Sr. López
Ya felizmente viuda tía Fina (Josefina, de las de Toluca, pero como había otra tía Jose, a ella le tocó Fina), este menda le preguntó cómo había aguantado a tío Manuel, su marido, que en vida fue la personificación del “Manual del mal marido”: mandón, grosero, necio, arbitrario, autoritario y déspota. La tía sonrió y exclamó: -¡Ay, hijito!, pues no le hacía caso -tan fácil.
La Patria -la señora de la portada de los libros de texto gratuitos-, hace como esa tía: nomás no le hace caso al gobierno, ni a éste ni a los anteriores, desde el del presidente Guadalupe Victoria (1824-1829), al actual, pasando por regencias, imperios -el de Iturbide y el de don Max-, la dictadura de Díaz, interinatos y todo el largo priismo imperial.
Todo se nos resbala, incluidos saludos a la mami de un súper narco, el declarado cuidar delincuentes, la contratación de médicos extranjeros o la construcción de monumentos al ego como un tren a media selva sobre cenotes, una refinería en un manglar o un aeropuerto de interés social.
Tal vez por esa indiferencia nuestra nunca hemos visto que el peladaje, a una, como Fuente Ovejuna, haya ido a ningún palacio de gobierno a sacar de los pelos al mal gobernante de turno y echarlo a patadas; sí, acá, mientras la élite del poder hace y deshace, la gente sigue en lo suyo como si tal cosa.
Se nos olvida que al Presidente Calderón se le murieron dos secretarios de Gobernación -Mouriño y Blake Mora-, en sendos accidentes de aviación que la raza percibió como asesinatos que -hayan o no sido-, para la gente sí fueron… y no se alebrestó nadie, no se tambaleó el gobierno ni pasó nada, como con el asesinato de Colosio y si mucho me apura, ni con el de Madero, que Huerta se trepó a La Silla tan fresco y se aplastó en ella más de un año (de febrero de 1913 a julio de 1914). Igual “la ciudadanía”, se abanicó con la matanza del 2 de octubre de 1968 y a los 10 días escasos, estaba tan oronda en el estadio de la UNAM, con Díaz Ordaz inaugurando la olimpiada.
Nuestra clase política, al desgaire, da cambiazos y machincuepas y hemos tenido gobiernos centrales, federales, dictatoriales, revolucionarios, de derecha conservadora, de izquierda socialista y de toda ralea, sin sofocos ciudadanos.
Igual nuestra Revolución tan cacareada, no fue un alzamiento general en contra de la dictadura, porque antes de que empezara, Díaz entregó el poder, se fue sosiego a Veracruz, entre honores se trepó a un vapor alemán (el Ipiranga), y se fue a turistear el resto de su vida, mientras acá inició un borlote que si hubiera sido de verdad una gesta nacional con todos los mexicanos empeñados, se despachaba en meses, pero fue una rebatiña de generalotes y generalitos, bandidos y bandidotes, que duró lo que duró y por obra del Espíritu Santo, aparecieron los de Sonora (Obregón, Calles y tantito Adolfo de la Huerta), que supieron terminar el despelote e inventaron un ‘movimiento social’ que no existió y con esa excusa, Calles, tal vez nuestro único estadista, implantó un régimen que justificó el matadero y encarriló al país… pero si hubiera sido tan popular la cosa, los asesinatos de Villa y Zapata hubiera reencendido la mecha… y no pasó nada, ¡vaya! ni con la corretiza que le puso el gobierno a la jerarquía católica pasó gran cosa, que el
peladaje bien entendió que era asunto entre los poderosos y sin mucho desasosiego los dejaron a que se arreglaran entre ellos, como se arreglaron.
Los altos dictados del alto gobierno van por su lado sin que la gente ponga mucha atención ni le importe y por lo mismo es que pueden construir casi dogmas religiosos con cosas como la expropiación petrolera, para después anularla (como está y seguirá estando), sin que pase absolutamente nada; igual que con el ejido, gran perla de la corona revolucionaria que don Salinas tiró al caño sin que nadie alzara una ceja; o la nacionalización de la industria eléctrica, a la que se dio contra marcha sin más preocupaciones (y también seguirá igual, con y sin 4T), o el estado laico, que en los papeles sigue pero poquito, que la iglesia romana pisa fuerte y habla recio.
Es por ese apartamiento de la ciudadanía de los asuntos de Estado que nuestros políticos, nuestros gobernantes, se dan vuelo, hacen y deshacen; la raza no brinca no porque le falte fibra (o gónadas funcionando), sino porque le importa poco. La vida sigue: si nos suben los impuestos, igual no los pagamos; si el dinero no alcanza, si no hay empleo, nos vamos a la informalidad; si Hacienda atosiga a los ricos, sacan su dinero del país; si apergolla de más a los pobres, unos, sacan el cuerpo del país (es su capital), otros se incorporan con el narco del rumbo y los demás hacen concha; y si todo está que arde de caro, vamos al tianguis a comprar robado, pirata o contrabandeado.
Todo, antes que incorporarnos al llamado del gobierno, en nada, y no vamos a vigilar el desempeño de los maestros ni a demandar en masa ante los tribunales por el mal servicio de salud pública o porque jamás tienen medicamentos, ni a hacemos la vida negra a funcionarios que nos dan pésimos servicios; ni vamos a votar todos, que seguimos con un abstencionismo que es la verdadera mayoría. Y menos vamos a estudiar nuestra historia ni a leer la sección nacional del periódico, que eso lo hace una diminuta, minúscula minoría a la que nadie hace conversación.
El tenochca simplex se sabe excluido y a honras de qué se va a tomar a pecho las “causas nacionales”, que suelen ser caprichos del mandón de turno. No espera ni exige nada. Nuestro país, desde ese punto de vista es un ente invertebrado: el gobierno por su lado, nosotros, los del peladaje, por el nuestro; y si el país funciona, bien, mal o regular, es porque la gente, empresarios incluidos, hace lo suyo y diario le cumple a la vida, sin esperar realmente nada de sus gobernantes.
Nada más que, señores del mal gobierno, el riesgo es que un día la gente diga: y ¿para qué los necesitamos? Porque francamente, son muy caros los litros de saliva.