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Lo mismo de siempre / A Estribor

Lo mismo de siempre / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

Desde que tengo memoria, la visita de los presidentes a Chiapas se ha convertido en un ritual en que sus súbditos y cortesanos celebran como si se tratara de una aparición en el Tepeyac. Es normal que en un gobierno centralista, que decide a discreción el reparto del presupuesto público, los gobernantes locales rindan honores y pleitesía.

Si algo disfrutan los presidentes al venir a Chiapas es que las multitudes, bien domesticadas, se desbordan en aplausos, mientras que los políticos locales buscan a toda costa una selfie, como si de ello dependiera su futuro político. Esa condición de vasallaje la hemos asumido históricamente, mientras la verdadera ciudadanía brilla por su ausencia.

La visita de Claudia a Chiapas fue celebrada como si se tratara de una epifanía. Habló de un futuro brillante, de justicia social y de continuidad en los programas federales, pero en realidad no hubo nada nuevo, sino lo mismo de siempre. Y la realidad es otra.

EL ASISTENCIALISMO DE SIEMPRE

La cifra presumida suena grandilocuente: 45 mil 939 millones de pesos destinados al estado. Se traduce en 1 millón 906 mil 955 apoyos directos para ciudadanos que ya forman parte de los programas de la Federación. Lo que parece un logro es, en el fondo, el mismo esquema de asistencialismo que lleva décadas. Es dinero repartido a cambio de lealtad política: la estrategia del clientelismo convertida en política de Estado. Mientras se aplaude la derrama, la pobreza sigue intacta.

LA FIESTA GRANDE

Lo que ocurre en Chiapas recuerda inevitablemente la leyenda de doña María de Angulo, aquella noble que, en tiempos de hambre, repartía comida y dulces a los necesitados. De ahí nació la Fiesta Grande de Chiapas. La diferencia es que ella lo hacía como gesto humanitario y de gratitud por el sanamiento de su hijo. Hoy, en cambio, los gobernantes reparten recursos públicos no para aliviar de raíz la pobreza, sino para mantener cautivos a los electores. Como en la vieja historia, el pueblo recibe pan y dulces, pero no la oportunidad de forjar su propio destino. La dádiva se convierte en zanahoria que anestesia el hambre, sin curar jamás la causa del vacío.

¿Y LA INFRAESTRUCTURA?

Con esos casi 46 mil millones de pesos podría transformarse la realidad del estado. Alcanzaría para construir hospitales regionales, garantizar medicinas, dotar de ambulancias y médicos. Podrían modernizarse las carreteras o abrir caminos que comuniquen a pueblos olvidados. Se podrían generar empleos reales, reactivar la economía local y sembrar condiciones para que las futuras generaciones vivan mejor. Pero nada de eso está en la agenda. La prioridad no es transformar, sino repartir.

CELEBRANDO EL CONFORMISMO

La gira de Claudia fue celebrada con aplausos, discursos y bailes folclóricos, como si la sola presencia de la mandataria resolviera los problemas estructurales de Chiapas. En primera fila estuvieron políticos, empresarios y beneficiarios del dispendio gubernamental, ofreciendo toda su cortesía y reverencia a cambio de prebendas y contratos. Una ciudadanía que no exige, que no cuestiona, que ha cambiado su dignidad por la abyección de permanecer en el círculo de los favorecidos. Lo que se festeja no es progreso, sino el espejismo de una ayuda temporal.

EL COSTO DEL ASISTENCIALISMO

Esa política de repartir dinero no solo ha contribuido a la dependencia y a la corrupción, sino también a la falta de desarrollo. Porque si todo ese recurso —o siquiera una parte— se hubiera destinado a infraestructura, a proyectos productivos o a la creación de empleos formales, la historia de Chiapas sería otra. Hoy, en cambio, seguimos atrapados en el círculo vicioso de la pobreza administrada, donde el presente se compra con dádivas y el futuro se hipoteca en cada elección.

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