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Ley espía / Sarcasmo y café

Ley espía / Sarcasmo y café
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Corina Gutiérrez Wood

Escuchar sobre esto de la “ley espía” me hizo recordar al gran Orwell y su 1984. Esa novela que, en su momento, parecía pura ciencia ficción, pero que ahora se lee más como un manual de instrucciones para nuestros días. Porque, claro, la privacidad es solo para los ilusos que todavía creen que sus datos les pertenecen.

No es que estemos uniformados saludando a una pantalla que nos espía, aunque, siendo honestos, ya somos protagonistas de un reality show sin guion ni director, donde cada like, cada comentario y cada historia que subimos es un capítulo más en nuestra exposición pública. Nos hemos acostumbrado a que otros sepan más de nosotros que nosotros mismos, pero con emojis, stickers y filtros. Eso sí, con la mejor cara para la cámara.

En 1984, el Gran Hermano lo veía todo a la fuerza, sin consentimiento ni aviso. Hoy, el Gran Hermano se presenta disfrazado de 32 cookies invisibles, un algoritmo metiche que sabe qué música te gusta antes que tu pareja, y una cámara frontal que tiene más selfies tuyos guardados que tu mamá durante toda tu infancia. La diferencia es que antes te vigilaban sin permiso y con amenazas; ahora, tú mismo le das click a “aceptar todo” con la misma fe ciega con la que firmas un acta de matrimonio sin tener ni idea en lo que te estás metiendo.

Orwell soñó con un futuro gris, opresivo y sin escapatoria. Nosotros, por el contrario, le pusimos filtros, le dimos like, lo viralizamos y hasta lo usamos para sacar memes que se ríen del mismo sistema que nos tiene en la mira. Y si algo nos molesta, lo gritamos con un hashtag, mientras abrimos todas las puertas, ventanas y balcones de nuestra privacidad sin pensarlo dos veces. Todo muy irónico, muy posmoderno.

Ahora, con la “ley espía” aprobada, esa vigilancia ya no es solo virtual ni opcional; se vuelve oficial, legal y justificada bajo el argumento de seguridad, control y demás palabritas que suenan muy bonitas en discursos, pero que en el fondo significan: “te estamos viendo y no hay nada que puedas hacer”.

Al final del día, nos vendieron privacidad empaquetada en términos y condiciones que nadie lee, y nosotros firmamos para perderla con la misma naturalidad con la que aceptamos los términos del WiFi público.

¿Y qué queda? Una sociedad hiperconectada, hipervigilada y profundamente expuesta, donde el Gran Hermano no solo lo ve todo, sino que también sabe cuándo y cómo hacer que le des “like”.

Privacidad, un concepto cada vez más vintage, casi tan obsoleto como esa frase de “lo que pasa en las redes, se queda en las redes”.

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