Antonio Cruz Coutiño
Creo que durante el único año de preescolar que hice a mis cinco años en 1965, el Bobby ya existía. Fue un perro grande de pelo mediano, color canela y cola gruesa, por lo que ha de haber tenido algo de Pastor Belga o de Labrador Retriever. Nos lo llevamos al barrio de San Pedro cuando por fin ahí tuvimos nuestra propia casa. Y le recuerdo porque nos hizo falta como nunca, durante el tiempo en que papá Eduardo se fue de albañil a la presa de Malpaso.
Cuidaba de nosotros y de la casa, pero una noche, la noche en que algún malvado “probablemente cercano a la familia”, quiso asaltar el domicilio, o asediar a nuestra madre, el o los asaltantes dieron al Bobby algún somnífero o bebedizo, pues precisamente durante su irrupción no ladró para nada. Cuando era habitual despertarnos con sus ladridos, ante la presencia de animalillos, o al percibir ruidos o movimientos extraños.
Por la noche, me despertó doña Fausta, y mientras ella decía en voz alta: “¡Eduardo, Eduardo! ¡Levántate y saca la pistola! Alguien quiere entrar”. Yo, a instrucción previa de mi madre, moví de un lado a otro el quinqué y dejé caer la tapa del baúl que teníamos en el cuarto, mientras ella se acercaba a la puerta del corredor con el candil en la mano. Al día siguiente encontramos al Bobby estragado y con diarrea, echado en el traspatio, aunque más tarde se curó y siguió viviendo.
De mañana todos los días el Bobby me acompañaba hasta la casa de doña Lety Albores y don Armando Guillén, a donde mamá me enviaba a comprar la leche del día, y quizá algún quesito fresco y mantequilla. Los sábados invariablemente escoltaba mi función como almuercero, hasta la milpa de mi padre, desde las ocho o nueve de la mañana. Atravesábamos el pueblo, cruzábamos el puente-hamaca del río San Pedro, pasábamos por el Cerrito, continuábamos hacia el Norponiente y llegábamos al rancho. El Bobby de repente se perdía tras perseguir tlacuaches o lagartijas. Comía de nuestro propio almuerzo y hasta de nuestro pozol.
Era bien mantenido, aunque a pesar de ello se volvió viejo y reumático. Por eso algún día de 1970, un camión cargado de algodón proveniente de la finca El Guanacastle le quitó la vida. Era de tarde, Bobby tomaba el sol en el arenal de frente a la casa, dormía a pierna suelta, no escuchó el rugir del camión a diésel y… ya fue demasiado tarde cuando se movió. Las llantas del tórton le pasaron encima.
Le lloré igual que mis hermanos, le limpiamos la sangre, y lo enterramos en EL rincón del patio junto al mulato. Días después nuestros padres consiguieron un cachorro, en su honor le pusimos el nombre del difunto y… muchos años después, en Tuxtla, debido al recuerdo de ese cariño infantil, cuando al fin me casé con Blanqui, al primer can que tuvimos lo bautizamos con el nombre de Bobby. Igual que aquellos chuchos antecesores.
Con el tiempo supe que Bobby es en inglés, el hipocorístico del nombre Robert, y desde ahí nuestros perros siempre se han llamado así, aunque con el tiempo, la familia abundó. Al segundo macho siempre hemos llamado Baco, y a la hembra “cuando nos hemos dado el lujo de tener tres” siempre se le ha llamado Vesta. Con total independencia de su color o raza. Baco por recordar a la divinidad romana asociada al vino y a los deleites de la vida, y Vesta por considerar Blanqui que le cuidaría a ella y a la casa cuando yo no estuviera. Igual que la divinidad Vesta de los griegos cuidaba de los hogares cuando el paterfamilias se ausentaba por negocios, comercio, o porque era enviado a la guerra.
Bobby, Baco y Vesta entonces, han tenido hasta hoy y desde 1984, un año después de casarnos, más o menos 3.5 sustitutos, cuenta que produce más o menos diez perros desde entonces, entre los que ha habido Retriever Negro, Pastor Alemán, Weimaraner, Pastor Belga Malinés, Rottweiler, en una ocasión un Cocker Spaniel y la última recién incorporada… una perrita de barrio periférico, que encontramos casi en el abandono, aunque de mucho porte y algo de Rottweiler.
Vestita la traviesa le llamamos, aunque Vesta robusta y plena será en un año. Vesta la guardiana del Aguaje y de nuestro hogar, misma que vino a sustituir al último Baco, nuestro Rottweiler del 2012, cuyo deceso fue planificado tras casi un año de decrepitud y reumas, enterrado en el traspatio. De modo que, muy pronto el Bobby actual tendrá ayudante, y ambos cuidarán del Aguaje, el espacio de media hectárea ubicado junto al zoológico de Tuxtla.
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