, por donde vivía “Matías el Joyero” y después en la esquina donde se encuentra hoy la marisquería de “Mauricio” en Nezahualcóyotl e Ignacio Ramírez, cerca del restaurante “El Museo” de Juan “Chico” Muñoz. Últimamente esta diversión de los toros la llevaron a donde fueron los carriles y ahora en un solar de la colonia El Pescador o Infonavit al norte oriente de la ciudad.

¡Ah!, se me olvidaba mencionar el terreno ubicado en Ocampo y Morelos que le llamaban “El Regis”, donde estuvo un hotel con ese nombre, que según me dicen, se quemó a mediados de la década de los 50s. En el predio del “El Regis” se instalaban los circos, los juegos mecánicos, las ferias y ahora es donde está el edificio de Teléfonos de México. Todos esos terrenos han sido rescatados por sus dueños o compradores, ocupados y construidos a causa del crecimiento poblacional de Alvarado y la modernidad, donde ya somos muchos…

Y FUIMOS CRECIENDO…

         Así como las familias en Alvarado eran muy numerosas, de la misma manera fue creciendo la población, a pesar de que se implementó el programa de “planeación familiar”. Ya no somos los de arriba y los de abajo. Somos los de todas partes. De aquellos niños solo fue quedando el recuerdo con satisfacción y alegría, porque los padres se preocupaban por los estudios de sus hijos. Antes que otra cosa.

         Mi padre zapatero y mi madre ocupada en el hogar y después como conserje, siempre se esmeraron en ser mejor. Sin duda mi papá lo fue y por eso su clientela era selecta. Unas medias suelas, suelas corridas, tacones, tapitas, remiendos y hasta “chinelas” por docenas, eran parte del trabajo que se hacía en ese pequeño taller. Recuerdo a mi  papá Celedonio, sentado en una sillita de madera tejida de palma –que ya no las hacen– frente a su mesita de herramientas que tenía una cajita al centro para guardar algunas herramientas y material. Todavía se acostumbraba ponerse las tachuelas y los clavos en la boca para facilitar el trabajo del clavado de los zapatos, cuando lo requerían. Mi madre, doña Gregoria Alvarado Valerio se esmeró como comerciante de frutas y dulces, como conserje y más que nada como madre de diez hijos.

         Lo pesado del trabajo de la zapatería era cuando Isidro Rivera, el dueño de la tienda “La Nueva Norma” o don Felipe Hernández, propietario de “Novedades La Sorpresa”, le encargaban varias docenas de chinelas a mí papá. Teníamos que cortar las suelas de diferentes medidas, las capelladas de piel y los forros que eran de tela de las bolsas de harina o azúcar. Las íbamos a coser a la casa de Higinio Terrazas “Lapio”, quien le prestaba a mi papá la máquina “Singer” que aprendí a manejar y ayudaba a rematar los bordes. Era todo un arte la fabricación de chinelas que mi papá cosía a mano sujetadas con una cuerda de la rodilla al pie que llamaba “piola”; luego las rematábamos en el talón con adornos de pedazos de piel en picos que se pegaban en la parte de atrás, y otras veces llevaban un taconcito.

         Fueron muchas veces que me tocó ir a las ferreterías de don José Antonio García Tiburcio, Pepillo Ferreira, “El Ave Fénix” o a la de Miguel Saba Nader, “El Candado” a comprar el material de la zapatería, donde, en una todo era de primera y en la otra, de origen alemán. Pero el que más vendía era Pepillo, donde mi papá Celedonio Portela Sánchez me mandaba a comprar suela de cuero, neolite, tacones, con la medida exacta quitada de los zapatos a reparar. No se me olvida el encargo que me hacía de los clavos, medidas: 6:12, 7:15, 8:20 y tachuelas; así como la “bola de cáñamo” y el “cerote” para preparar el hilo con que se cosían los zapatos y las chinelas, o el resistol 3080 (ahora 5000) para pegar casi vulcanizadas las suelas cuando no llevaban costura.

         Cuando solicitaban docenas de chinelas, era ponerse a trabajar y todos nos aplicábamos. Mis hermanos con mi papá, mi mamá y yo, poníamos toda nuestra colaboración porque sabíamos que habría mayor entrada de dinero y que en esos días las cosas en la casa cambiarían. Así era y fue, una fiesta al final del trabajo y la entrega del pedido; sobre todo cuando se cobraba. Yo no sé si ahora esas chinelas (una especie de chancla de cuero y piel) alguien las sigan haciendo y usando; aunque creo que eso ya pasó a la historia.

