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Lluvia, humedad y temporal / Crónicas de Frontera

Lluvia, humedad y temporal / Crónicas de Frontera
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¡Ajúa! Amigos nuestros, amigos del Aguaje. Por fin está lloviendo en El Zapotal; parejito, suave, casi sin darnos cuenta… de lo lindo. Desde hace más o menos doce horas contínuas; desde las tres o cuatro de la mañana; desde muy antes del amanecer.

Todos en esta sección del ejido Madero (tierras de antiguos Palacios y Paniaguas, familias de terratenientes; después de los agraristas de San Juan Sabinito), algunos trabajadores del Zoomat y del Museo de Ciencias, la gente de las riberas de Cerro Hueco y El Cebollal, le pedimos a todos los dioses e intermediarios divinos, habidos y por haber, que nos concedieran algo de lluvia y fresco, ante su escacés como nunca, durante todo el tiempo de aguas de este año, desde el mes de mayo.

Fuimos a la boca de Cerro Hueco (a cien metros de la entrada superior del Museo de Ciencias), le prendimos velas a las antiguas divinidades de la montaña, de la tierra y el cielo, y conversamos con ellas; con el lenguaje del susurro de los árboles, la tenue caída de las hojas, el canto de urracas y cenzontles, y el zumbido de avispas y abejorros. Fue nuestro silencio primero, luego algunas plegarias y cantos, y alguna palabra fuerte al final. Todo dirigido hacia el profundo obscuro de la caverna líquida… para que nos escucharan.

Llevamos tamales de yerba santa, toropintos y atol agrio, flores diversas pero sobre todo, margaritas y azucenas. Cargamos incluso, carbón y fuego, buscamos ramas secas, y muy pronto con todo ello hicimos brasas. Con ellas quemamos el incienso y el estoraque que teníamos reservado para nuestro viaje y visita. Deambulamos por los alrededores, comimos y bebimos a nuestras anchas… propicios, satisfechos.

Y ahí nos mantuvimos, en la boca de la montaña, hasta que el último aroma de nuestros inciensos se extinguieron; hasta que el rescoldo de nuestras cenizas se apagaron… tanto porque fueron absorbidos por la gruta del arroyo ennegrecido ―ruta que conduce al inframundo de nuestros dioses primigenios―, como porque fueron transportados por el viento hasta lo más alto del cielo, al supramundo habitado por las divinidades nuestras, antiguas; aquellas asociadas a la humedad, las nubes, las serpientes hídricas, el agua y la lluvia.

Es por esta razón, colegas, familia ―ni duda cabe― que hoy, ahora mismo, y desde la madrugada, llueve y llueve… lenta, pesada, pausadamente y sin sobresaltos, sobre toda el área de la Mesa de Copoya, incluyendo al cerro Mactumatzá, Llano Conejo y los alrededores de Copoya; el ejido El Jobo, La Roblada, San Joaquín, El Zapotal, las riberas de Cerro Hueco, El Cebollal y Tziqueté, y las pequeñas propiedades del rumbo de la antigua finca Santa Rita, dirección suroriental de la ciudad.

Llueve y llueve, aunque más bien, llovizna o nortea sobre toda la montaña que protege por el lado sur a la ciudad (nuestra de repente, como hoy, bella Tuxtla)… frontera entre el adentro y el afuera, frontera entre la urbe y el campo; entre el Tuxtla Gutiérrez citadino y su cuenca del Quistimbak ―antiquísimo y hoy casi inexistente río Sabinal― , y la Suchiapa surimba y fértil, y su depresión del Santo Domingo.

Cae pues, en el jardín del Aguaje, en El Zapotal y sus alrededores, como dicen los coletos y cositías, un “alegre chipi-chipi”. El más fresco, perfumado y noble… fertilizante y fecundo chipi-chipi de los últimos años.

Gracias divino cielo, capota azul tachonada de estrellas. Gracias serpiente nívea de nubes y relámpagos. Gracias viento grácil, húmeda compañía del temporal. Gracias lluvia continua y ligera, llovizna que empapa la tierra, el jardín del Aguaje y los bosques del Zoomat. Gracias humedad divina, tú que penetras la piedra y llegas al suelo profundo. Gracias gotas, chispas, norte húmedo, pues haces germinar el campo y reverdecer el bosque; fluir mis yacimientos, ojos de agua y manantiales.

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