Sr. López
Tía Tita (Carlota, Carlotita…), de las de Toluca, enviudó de tío Lalo, un macho de diccionario enciclopédico que la mandó y mangoneó los 35 años que estuvieron casados. Tía Tita ya con sus hijos casados, heredó una muy holgada cantidad de dinero. La familia entera decía que se merecía disfrutar de la vida a todo trapo. Pero un día fue a ver al abuelo de este menda, respetado por todos por su buen criterio y porque jamás abrió la boca por el gusto de oírse, para pedirle que por favor le diera órdenes, que él la mandara, porque: -Es que sabes, Armando, primero obedecí a mis papás, luego a Lalo y ahora no sé nunca qué hacer –y el abuelo le ordenó: -Haz lo que te guste y no hagas nada que no te guste –parece que le hizo caso.
Distintos y no pocos pensadores (lo que sea que eso signifique), afirman que en el mundo la democracia está en crisis. Ha de ser. Nuestro más sentido pésame.
Pero en nuestra risueña patria, de la pata que cojeamos es de la falta de representatividad de los partidos políticos y de los políticos (no todos, no exageremos), que representen algo, una idea, a algún sector de la sociedad -cuando menos-, al ciudadano común -cuando más-, pues hemos de aceptar que en la farsa burlona que es y ha sido siempre, el sainete de enredos de lo que con optimismo inexplicable, llamamos política en México, lo que ha prevalecido es la rebatiña por el poder y punto.
De nuestros 500 años de historia, ahora resulta que los más rescatables son los 300 que fuimos el Virreinato de la Nueva España, porque ni se pretendía que el gobierno representara a nadie, a excepción del Rey, claro, pero dando a todos trato igual ante la ley y respetando su dignidad de hijos de Dios… no era poco(y por cierto, no diga nunca que fuimos colonia, nunca lo fuimos, desde el principio los aborígenes adquirieron la calidad de súbditos de la Corona, jamás esclavos, con la misma condición que los de la península, que por eso los indios -no es grosería-, pleiteaban y ganaban asuntos contra abusos de los peninsulares, ante el Consejo de Indias, el alto tribunal de justicia que era del todo independiente, en el que ni el Rey influía en sus resoluciones). Pa´l caso.
Luego nuestro siglo XIX fue siempre un pleito por el poder entre pequeños grupos de peninsulares, criollos y mestizos, adscritos unos a logias masónicas escocesas, inclinados a no abjurar de nuestra evidente relación con España ni de la iglesia católica, y otros (los que se impusieron), a logias yorkinas (importadas de los EUA… ¡sorpresa!). Aparte de eso, bandolerismo, pérdida de más de la mitad del territorio, dictaduras y sangre, mucha sangre que aportaba la gente ordinaria, sin saber qué defendían ni a quién defendían (ni se enteraron que ya éramos independientes, salvo excepciones, claro). Lo demás que le cuenten, es cuento, Juárez incluido. Y de vida política: nada, absolutamente nada, a menos que llamemos política a las intrigas y riñas de los grupos de interés. El gran fin de fiesta de tan infausto siglo fue la dictadura de Porfirio Díaz, rescatable dada la ruina de país que éramos cuando se hizo con el poder; pero eso sí, don Porfirio se encargó de impedir cualquier hálito, así fuera un suspiro, de vida política real.
Después, nuestro siglo XX, siglo de innegables avances en todos los órdenes aunque siempre a la zaga de lo exigible, con pasivos sociales y con un porfirismo enmendado, que eso fue el régimen del partido hegemónico, la autoridad absoluta de un solo hombre pero solo por seis años, sin regatearle a lo que llamábamos “el sistema”, lo mucho que sí hizo, lo primero, pacificar un país en continua sangría, y lo segundo, que no fue poco, conseguir la estabilidad que nos ahorró asonadas y golpes de Estado, al ser un instrumento político vacío, carente de ideología, pragmático y cambiante, que adoptó los cambios que exigía la circunstancia, hasta entregar por votos lo que consiguieron a tiros. Y llegamos al año 2000 en anemia política, sin ninguna formación política que mereciera el nombre de partido político, con la excepción del PAN, que lo fue desde su fundación, aunque lo venció el triunfo electoral de Fox hasta llegar a ser ahora, una caricatura de sí mismo.
En lo que llevamos de siglo XXI, nos hemos encargado los mexicanos de extraviar el rumbo. Primero doce años de panismo, seguidos de seis de un peculiar priismo que fue todo menos eso y ahora un morenismo que bien vistas las cosas, no es sino la restitución mal disimulada de un priismo de muy viejo cuño, que pretende llevar al país hacia el futuro mirando al pasado, al cardenismo, al echeverrismo y hasta al juarismo
Cómo ha sido posible este disparate tiene una explicación entre otras: en nuestra historia no hemos tenido ni permitido la formación de verdaderos partidos políticos ni de políticos que realmente lo sean (con no tan pocas excepciones). Son 200 años de reyertas de grupos y continua sujeción al mandón de turno; lo que ahora llamamos partidos políticos vienen a ser camarillas controladas por élites beneficiarias de enormes recursos económicos del erario, que dedican sus esfuerzos a mantener su privilegiado estatus, alejados de los afanes de la gente común, del ciudadano de a pie.
Usted busque por su cuenta en San Google y se va a enterar que este estado de cosas permite el surgimiento de los populistas, como López Obrador (otros 54 días… ¡qué nervios!), un indiscutible líder de masas al que le fue fácil convencerlas de que sabequé necesitan, qué necesitamos, sin cesar de mentir día a día, cada mañana.
Pero el liderazgo populista no es contagioso, ni se hereda. Claudia Sheinbaum enfrenta el problema de gobernar sin la capacidad de engaño de su mentor. Debe actuar, dar resultados, sin un adalid al que obedecer y abandonar la idea del segundo piso, que la presenta como sumisa seguidora, con aromas de maximato y ya se va a enterar que imitar a Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio o Abelardo L. Rodríguez, es muy amargo, que hace daño, que da penas y se acaba por llorar.