         Crecimos en un ambiente sano, donde no faltaban los reclamos por las maldades o los pleitos en los que nos involucrábamos “los hijo de Goya”. Pero teníamos que sobrevivir en ese mundo donde había otros más gandayas que se pasaban de listos como Manuel Sánchez“El Shesman”, hijo de Nelón y Silveria; los Camarero: “Vícky”, “El Chino” y su hermano, pero la libramos.

         Es bueno decirlo, pero todos en el barrio nos ganábamos algo para ayudar en el gasto de la casa. Jorge “Jole”, Manuel “Mañe, Marco “Marquito”, Dionicio “Nicho”, a los que les decíamos “Los Manglareños”, siempre fueron muy trabajadores;, pescaban, cortaban madera para cercar, palancas que se usaban para detener tendederos de ropa y también hacían carbón en el manglar donde pasaban buena parte de su vida, junto con sus padres, don Salvador García y “Tío Lico”.

         Ellos tenían su casa junto a la de Pancho Alceda y doña Luisa Cruz, los papás de Isabel, Panchirriqui, Emeterio, Josefa, Moisés y Mirna.  Junto a la vivienda de don Salvador y doña Pastora, había un callejón que corría hasta el fondo de su patio; pasaba por detrás de la casa de Vicente Valerio “El Aleluya”y llegaba hasta el terreno copado de árboles frutales, propiedad de la familia de Natalia Valerio que llegaba hasta la calle Galeana por el lado de Guerrero. Esos predios baldíos y arbolados, por las noches daban miedo, aunque Alvarado era un pueblo tranquilo y seguro.

         También doña Matilde, tenía su casa en Galeana que por el lado de Guerrero tenía un enorme patio con un gran portón. Enfrente, en la esquina Guerrero-Galeana, vivía el “Cuate Román” con una casa de madera  que era su carpintería y junto su domicilio. Al lado se encontraba otra casa donde vivía una señora a la que le llamaban “Teba”, una mujer que de tanto frotar una monedas, le borraba el grabado. Recuerdo en esa acera a don Carlos“Metelito” Uscanga, un hombre bondadoso y de buenos modales como  también su hijo Carlitos, que heredó el sobre nombre.

         Junto al estanquillo de tacos, raspados, tamales, atole de coco y horchata, que tenía doña Lupe Valerio en la esquina de Guerrero y Galeana, estaba la casa de doña Emilia Nader, mamá de Miguel Saba Nader, que fue Presidente Municipal de Alvarado. Al lado vivía don Gregorio “Goyo” Zamudio, quien tocaba el saxofón, hermano de don Dimas que tocaba la mandolina y don Toño, un hombre dedicado a las labores de su rancho.

Bien recuerdo a don Goyo ensayando melodías en el patio de su casa, pues era integrante de la orquesta “La Espinita” igual que su hermano Dimas Zamudio. Mucho nos deleitamos oyendo todas las tardes desde el patio de nuestra casa  ese saxofón de donde salían memorables melodías.

         De esa memoria me viene “María La Pollera” a la que también le decían “María la Pata Frías”, mamá de Javier y Rocina, quienes por las mañanas se encargaban de sacar las plumas de pollo a la banqueta de su casa para asolearlas y secarlas. Las vendían entonces para rellenar almohadas. Ya en la esquina de Galeana y Morelos, vivía “Doña Pancha” (Francisca Figueroa Murillo), conserje de la Escuela Primaria Benito Juárez y   compañera de mi mamá Gregoria Alvarado, en esa misma actividad.

         Doña Cleofás Santos hija de Doña Pancha, es madre de mi amigo René González Santos, “El Pichichi”, quien es ya un personaje  alvaradeño por su carrera de músico. Bien podríamos hablar de esta familia donde se enraizó el arte musical, fundando aquel histórico grupo “Los Colosos del Ritmo” que integraban los hermanos, Bulmaro y demás amigos míos que ahora no recuerdo sus nombres, pero que eran representados por su tío, el maestro Carlos Santos. Toda esta es una historia que fui viviendo y que ahora recuerdo un tanto a lo lejos del tiempo.

Con un saludo desde la Ciudad del Caos, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, tierra del pozol, el nucú, la papausa y la chincuya.

Para contactarme: rupertoportela@gmail.com

MIEMBRO DE LA ASOCIACIÓN DE COLUMNISTAS CHIAPANECOS. A. C. 

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